Las UMAP constituyeron parte de una política sanitaria de erradicación de la homosexualidad, entendida como enfermedad prevenible.
JUAN CALERO RODRÍGUEZ
12/10/2015 - 22:00h
y aceptamos como fósiles las derrotas
entre amigos que se ocultan y se privan
y alguna vez recuerdan
el regreso a donde nada queda por hacer.
Hay conmemoraciones que son para olvidar. Pero hay algunas, que no debemos permitir que sigan proscriptas, por unos tratando que no se recuerden y por otros, cicatrizando el dolor.
En días como estos de un mes de octubre, hace medio siglo, fueron creadas las UMAP en la República de Cuba.
Las UMAP fueron campos de concentración levantados en la provincia de Camagüey donde fue impuesto un régimen de trabajo forzado con el mismo fin de las Gulap soviéticas, reeducación política a la manera china bajo Mao Tse Tung; y tratamiento de la homosexualidad como enfermedad; custodiados por soldados con rifles AK, que con dieciséis años eran llamados a las filas del Servicio Militar Obligatorio.
Esos campos estaban cercados con doble círculos de alambradas con pinchos y en su centro los llamados ‘caza bobos’; los rollos de alambre imposibles de atravesar.
Dos años antes de que fueran internados los primeros reclusos había sido aprobada la Ley 1129 de Servicio Militar Obligatorio, que serviría como justificación oficial: se alegó que a las UMAP iban quienes no podían cumplir el servicio militar regular.
Escuchar en aquellos tiempos de represión ‘se lo llevaron para la UMAP’ podía interpretarse como ‘se lo llevó la muerte’. Y según el comentario popular ‘seguro era maricón’.
Las creación de las UMAP fue un movimiento estratégico que permitió alcanzar tres objetivos esenciales durante unos años donde existió una creciente falta de brazos para el trabajo agrícola: la neutralización de inconformes ideológicamente, la creación de puestos para personal militar que no cumplía con los estándares de la modernización del ejército, y formación de una fuerza laboral que ayudara a reducir los costos de las numerosísimas fuerzas armadas.
Un estimado hecho por dos antiguos agentes de la inteligencia cubana eleva a 35.000 el número de reclusos. La mayoría, religiosos y homosexuales.
Religiosos de diversos credos: testigos de Jehová, abakuás, adventistas del Séptimo Día, católicos, bautistas, metodistas, pentecostales, episcopalianos, santeros, gedeonistas.
También universitarios, poetas, sacerdotes, artistas, intelectuales, prisioneros políticos, funcionarios acusados de corrupción, emigrantes potenciales, chulos, campesinos reacios a la colectivización de las tierras, vagos, trabajadores por cuenta propia…
Los encargados de facilitar candidatos eran los designados a controlar en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) al resto de los vecinos en cada calle.
Los campamentos ostentaban nombres como ‘Viet Nam Heroico’, ‘Mártires de Girón’ y ‘Héroes del Granma’. En cada uno, el político era el jefe del campamento y se ocupaba por las noches de la reeducación de los reclusos, y las sesiones de concientización solían ser más largas los domingos. En ocasiones, sobre todo cuando recibían permiso de visita, los hacían marchar vestidos de uniforme de gala: pantalón azul oscuro de mezclilla y la camisa también de mezclilla pero de un azul más claro. Y un monograma con la forma del escudo cubano, de fondo claro y que en un tono rojizo decía ‘Umap 1’, que era para ponérselo en la manga izquierda de la camisa. Seguramente con el fin de hacer creíble la versión de que aquello era una suerte de servicio militar.
He dormido en barracones, en el suelo,
entre tantos otros
apilados en hogueras, cuerpo con cuerpo, por frío.
Y nos saltamos la penitencia
en aquellos campos olvidados por los sueños.
Los reclusos trabajaban largas jornadas en la agricultura de lunes a sábado desde el amanecer hasta el anochecer. Durante la zafra azucarera la norma a cumplir era de 150 arrobas. El resto del año era arrancar la hierba de seis surcos. Se les negaba la comida en el caso de que no cumplieran las cuotas de producción, recibían el mismo pago de los movilizados por el Servicio Militar Obligatorio (7 pesos) y tenían libres aquellos domingos los que tenían cumplida la tarea semanal y no fuese programado trabajo voluntario. El menú casi fijo consistía para el desayuno café y pan; para el almuerzo, una bandeja de aluminio con chícharo o espaguetis, arroz o harina de maíz con gusanos verdes, boniato hervido o huevo hervido y dulce.
Quienes recibieron el peor trato fueron, indudablemente, los testigos de Jehová. Golpeados, pasados por falsas ejecuciones, enterrados hasta el cuello, atados desnudos a la intemperie con alambre de púas sin comida ni agua. Los compañeros de las otras religiones le tiraban por la ventana del barracón latas de leche condensada y trozos de pan. No les permitían recibir visitas o correspondencia, y no gozaban de pase. Entre las posibles causas: el apoliticismo remarcado del que esos religiosos daban muestras.
El Viernes Santo de 1966, todos los reclusos se unieron en torno a Aldo, pastor bautista, comulgaron con trozos de pan y guarapo de caña fermentado.
¡A erradicar la homosexualidad!
Las UMAP constituyeron parte de una política sanitaria de erradicación de la homosexualidad, entendida como enfermedad prevenible. Investigadores de la Universidad de La Habana fueron enviados a las UMAP para estudiar la ‘rehabilitación’ de homosexuales. En palabra del dramaturgo Héctor Santiago, testigo aun viviente, ‘A veces te dejaban sin agua y sin comida durante tres días mientras te mostraban fotos de hombres desnudos, y luego te daban comida y te mostraban fotos de mujeres. Si no eras diabético y te inyectaban insulina, entrabas en shock, te orinabas, te defecabas, vomitabas… Descargas eléctricas… Perdías la memoria, y dos o tres días después no sabías quién eras, estabas catatónico y no conseguías hablar’.
De los 35.000 reclusos, 507 terminaron bajo cuidados psiquiátricos, 180 eligieron el suicidio y 72 murieron por torturas. No obstante, las UMAP no podrían catalogarse como campos de exterminio, pues allí no se buscaba expresamente la muerte de los reclusos.
Raúl Castro, entonces ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, declara en abril de 1966:
«En el primer grupo de compañeros que han ido a formar parte de las UMAP se incluyeron algunos jóvenes que no habían tenido la mejor conducta ante la vida, jóvenes que por la mala formación e influencia del medio habían tomado una senda equivocada ante la sociedad y han sido incorporados con el fin de ayudarlos para que puedan encontrar un camino acertado que les permita incorporarse a la sociedad plenamente».
Ante las protestas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, de organismos internacionales y medios de prensa extranjeros, son cerradas las UMAP en 1968. El documental ‘Conducta impropia’, de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal, testimonia el acoso sufrido por los que fueron confinados en esos campos.
(Este texto ha sido elaborado tomando de varias fuentes y entrevistas).
TESTIMONIO DEL SOLDADO DESERTOR
A los estigmatizados y humillados de por vida
Un día me negué a que el fuego ardiera por el resto de mi vida.
Y fui olvidado, como se olvida tarde o temprano a los héroes.
No es posible latir, como otro madero cualquiera, sin ritmo
o mejor digo, con el mismo ritmo de otro madero cualquiera.
Primero amanecemos en el brocal para luego tallar los tuétanos
donde los pinos inventan su mito entre tanto ruido.
Una razón se sienta tras el eterno cadalso
donde nadie pregunta, ni se explica.
Las razones no mueren en los cementerios,
reclaman
la techumbre por donde escapar del silencio.
He dormido en barracones, en el suelo,
entre tantos otros
apilados en hogueras, cuerpo con cuerpo, por frío.
Y nos saltamos la penitencia
en aquellos campos olvidados por los sueños.
No por ello fuimos héroes, ni mártires,
cada adversidad reta un nuevo milagro.
Solo inocentes.
Y ofrendamos nombres a náufragos cotidianos
y aceptamos como fósiles las derrotas
entre amigos que se ocultan y se privan
y alguna vez recuerdan
el regreso a donde nada queda por hacer.