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Wednesday, April 9, 2008

'SIN CONVERSION', ... ENTREVISTA DE KOLVENBACH

Entrevista al padre Peter-Hans Kolvenbach,
Prepósito General de la Compañía de Jesús

«Sin conversión,
los pobres son más pobres,
los ricos son más ricos»

El padre Peter-Hans Kolvenbach,
en Loyola, durante la última Congregación de Procuradores
El pasado 13 de septiembre, el padre Peter-Hans Kolvenbach cumplió 20 años al frente de la Compañía de Jesús. Fue elegido Prepósito General en 1983, durante la XXXIII Congregación General. En el pasado mes de enero, escribió una carta a los jesuitas de todo el mundo indicando las prioridades apostólicas para la Compañía, entre las que figuran la presencia en el sector educativo, las misiones de África y China, la labor a favor de los emigrantes y refugiados, y las casas internacionales de la Compañía de Jesús, en Roma. Responde, en esta entrevista, al cuestionario de Alfa y Omega sobre algunos temas de actualidad
La reciente celebración de la Congregación de Procuradores es una magnífica oportunidad para palpar cuál es la situación actual de la Compañía de Jesús. ¿Cómo calificaría el momento de la vida de la Compañía, tanto en su dinámica interna, en su servicio a la Iglesia, como en su relación con la sociedad?
Es típico de los jesuitas no sentirse satisfechos cuando examinan la situación de la Compañía en todo el mundo. Pero en esta Congregación de Procuradores se ha dejado sentir un gran deseo de dar un paso adelante –el magis de cuño ignaciano–, y esto revela que el estado de salud de la Compañía es bueno. Lo cual no quiere decir que, reunidos en Loyola, hayamos pasado por alto los múltiples peligros que amenazan a la Compañía o le infligen heridas.

¿Habrá un nueva Congregación General?
No: no habrá Congregación General. Como ya informó Alfa y Omega, sólo 10 provincias (de las 85 que tiene la Compañía en todo el mundo) han indicado que sería necesario o conveniente convocar una Congregación General.
A san Ignacio no le atraía la idea de que se celebraran Congregaciones Generales con frecuencia o a tiempos determinados. En los 463 años de historia de la Compañía de Jesús sólo se han convocado 34 Congregaciones Generales. Ignacio pensaba que «podría ser una distracción –son sus palabras– en el trabajo apostólico de los jesuitas llamarlos a Roma de todas partes del mundo». Únicamente cuando hay que elegir un Superior General, o cuando surgen asuntos de mayor importancia que rebasan la autoridad o la capacidad del gobierno ordinario de la Compañía, está justificada la interrupción del trabajo apostólico en el que están empeñados, y el recurso a una deliberación de la Compañía universal. San Ignacio da por supuesto, y lo subraya con insistencia, que el Superior General debe estar en contacto con los superiores locales y mantenerse informado. Esta continua información lo capacita para dirigir la Compañía y hacer las decisiones oportunas. Una reunión de representantes de las Provincias marca un momento especial para conocer la Compañía viva, y para adoptar nuevas orientaciones en vista de los nuevos desafíos.

El reciente nombramiento de un jesuita, el padre Juan Antonio Martínez Camino, como Secretario General de la Conferencia Episcopal Española, ¿qué supone para la Compañía de Jesús en nuestro país?
No es la primera vez que un jesuita es llamado a ocupar un puesto semejante. En este momento dos jesuitas europeos, en Alemania y los Países Bajos, desempeñan el mismo cargo. Si la Conferencia Episcopal de un país piensa que un determinado jesuita es la persona adecuada para desempeñar ese cargo, la Compañía lo considera como un servicio más a la Iglesia local. Y aun suponiendo que esa elección lleve consigo cierta relevancia eclesiástica o social, no es eso lo que nos mueve a la aceptación del cargo, sino el servicio que, a través de uno de sus miembros, la Compañía pueda prestar a una comunidad local.
Hay una preocupación constante del Santo Padre, manifestada en los últimos meses: la evangelización de Europa y el reflejo del hecho cristiano en la proyectada Constitución europea. ¿Cuáles considera que son los pilares de esa nueva evangelización de Europa? ¿Y en qué medida la no inclusión de las referencias cristianas en la Constitución europea supondría un cercenamiento en la futura construcción de nuestra sociedad?
Como ha dicho el Santo Padre, Europa es cristiana, o no es Europa. Creo que esta afirmación es irrebatible. Si se suprimiera el sentido cristiano que ha inspirado el arte, la literatura y la filosofía europea nos quedaríamos con las manos vacías. Por tanto, objetiva e históricamente no puede ponerse en duda el hecho de las raíces cristianas de Europa, origen de su historia y cultura. Tampoco puede pasarse por alto que los fundadores de la Unión Europea eran católicos fervientes como Adenauer, de Gasperi, Schuman y La Pira. De una manera u otra, la Carta Magna debe reconocer justamente la innegable verdad histórica.

¿Existe una alternativa política, social, cultural, al nuevo orden internacional nacido del 11 de septiembre de 2001, tal y como están planteando en el juego político los grandes Estados –Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia, Japón– y los grandes poderes no tan manifiestos?
Como resultado del ataque del 11 de setiembre la violencia a gran escala se ha hecho más dolorosa, inhumana e injusta. Esto ha puesto en marcha una angustiosa espiral de ataques y contraataques que están provocando pérdidas materiales de gran consideración, debilitamiento de los derechos humanos y, sobre todo, muertes indiscriminadas. De estas ruinas físicas y morales, debería nacer un nuevo orden global. Pensamos esto mismo después de la experiencia de la última guerra mundial, pero los hechos han desmentido la esperanza de entonces. Por eso no es fácil ahora soñar con un nuevo orden internacional. Pero todos tenemos que empeñarnos en definirlo y llevarlo a realidad. Para nosotros, los cristianos, el mensaje de fraternidad y solidaridad a que el Señor nos llama en el Evangelio es el acicate primordial para trabajar por un mundo más humano –y, por tanto, más divino– que vaya más allá de estructuras meramente políticas. Es consolador que, a pesar de las reservas de parte de ciertas naciones importantes, se imponga el reconocimiento de las Naciones Unidas como una importante alternativa política.

El auge político, social y cultural del Islam está marcando la agenda de las preocupaciones de muchos cristianos, ¿sobre qué bases tenemos los cristianos que establecer nuestra relación con el Islam?
Sin negar el antagonismo que aún reina a varios niveles, descubrimos con gozosa frecuencia que salen a la superficie, por ambas partes, grupos alejados del fanatismo y de prejuicios históricos que se empeñan en descubrir en los otros los principios que amparan una coexistencia respetuosa en medio de la diversidad. Me parece que fomentar el diálogo y la cooperación entre esos grupos, y hacer todo lo posible para que aumenten, es un punto importante. Un jesuita que trabaja en este campo en una parroquia europea está persuadido de que, en encuentros personales, en el diálogo de la vida distinto del diálogo teológico, es más fácil descubrir al otro, comprenderlo, y sentir respeto ante otras posturas. La confrontación de culturas no es inevitable (en España tienen ustedes ejemplos de épocas en las que convivían pacíficamente tres culturas diversas) y todos estamos llamados a contribuir a la eliminación de prejuicios y al fomento de la tolerancia (que no es indiferentismo), con miras a una convivencia que se hace cada vez más ineludible y puede ser enriquecedora. En un mundo en el que las señales del paso de Dios son ignoradas, el Islam se siente atraído al diálogo con otros creyentes. Por eso los musulmanes encuentran difícil vivir su fe en el tercer milenio. Esto es un problema que nosotros, los cristianos, compartimos con ellos.

Uno de los grandes temas cristianos de nuestro tiempo es el de la cultura de la vida y todo lo relacionado con la bioética, la neotecnología, el desarrollo de la genética, ¿sobre qué pilares se debe construir una cultura de la vida que haga frente a la cultura de la muerte?
Sin entrar en los aspectos técnicos, que no son de mi competencia, de estos problemas, querría subrayar que el magisterio de la Iglesia no interviene con condenas más que para defender la cultura de la vida y la civilización del amor. Aunque en los oídos de algunos las intervenciones de la Iglesia en este campo suenen negativas, en realidad son extremamente positivas, porque en nombre del Dios vivo, la Iglesia defiende y alienta la vida humana para bien de la Humanidad.


¿Hay alternativa al capitalismo generalizado como base de la denominada Nueva economía? ¿Y a un liberalismo que no tenga en cuenta la dimensión comunitaria y solidaria de los bienes terrenales?

No hay duda de que la Iglesia tiene algo que decir sobre este punto, y lo hace a través de la doctrina social que ofrece al mundo. Juan Pablo II ha insistido, una y otra vez, que el desarrollo económico tiene que ponerse a disposición de todos por encima de los intereses particulares de individuos y naciones. Hoy día la economía de mercado tiene la posibilidad de asegurar la alimentación de todos. El único obstáculo que lo hace imposible es el egoísmo de intereses mezquinos. Paradójicamente, el problema es de orden espiritual más que puramente económico: la solución está en una conversión del corazón, sin la cual los pobres se harán más pobres, y los ricos continuarán aumentando sus riquezas.

El padre Kolvenbach saluda a un grupo de novicios
jesuitas en Eslovaquia
























Comunidad de los jesuitas de Macao en la capilla













Iglesia jesuita de la Madre de Dios, en Macao

En los 25 años del pontificado de Juan Pablo II, ¿cómo ha cambiado la historia de la Iglesia?
El mensaje evangélico, la Buena Nueva, va dirigido a todas las generaciones, a todos los pueblos y a todas las culturas. La Iglesia, que es continuadora de la misión de Jesucristo, tiene la responsabilidad de proclamar, desde los tejados de todas las culturas, la Palabra del Señor.
Los cambios que ha experimentado el mundo durante el largo pontificado de Juan Pablo II son patentes. Y por fidelidad a la misión que ha recibido, la Iglesia tenía que adoptar los cambios necesarios en su lenguaje (en sentido amplio) para hacer llegar la Buena Nueva a los oídos de una generación que se encontraba a caballo entre el siglo XX y el XXI. Con metáfora del evangelio, la Iglesia tenía que esforzarse para que la luz que ha recibido –luz para iluminar a todas la naciones– fuera puesta en el candelabro y resplandeciera ante los moradores de esta casa de la nueva cultura. Muchas de las estructuras, costumbres y disposiciones de la Iglesia son, por su verdadera naturaleza, temporales: han nacido al calor de ciertas coordenadas históricas y están marcadas por ellas. La Iglesia es servidora de la Humanidad en nombre de Cristo, y por eso debe esforzarse por poner al alcance de una cultura concreta el mensaje del Evangelio sin sentirse comprometida en su misión por formas y estilos legítimos, pero que han perdido su capacidad para transmitir el mensaje. Este despojo de formas históricas cuando ya no sirven para proclamar el Evangelio, no es fácil, ni puede lograrse sin dolor. Juan Pablo II, con mano firme, ha dirigido la Iglesia por esos derroteros sin ceder a la tentación de capitular ante demandas populares que deformaran el Evangelio. Porque si la sal pierde su sabor, ¿cómo se le puede restituir de nuevo? A pesar de las dificultades y de la desacralización de la vida, personal y colectiva, que es innegablemente visible en nuestro momento, puede afirmarse que la Iglesia, el pueblo de Dios, es más activo, más comprometido, más vibrante en su fe. El Papa ha logrado llegar a amplios círculos de la sociedad y ha inspirado un entusiasmo juvenil que, no obstante su inherente fragilidad, encierra la esperanza de una fe vivida en la cotidianidad. Como cabeza de la Iglesia, el Papa la ha sacado de la sacristía y la ha llevado a la plaza pública.

La última encíclica de Juan Pablo II está dedicada a la Eucaristía. ¿Qué supone la pérdida de la Eucaristía, de la práctica frecuente de la celebración de la Eucaristía, para la vida espiritual de un cristiano y para la vida apostólica?
La última encíclica de Juan Pablo II sobre la Eucaristía nos trae a la memoria las duras palabras de san Pablo que veía a los cristianos de Corinto participar a una cena en la que cada uno se servía a sí mismo sin pensar en los otros, porque nadie entre ellos pensaba en la Cena del Señor con sus Apóstoles cuando Él se nos dio a Sí mismo en una donación total. Con frecuencia, al celebrarse la Eucaristía algunas comunidades hacen todo lo posible para que la liturgia y los cantos resulten atractivos e interesantes para los que participan en ella mientras que se relega a segundo plano el hecho de que se trata de la Pascua del Señor con una liturgia que no es la que nosotros elaboramos, sino la de la Iglesia. Sólo así la divina liturgia, como se dice en el Oriente cristiano, edifica una Iglesia que distribuye el Pan de Vida del cual nosotros, para vivir con plenitud, tenemos más necesidad que del pan cotidiano.

Una última pregunta sobre los jóvenes. ¿Qué necesitan los jóvenes de hoy para ser elllos mismos, y para llegar a ser los centinelas del mañana?
A pesar de los valores que admiramos en las nuevas generaciones, no podemos negar la preocupación que nos produce el marco cultural y familiar en el que crecen los jóvenes de hoy. La satisfacción inmediata de deseos y caprichos; la obsesión por el medro personal, con frecuencia observada en los mayores; la inestabilidad del hogar; la incapacidad de hacer decisiones razonadas en medio de tantas posibilidades que se le ofrecen; la falta de aguante para soportar los más mínimos dolores y las inevitables frustraciones de toda existencia humana…, todo esto no augura bien para que muchos de estos jóvenes llegan a ser esos centinelas del mañana. Muchos están hundidos en el hoy.
El problema se complica cuando escuchamos a sociólogos y psicólogos que llaman nuestra atención al hecho de que esos rasgos negativos que atribuimos a los jóvenes son un mero reflejo de los mayores. Y hemos oído a tantos padres y madres lamentarse de la dificultad que experimentan para transmitir valores humanos y religiosos. La realidad es que muchos de los mayores –al menos en las sociedades europeas que han tenido una fuerte presencia del cristianismo– han perdido la certeza de unos valores por los que antes se regían. Y mientras los jóvenes beben en la televisión los mensajes de personajes que proclaman su frágiles ideas, nosotros tenemos miedo de que nuestros hijos y nuestro discípulos se rían de nosotros, de nuestros consejos, de nuestros sermones. Que nos tachen de anticuados (¡supremo insulto!) No hay duda de que la diferencia entre generaciones se va haciendo cada vez más pronunciada y se hace sentir en menos tiempo. Tampoco podemos hacernos ilusiones de que vayamos a ser capaces de detener la marcha, porque los jóvenes avanzarán al ritmo de sus propios tambores. Precisamente por eso es más urgente que nunca que padres y educadores contribuyamos al relevo de las generaciones mostrando con la palabra y el ejemplo, por amor a esos jóvenes, la imperiosa necesidad de vivir y morir de cara a valores personalmente adoptados. Los jóvenes de hoy no podrán ser centinelas del mañana si no tienen los pies en el hoy; si no viven con ansia de plenitud humana, y si no están dispuestos a comprometer su vida por encima de atracciones fáciles. Nuestro deber es hacerles creíble a los jóvenes esta insoslayable condición humana.

Alfa y Omega


Fuente: http://www.alfayomega.es/estatico/anteriores/alfayomega369/default.htm

Origen: Revista Alfa y Omega, Numero 369, 25 de Septiembre, 2003.