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Wednesday, May 5, 2010

México negro y olvidado




Dom, 07/12/2008 - 00:29 — Osorno
CRÓNICA- Milenio Semanal

Costa de Oaxaca.- Son las doce de la tarde en punto. Desolada certidumbre. María Teresa Martínez y tres amigas se arremolinan a ver la enésima repetición de la telenovela Marimar frente a un aparato empolvado, en el patio de la tienda de abarrotes de Collantes. De vez en cuando pasa alguna camioneta que va a los campos de papaya y el conductor toca el claxon y las saluda.
- Todo mundo ya sabe en qué acaba esa telenovela...- le provoco a María Teresa.
- Pero hay que recordarlo.- responde carcajeando la mujer de cuarenta años.
Ella está recargada en la barda, lleva un short rojo y una camisa rosa con negro. Sus tres amigas están sentadas en sillas de plástico rotuladas con la marca Corona. Beben la tercera cerveza del día. El termómetro marca 33 grados, aunque da la sensación de que hace más calor.
- ¿Le gusta mucho Marimar?
- Sí, es buena la Marimar.
- ¿Y las noticias no las ve?
- Sí, para ver lo que pasa en otros lados.
- ¿Cómo cuáles cosas?
- Pues apenas lo del que se mató en el avión. Eso está de moda.
- ¿Y lo de las elecciones en Estados Unidos, no?
- Sí, también. Que ya ganó éste… ¿cómo se llama?...
- ¿Quién?
- El que ganó.
- ¿Obama?
- Ajá, ese.
En el pueblo de Collantes viven 3 mil descendientes de esclavos africanos. Son los afromestizos, afromexicanos, negros, negoides o “morenos”, mejor, como ellos prefieren llamarse. Son los que no existen en los censos de INEGI, que son contados ahí como indígenas mixtecos; los que ninguna autoridad oficial ha reivindicado como “la tercera raíz mexicana”, aunque sí lo han hecho decenas de estudios antropológicos, empezando por los de Gonzalo Aguirre Beltrán
- ¿Y cómo ve a Obama?- continúo la charla con María Teresa.
- Bien, a ver si cumple.
- ¿Para usted es especial que él sea presidente?
- ¿Para mí?, ¿por qué?...
- Pues ya ve que Obama es moreno.
- Para mí es igual. Lo que quiero es que arregle para que mis hijas puedan trabajar allá legalmente, nomás.

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“Bienvenido a Corralero, aquí no hay ricos, pura gente jxxxxa habemos”, me dice Máximo Mayren, el agente municipal de este pueblo asentado a la orilla de Oaxaca, junto al Océano Pacífico. La lancha recorre una laguna vecina al mar y avanza a buena velocidad, aunque el motor, viejo y ruidoso, detiene su marcha a veces, exigiendo un mecánico.
Leonel es un hombre de más de cuarenta años y soltura para hablar. Lo hace con el acento costeño muy marcado. Mientras pasamos cerca de un inmenso follaje verde en tierra firme, me dice: “Ahí, entre esos árboles de esa isla está el cementerio de nuestro pueblo. A cómo vamos, a ver si no falta lugar al rato para que entremos todos”.
Corralero es uno de los centenares de pueblos marginados de Oaxaca, pero éste, a diferencia de la mayoría de los demás, no está habitado por indígenas, sino por mexicanos negros, descendientes de esclavos traídos de Sudán, Guinea y Costa de Marfil desde el inicio de la Conquista.“Mi padre era blanco, y mi madre morenita”, dice en algún momento de la conversación. “Por eso salí así”, dice Máximo mientras señala la piel cobriza de su brazo.

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A la gente de Collantes y de Corralero, no le gusta ir al Distrito Federal del individualismo frenético. “La gente nos ve feo”, me dice Ninfa Serrano, quien ha tenido que ir un par de veces a la Central de Abastos de la capital, donde se paga mejor el camarón, que en Acapulco. “Me miran como si tuviera un mal”, cuenta mientras atiza una olla enorme donde hierve el abundante marisco que le traen los pescadores de Corralero.
Pero no a todos se les quedan mirando. A Algunos como Calixto Santiago les va peor. Mientras viajo con él en una camioneta pick-up que se trajo del otro lado, me cuenta que acaba de regresar a Collantes, después de trabajar 4 años en Phoneix, Arizona. En medio de esos periplos al norte, un par de veces, mientras caminaba por las calles de la Ciudad de México, la policía lo detuvo y lo hizo que cantara el himno nacional, para ver si era mexicano en realidad.
Esclavos ayer, incógnitos hoy. Collantes y Corralero son dos pueblos, el primero habitado por campesinos migrantes y el segundo por pescadores, que descienden de esclavos traídos de África a México. La falta de empleo, la recesión en Estados Unidos, el racismo en su contra de mestizos e indígenas y el desdén oficial los mantienen arrinconados en la marginación.
Nada, ni el simbólico triunfo del “moreno” Obama en los Estados Unidos, los entusiasma. O apenas lo hace, muy poco.

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En un tsuru gris equipado con potentes bocinas, un vendedor llegado de la cabecera de Pinotepa Nacional –el municipio al que pertenece Collantes y que está a 22 kilómetros de aquí- ofrece en venta un aceite milagroso que alivia de todos los males con solo untarlo en el cuerpo. Si el problema es de migraña en la cabeza, hay que pasarlo por la nuca; si la acechanza es en la espalda hay que ponerlo en los hombros…
Luis Osvaldo Herrera, un joven de 15 años, acaba de salir de la escuela y pasa junto a la bocina estridente del coche.
- Por eso yo pienso llegar a ser algo en la vida.- me dice, señalando el fastidioso tsuru parlante.
- ¿Qué te gustaría ser?- pregunto.
- Aunque sea maestro.
Un par de días antes se cortó los cabellos chinos, pero como quiera suda sin parar. El sol cae despiadado, los cocoteros entre los que platicamos, no son un buen refugio.
- ¿Qué opinas de Obama?- le pregunto.
- Que está bien, para que en Estados Unidos se respete también a los morenos, que no los discrimen los que son blancos.
- ¿Crees que aquí en México hay racismo?
- Sí, hay un poco de racismo
- ¿Cómo es que lo has sentido tu?
- Es que hay unos que son gueros, ojos azules que desprecian a los pobres. Y los pobres son morenos y son despreciados.
- ¿A ti te ha tocado el racismo?
- Cuando fui a la ciudad de México, me decían moreno y porque era morenito no me aceptaron en un equipo de fútbol, no querían que yo estuviera ahí porque yo era moreno y estaba medio chino y ellos no querían que yo estuviera ahí, quería que hubiera puros como ellos y me hacían maldades, y en la calle se me quedaban viendo con una mirada fea.
-¿Y tu que les decías?
- Yo no les decía nada. Yo nada mas me ponía triste por lo que me hacían.
- Mucha gente piensa que en México no hay racismo…
- Lo dirán los que son gueros y lacios… ¿por qué no hay políticos morenos, ni chinos?

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Corre la cinta de video: Un bote avanza al frente de las demás embarcaciones que recorren lentamente la laguna de Corralero, formando una hilera que se alarga hasta el horizonte de la tarde. Todas las naves del pueblo- las de acero y motor ruidoso, las de madera y remos macerados- van en el cortejo. En la barca delantera, una pareja de esposos coge con tiento la viga improvisada como ataúd, donde yace el cuerpo de su hijo, muerto hace unas horas a causa de una intoxicación. En las otras lanchas, algunos susurran, quizá sobre los deudos. En un pueblo, la diferencia entre lo que se sabe sobre una persona y lo que se desconoce de ella, es mínima. La procesión sigue. El cementerio de los negros muertos está oculto entre la maleza de la isla. La hilera de botes desaparece. Se fuga por luminosos desfiladeros de la imaginación.
En la laguna de Corralero, Caronte hace su trabajo delante de todos.

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Rafael Rebollar, dirigió “La raíz olvidada”, un documental acerca de la herencia africana en México.
- Ser mexicanos es descender de indios y españoles...
- Esa es la versión oficial; el documental pretende plantear que existe la raíz africana...
- Es una crítica a la teoría del mestizaje....
- Claro, me parecer muy pueril y simplista decir que somos un mestizaje de indios y españoles. Los indios son muy diversos y los españoles también; no tiene nada que ver un tarahumara con un maya; y los españoles, en aquella época, un andaluz era más bien árabe y un gallego un celta, por decirte algo. Los españoles mismos provienen de un mestizaje intenso. Hablar de españoles e indios en general es un absurdo. Es un esquema ideológico que al sistema político mexicano le convenía para crear la sensación de nación, para fortalecerse como nación. En estos tiempos, subsiste, a nivel mundial, una intolerancia a la gente que es diferente a uno.
- En el caso de los afromexicanos, ¿hay racismo?
- Sí. Históricamente fueron esclavos. Los frailes que protegían a los indígenas, Bartolomé de las Casas, Motolinía, y muchos otros de los que tenemos una imagen de humanistas, tenían a su servicio su docena de esclavos negros, ¿no?

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“No sé por qué tenemos a ese caxxxxn ahí”, dice el agente municipal de Collantes, Juan Pérez Vielma. Acabo de señalarle la fotografía de José Murat que cuelga la pared de su oficina, en lugar de la de Ulises Ruiz Ortiz, el actual gobernante. “Javieeeeeer –grita el agente municipal- a ver si me quitas a ese cxxxxn de ahí”.
Y luego, reitera: “Ese Murat ni se paró siquiera por Collantes, no sé por qué lo tenemos ahí”.
- ¿Y qué tal les ha ido con Ulises Ruiz?-pregunto.
- Pues bien, iba a venir la semana pasada, pero cómo pasó lo de Mouriño ya no vino. Aquí en Collantes el mejor gobernador que se ha visto es Heladio, Heladio Ramírez. Y eso que era mixteco el caxxxxn.
- ¿Por qué fue el mejor gobernador?
- Porque ese sí metía. Bajaba del helicóptero y les decía: “váyanse”. Y era todo nuestro, lo llevábamos para que viera cómo estaba el problema y todo.
- ¿Y Diódoro Carrasco?
- Sí, una vez vino Diódoro, cuando lo de Paulina.
Como presidente, Ernesto Zedillo también visitó Collantes. Sin embargo, lo que más se recuerda de su visita es que el agente municipal de ese entonces, Leoncio Roja Sánchez, no le pidió ayuda para el pueblo. “De perdido le hubiera sacado un solidaridad o algo”, dice el actual agente, mientras su asistente comienza a remover el retrato de Murat.

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“Yo le digo a los funcionarios de pesca: ‘Ustedes tienen miedo de dejar los escritorios. Piensan que si salen a trabajar, cuando regresen ya no van a estar sus escritorios”, se queja Máximo Mayrén, el agente municipal de Corralero. “¿Dígame usted qué hace un subdelegado de Pesca en la ciudad de Oaxaca, si en la ciudad no hay pesca? Nadie nos ha querido ayudar con el problema que tenemos con la laguna. No quieren venir, parece que no les gusta el agua a los de Pesca”.
Ante la nula respuesta de las autoridades federales a sus peticiones, a principios de año se aguardaba con esperanza en Corralero, la llegada de Ulises Ruiz Ortiz, quien había confirmado una visita de unas cuantas horas al pueblo. Querían saber si el gobernador ordenaría por fin el desazolve de la laguna, la principal fuente de subsistencia de los nativos que cada día que pasa se llena más y más de tierra, convirtiendo la pesca en un arte, más que en un oficio.
“Esa vez vino el Gobernador, pero no hicieron nada con la laguna. Nomás nos regaló un camión de volteo…para la basura. Ese que está ahí”, cuenta desanimado Máximo Mayrén, mientras señala el vehículo estacionado en la plaza principal, entre niños que se persiguen y a un lado de la oficina del gobierno local.
En un pueblo de pescadores, el reluciente armatoste para la basura “regalado” por el gobierno parece un monumento surrealista, más que una “unidad de servicio”, como dice la leyenda que lleva grabada en sus costados.

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“No toda la gente de estas comunidades se consideran a sí mismos negros (o morenos, para usar la terminología local) y el gobierno mexicano no incluye “raza” en sus datos de censo. Los números presentados aquí incluyen a todos los residentes contados en 37 pueblos a lo largo de la Costa Chica que yo haya considerado significativa o históricamente negros, basado principalmente en cómo la gente se identifica a sí misma. He visitado personalmente la mayoría de estas comunidades a lo largo de los años”
“Se dice que el primer africano traído a México era un hombre llamado Juan Cortés: esclavo que acompañó al conquistador Hernán Cortés en 1519. Según las crónicas, los Indios, sorprendidos por su piel oscura, habiendo nunca antes visto a un africano, ¡lo consideraron un Dios! Otro de los primeros conquistadores, Pánfilo Narváez, trajo a un esclavo al que se le ha atribuido el haber contagiado la epidemia devastadora de viruela de 1520. El antropólogo mexicano Gonzalo Aguirre Beltrán estima que hubo 6 negros que participaron en la conquista de México”
Bobby Vaughn, investigador norteamericano que pasó una temporada viviendo en la costa chica de Oaxaca y Guerrero.

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A la entrada de Collantes están las ruinas de lo que parece haber sido una fortaleza, por el grueso marcado de las paredes y de lo alto de sus muros. En realidad son las ruinas de una antigua fábrica despepitadora de algodón construida a principios del siglo XX, según me explica Álvaro Aurea Peláez, una especie de cronista del pueblo, a fuerza de sus 80 años vividos gran parte aquí.
“Yo llegué en 1940 y ya eran ruinas. Nomás quedaba una placa que decía que fue en 1901 cuando habían hecho la construcción”. Además de los negros mexicanos, otros negros traídos entonces desde Sudán y Costa de Marfil se encargaban de los trabajos en la fábrica, relata Álvaro Aurea, sentado en el porche de su casa, curándose de una operación reciente que le ha salvado la vida y le ha dejado sin la pierna derecha.
El retrato que cada pueblo hace de sí mismo no está construido con piedras, sino con palabras, habladas y recordadas: con opiniones, historias, relatos de testigos presenciales, leyendas, comentarios y rumores. Y es un retrato continuo: nunca se deja de construir. Don Álvaro, de rasgos indígenas, me cuenta que llegó acá porque su papá era el secretario de la fábrica. Y aquí se quedó hasta que murió. Los demás hermanos de Álvaro se fueron. Solamente él se quedó. “Como este es un pueblo netamente afromestizo, negroide pues, no les gustaba tanto a ellos. Nosotros somos mixtecos”.
“Además, antes-sigue contando- por los años 50, este pueblo era muy revuelto y había mucha analfabetización. Había muchas armas, escopetas y alcohol y murió mucha gente, porque en Pinotepa había dos familias, los Pérez y los Baños y ambos bandos propiciaban las disputas. “¿Tu qué eres, perista o bañista?”,, te preguntaban antes de matarte. Y además, El indio decía que el negro era más pxxxxxo que él, y el negro decía que el indio era muy pxxxxxo. Había un complejo de superioridad de los dos”.
Para Álvaro, “esta gente –dice refiriéndose a los negros- es por naturaleza, noble, y por la falta de civilización, bien te puedo asegurar que la gente afromestiza o negra, lleva en la sangre el gran temor y el gran respeto al blanco, que fue su amo”.
Según él, los negros en México viven en las cosas de Oaxaca, Guerrero y Veracruz, porque “se quedaron en la orilla con la ilusión de que llegar un barco y se los llevara de vuelta a África”.

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Corralero no tiene quién le ayude a desazolvar la laguna, pero ya tiene un letrero que da la bienvenida a los visitantes.
Imbert González, director de Comunicación Social de Pinotepa Nacional, me explica que hace unas semanas, un gerente de la Coca-Cola anunció que la empresa no instalaría el tradicional arbolito gigante de navidad, como cada año desde 1982. La razón, explicó el ejecutivo, era que los maestros del municipio “se habían portado mal con tantas marchas y protestas”.
En respuesta, el presidente municipal del PRI, le advirtió a la Coca- Cola: “Si no hay pinito, se van de aquí y nunca más vuelven a entrar”. Ahora, nada más falta instalar el sistema de iluminación para el pinito en la cabecera de Pinotepa y aquí en Corralero, la Coca Cola da la bienvenida al pueblo en un anuncio bien colocado.

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A Bobby Vaughn, el investigador norteamericano que vivió en los pueblos negros de Oaxaca durante varios meses, un día le llegó una nota anónima que decía, entre otras cosas, lo siguiente: “Una de las principales razones del odio del indio hacia el negro es a causa de que el negro era antes un bien del colonizador y cualquier daño causado “a un bien del patrón” era severamente castigado. Los negros, a menudo los capataces de las fincas, supieron ver al indígena como su inferior y se dedicaron a maltratar, abusar y menospreciar de forma despiadada del indio, el cual no se arriesgaba a defenderse por miedo de atentar contra la propiedad del español”.
“No digo en absoluto que el pasado sea un argumento vigente para justificar el odio racial del presente, sin duda los españoles esclavizadores, los negros crueles y los indígenas ultrajados conviven amalgamados en un solo cuerpo enriquecido con las fortalezas de las tres razas y enajenado también con sus bajezas; está en el individuo hacer florecer unas y neutralizas otras. Él decide”.

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- Que bueno por los negros que ganó Obama.- me dice Tulio, mientras viajamos en la lancha por la Laguna de Corralero.
- ¿Y para ustedes aquí significa algo?- pregunto.
- ¿Para nosotros?, ¿por qué para nosotros?- responde ofendido
- Bueno, como ustedes también son…
- Nosotros no somos negros, nosotros morenos. ¿Qué no ves?



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Fuente: http://www.milenio.com/node/127423
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