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Wednesday, August 19, 2015

La marca de la béstia


En una visión dada el 27 de junio de 1850, mi ángel acompañante dijo: “El tiempo está casi agotado. ¿Reflejáis como debierais hacerlo la hermosa imagen de Jesús?” Luego se me señaló la tierra y vi que era necesario realizar preparativos entre aquellos que han abrazado últimamente el mensaje del tercer ángel. Dijo el ángel: “¡Preparaos, preparaos, preparaos! Tendréis que morir mucho más al mundo de lo que habéis muerto hasta aquí.” Vi que tenían una obra que hacer y poco tiempo en que hacerla.

Luego vi que las siete postreras plagas iban a ser derramadas pronto sobre aquellos que no tienen refugio; y sin embargo el mundo las consideraba como si no tuvieran más importancia que otras tantas gotas de agua a punto de caer. Se me capacitó después para soportar el terrible espectáculo de las siete últimas plagas, la ira de Dios. Vi que esa ira era espantosa y terrible, y que si él extendiese la mano, o la levantase con ira, los habitantes del mundo serían como si nunca hubiesen existido, o sufrirían llagas incurables y plagas marchitadoras que caerían sobre ellos, y no hallarían liberación, sino que serían destruidos por ellas. El terror se apoderó de mí, y caí sobre mi rostro delante del ángel y le rogué que quitase ese espectáculo, que lo ocultase de mí, porque era demasiado espantoso. Entonces comprendí, como nunca antes, la importancia que tiene el escudriñar la Palabra de Dios cuidadosamente, para saber cómo escapar a las plagas que, según declara la Palabra, caerán sobre todos los impíos que adoren la bestia y su imagen, y reciban su marca en su frente y en sus manos. Me llenaba de gran asombro que hubiese quienes pudiesen transgredir la ley de Dios y pisotear su santo sábado, cuando estas violaciones han sido denunciadas con amenazas tan pavorosas.

El papa cambió el día de reposo del séptimo al primer día de la semana. El pensó cambiar el mandamiento que fué dado al hombre para que se acordase de su Creador. Pensó cambiar el mayor mandamiento del Decálogo y hacerse así igual a Dios o aun exaltarse sobre Dios. El Señor no cambia, y por lo tanto su ley es inmutable; pero el papa se exaltó sobre Dios al procurar cambiar los inmutables preceptos de la santidad, justicia y bondad. Holló bajo los pies el día santificado por Dios, y por su propia autoridad puso en su lugar uno de los seis días hábiles. Toda la nación ha ido en pos de la bestia, y cada semana roba a Dios su tiempo santo. El papa hizo una brecha en la santa ley de Dios, pero vi que había llegado ya plenamente el tiempo en que esta brecha tiene que ser reparada por el pueblo de Dios y los lugares asolados han de ser reedificados.

Delante del ángel rogué que Dios salvase a su pueblo de extraviarse, que lo salvase por su misericordia. Cuando las plagas comiencen a caer, los que sigan violando el santo sábado no abrirán la boca para formular las excusas que ahora presentan para no guardarlo. Su boca permanecerá cerrada mientras caigan las plagas, y el gran Legislador exija que se aplique la justicia a aquellos que se burlaron de su ley y la llamaron “una maldición para el hombre,” “algo mezquino” y “tambaleante.” Cuando los tales sientan la presión férrea de esa ley, aquellas expresiones desfilarán delante de ellos en caracteres vivos, y reconocerán entonces el pecado de haberse burlado de lo que la Palabra de Dios llama “santo, justo y bueno.” 

Se me recordó luego la gloria del cielo, el tesoro allegado allí por los fieles. Todo era hermoso y lleno de gloria. Los ángeles cantaban un hermoso himno, luego dejaban de cantar y se quitaban las coronas deslumbrantes, las echaban a los pies del glorioso Jesús, y con voces melodiosas clamaban: “¡Gloria! ¡Aleluya!” Me uní con ellos en sus cantos de alabanza y honor al Cordero, y cada vez que abría la boca para loarle, me dominaba un inefable sentido de la gloria que me rodeaba. Era mucho más: un indecible y eterno peso de gloria. Dijo el ángel: “El pequeño residuo que ama a Dios, guarda sus mandamientos y cuyos miembros sean fieles hasta el fin, disfrutará de esta gloria y estará siempre en la presencia de Jesús para cantar con los santos ángeles.”

Luego mis ojos fueron desviados de la gloria, y se me mostró al residuo en la tierra. El ángel les dijo: “¿Queréis huir de las siete postreras plagas? ¿Queréis ir a la gloria y disfrutar de todo lo que Dios ha preparado para los que le aman y están dispuestos a sufrir por amor de él? En tal caso, debéis morir para poder vivir. Preparaos, preparaos, preparaos. Debéis realizar mayores preparativos que los que habéis realizado, porque el día del Señor viene, día de ira cruel y ardiente, que asolará la tierra y destruirá a los pecadores de ella. Sacrificadlo todo para Dios. Ponedlo todo sobre su altar: el yo, vuestras propiedades, todo, como sacrificio vivo. El entrar en la gloria lo exigirá todo. Haceos tesoros en los cielos, donde no puede acercarse ladrón alguno ni haber orín que corrompa. Debemos participar de los sufrimientos de Cristo aquí si queremos participar con él de su gloria más tarde.”

El cielo nos habrá costado bastante poco, aun cuando lo obtengamos por medio de sufrimiento. Debemos negarnos a nosotros mismos todo el camino, morir diariamente, dejar que sólo se vea a Jesús, recordar de continuo su gloria. Vi que los que han aceptado la verdad últimamente tendrían que saber lo que es sufrir por amor de Cristo, que tendrían que soportar pruebas duras y amargas, a fin de ser purificados y preparados mediante el sufrimiento para recibir el sello del Dios vivo, pasar por el tiempo de angustia, ver al Rey en su gloria, y morar en la presencia de Dios y de los ángeles santos y puros. 

Al ver lo que debemos ser para heredar la gloria, y ver luego cuánto sufrió Jesús para obtener en nuestro favor una heredad tan preciosa, rogué que fuésemos bautizados en los sufrimientos de Cristo, para no atemorizarnos frente a las pruebas, sino soportarlas con paciencia y gozo, sabiendo que Cristo sufrió a fin de que por su pobreza y sufrimientos nosotros pudiésemos ser enriquecidos. Dijo el ángel: “Negaos a vosotros mismos; debéis avanzar con rapidez.” Algunos de nosotros hemos tenido tiempo para llegar a la verdad, para avanzar paso a paso, y cada paso que hemos dado nos ha fortalecido para tomar el siguiente. Pero ahora el tiempo está casi agotado, y lo que hemos tardado años en aprender, ellos tendrán que aprenderlo en pocos meses. Tendrán también que desaprender muchas cosas y volver a aprender otras. Los que no quieran recibir la marca de la bestia y su imagen cuando se promulgue el decreto, deben tener ahora decisión para decir: No, no queremos honrar la institución creada por la bestia. 

Primeros Escritos, p.64-67.

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