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Wednesday, April 9, 2008

SERVIDORES DE LA MISSION DE CRISTO

Crónica de la 69 Congregación de procuradores de la Compañía de Jesús
Servidores de la misión de Cristo


Emblema de la Compañía de Jesús (1610-1626)

«Viendo –escribió Polanco en 1547– que no había jefe entre ellos, ni otro superior que Jesucristo, al que querían servir con exclusión de todo otro, les pareció bien tomar el nombre de Aquel a quien tenían por jefe y llamarse Compañía de Jesús». Cuentan los cronistas que los «primeros padres» tomaban las decisiones «entre amigos en Cristo». Ahora, en Loyola, entre amigos en Cristo, se ha celebrado la 69 Congregación de Procuradores, un ejemplar examen de conciencia de la salud de la Compañía de Jesús. ¿Qué ha pasado en Loyola? Los comunicados oficiales de la Oficina de información y prensa de la Compañía nos lo relatan. Éste es el resumen de lo allí acontecido, de lo allí visto y oído


Fue en una soleada mañana del pasado 18 de septiembre. Una misa, presidida por el Prepósito General de la Compañía de Jesús, el padre Peter-Hans Kolvenbach. Y una homilía, en la que los Procuradores escucharon del padre General las dos primeras preguntas que marcarían los trabajos y los días posteriores: «¿Cómo anda nuestra fe en la misión de Cristo, en su modo de anunciar la Buena Nueva hoy? ¿Cómo anda nuestro amor de contemplativos del misterio de Cristo y de su Iglesia, en una acción apostólica que, yendo más allá de la utilidad y la eficacia, guarda la gratuidad de este perfume de gran precio, derramado por puro amor sobre los pies de Jesús?» Al término de la celebración, se leyó el telegrama que Juan Pablo II envió al cenáculo de los seguidores de Padre Maestro Ignacio.
Eran las 11,15 horas cuando el padre Kolvenbach iniciaba el amplio parlamento sobre el estado de la Compañía de Jesús. Agradeció a los Procuradores los informes que le habían enviado en los meses precendentes. A renglón seguido, sus palabras sonaron ya en su más pura tonalidad: «Leyendo sus informes, que reflejan una desbordante actividad apostólica en todas partes del mundo, sería difícil concluir que la Compañía está profundamente enferma, o a punto de muerte. Pero, si hay que dar fe a aquel sabio indio, un hombre sano es un enfermo que ignora estarlo. Esto nos incita a mirar más de cerca nuestro estado de salud. Sobre todo porque, siendo servidores de la misión de Cristo llamados a la proclamación íntegra del Evangelio en medio del mundo y en el corazón de las masas, estamos expuestos a las enfermedades de nuestro tiempo, del que forman parte tanto el espiritualismo desencarnado como el activismo meramente secular».
¿Cuáles son esas enfermedades de nuestro tiempo, de las que habla el padre Kolvenbach? «Compartimos con este mundo sus enfermedades que, según los continentes, son la sociedad de consumo y de abusos sexuales, múltiples formas de injusticia social y de discriminación colectiva, o una Humanidad cada vez más autónoma que no reconoce a su Creador amoroso, a su Salvador compasivo y a su Espíritu re-creador. Estas enfermedades no se han de curar solamente fuera de la Compañía, sino también en nuestros propios corazones, dentro de la Compañía. La sola mención de estas enfermedades, en su diversidad continental y en su variable intensidad, muestra ya que no es nada sencillo hacerse una idea del estado de salud, justo y real, de la Compañía en su conjunto. Hay provincias que viven un fervor auténtico en su contemplación y su acción apostólica. Otras están en una situación a veces preocupante, en la que la ausencia de este fervor pone seriamente en duda el testimonio de una espiritualidad encarnada, que el pueblo de Dios tiene todo el derecho a esperar de nosotros. Es de conocimiento público que ciertas provincias han descubierto, entre sus miembros, casos de abusos sexuales que ponen gravemente en duda nuestra credibilidad apostólica y la imagen del jesuita. Pero, al mismo tiempo, en amplios sectores de la Compañía, el celibato consagrado se vive de la manera más clara y límpida, sin la menor ambigüedad que pueda privarla de su capacidad de testimonio evangélico».


Emblema de la Compañía de Jesús
(1610-1626)


Crisis de la vida de oración

El siguiente capítulo reflejó las principales preocupaciones respecto a la vida y al gobierno en y de la Compañía. La mirada del padre Kolvenbach se fijó en los más de «900 novicios que tenemos»; en que «la edad de los candidatos sigue subiendo, y optar por la Compañía es evidentemente un problema»; en que el gobierno se «ejerce, de hecho, dentro de una gran diversidad». Pero el grueso de su alocución llegaría con el apartado dedicado a la misión: «Leídos los informes de ustedes, reflejan al mismo tiempo la desbordante actividad de una Compañía de Jesús que de ninguna forma atraviesa un período de estancamiento, y la preocupación por saber si todo este empuje expresa realmente nuestra razón de ser, el porqué y el cómo de nuestra vocación de servidores de la misión de Cristo, aquí y ahora». Para el Prepósito General de Compañía de Jesús, «en algunos de los informes de ustedes se menciona una especie de crisis de la vida de oración en la Compañía. La causa puede ser que, con nuestra cultura ambiente, se pierde de vista el rastro de Dios, o se vuelca uno a un activismo tan desenfrenado que la oración parece tiempo perdido para la misión. La exigente expresión in actione contemplativus implica, justamente, una oración plenamente apostólica e integrada, en contra de cualquier experiencia de tipo dualista en la que la vida de oración permanece perfectamente paralela a la de la actividad apostólica, como dos vasos no comunicantes; o bien, en la que la vida de oración funciona como un recargarse de energías y motivaciones hasta agotarse o reventar del todo en la actividad apostólica».
Un último y amplio capítulo del discurso inaugural estuvo dedicado a varios aspectos concretos de la misisón. El primero, la vida comutaria. Dijo el padre Kolvenbach: «Allí, sobre todo, donde el ambiente está fuertemente marcado por el nacionalismo y el racismo, por el clan y por ciertas formas de exclusivismo –incluso entre nosotros–, la voluntad de vivir la Iglesia como comunión, la vida consagrada como familia de Dios y la Compañía como un grupo de amigos en el Señor –por la unión encarnada de los corazones y los ánimos– es una exigencia apostólica que forma siempre parte de nuestra misión, pero que comporta hoy nuevas obligaciones. Los informes de los Procuradores demuestran que, con una vida de don y de perdón, tenemos que rehacer constantemente una unión que el individualismo y la rivalidad no cesan de deshacer».
Otro paso más: el referido a la dialéctica entre la acción educativa y la social: «A veces se reprocha a la Compañía el haber desertado de la causa de la educación para lanzarse a la acción social. Es preciso rendirse a la evidencia de que el sector educativo está todavía en pleno auge, mientras que en la Compañía el sector social propiamente dicho corre peligro de desaparecer, si no se hace cuanto antes un esfuerzo especial. Me refiero al sector social en cuanto que engloba centros sociales, formas de inserción entre los desfavorecidos, respaldo a los sindicatos y movimientos populares. En el conjunto de los ministerios y actividades de la Compañía, existe la creciente convicción de que el servicio privilegiado a los más pobres y necesitados es parte integrante de la misión de Cristo que estamos llamados a continuar: vivir con Cristo como pobres y abrazar con él la causa de los pobres. (…) Los informes de ustedes señalan, de vez en cuando, un verdadero desaliento, porque, después de tantas esperanzas fallidas, hemos llegado a creer humanamente imposible un cambio radical en la lógica de los mercados financieros, y a contentarnos con algunos micro-proyectos simplemente asistenciales».
El viernes 19 de septiembre, el padre General respondió a las 102 preguntas que le habían formulado los Procuradores. En el comunicado oficial, se abre un nuevo epígrafe titulado Elección «ad vitam» del General, en el que leemos: «El Padre General expuso las razones por las que el Santo Padre quiere que la Compñía mantenga la disposición de las Constituciones con respecto a la elección del General ad vitam o, como decía el padre Arrupe, ad vitalitatem. Según las Constituciones, el Padre General puede presentar la dimisión por justas causas. La tradición, sin embargo, hace que sea necesaria la aprobación del Papa». Más adelante, sin respiro alguno, se habló de los nombramientos de Provinciales, de los obispos jesuitas y de la colaboración con los seglares. Como señala el padre Kolvenbach en la entrevista que ofrecemos en este número, en la mañana del domingo, 21 de septiembre, la Congregación de Procuradores votó que no procedía la convocatoria de una nueva Congregación General. Después pasaron al apartado de la Formación de los jesuitas y del fenómeno de la globalización.
Cuando se escriben estas páginas, aún no ha concluido este cenáculo de los compañeros de Jesús. La 69 Congregación de Procuradores quizá se pueda resumir en el escatológico, por real, Ya..., pero todavía no.

José Francisco Serrano


Mensaje de Juan Pablo II al padre Peter-Hans Kolvenbach


Desde Roma, donde –para usar las palabras de san Ignacio– «esta mínima Congregación [...] en su primera institución fue llamada por la Sede Apostólica la Compañía de Jesús» (Const. 1), me es particularmente grato enviar un afectuoso saludo a Usted y a los participantes en la Congregación de Procuradores de todas las Provincias que se desarrolla en Loyola, cuna de vuestro Fundador. Es ésta una ocasión oportuna para mejor descubrir, partiendo de sus orígenes, el carisma que os liga íntimamente a la Sede de Pedro. La inspiración de san Ignacio, de promover «una mayor devoción a la obediencia de la Sede Apostólica» (Formula Instituti, 3), conserva todavía su pleno valor en este comienzo del tercer milenio.
A este respecto, como Sucesor del Apóstol Pedro, le renuevo a Usted, Reverendo Padre, y a toda la Familia ignaciana mi agradecimiento por el apreciado y múltiple servicio apostólico que prestan los jesuitas en tantos países del mundo, especialmente en «la defensa y propagación de la fe y en el provecho de las almas en la vida y doctrina cristiana» (Formula Instituti, 1). Al dar vida a la Compañía de Jesús, san Ignacio se propuso a sí mismo y a sus compañeros el objetivo preciso de «servir al solo Señor y a la Iglesia su Esposa bajo el Romano Pontífice» (cfr. ibíd.) De hecho, en el Sucesor de Pedro veía el garante de la apertura de la Compañía a la misión universal.
El que hoy tiene el cuidado de la Iglesia universal invita a los hijos de san Ignacio a renovar, en estos días de recogimiento y reflexión, su propio carisma, la obediencia que han querido prestarle de modo especial. En cualquier destino adonde seáis enviados, queridísimos jesuitas, «por orden del Vicario Sumo de Cristo nuestro Señor o por los Superiores de la Compañía», no dejéis de proponeros en todo «la mayor gloria divina y el bien de las ánimas, tanto entre fieles como entre infieles» (Const. 603). Debéis ser testigos y operarios, en todas las partes del mundo, de la catolicidad de la Iglesia, que es el sacramento de Cristo en medio de los hombres. ¡Qué rica de frutos se ha revelado en el curso de los siglos la intuición del Fundador! En no pocas circunstancias, a veces complejas y difíciles, el compromiso de la obediencia a Cristo a través de la obediencia a su Vicario en la tierra ha sido de validísimo sostén a la misión de la Iglesia en el mundo.
El Papa cuenta hoy también con esta fiel adhesión de los hijos de san Ignacio y ruega para que, perseverando en su vocación originaria, puedan continuar sirviendo con competencia y entrega a Cristo y a su Iglesia en todas las partes del mundo.
María, Reina de la Compañía, a la que confío las labores de la Congregación de Procuradores, ayude a cada uno de los miembros de la Familia ignaciana a mantener inalterado el carisma recibido para el bien de todo el pueblo de Dios.
Con estos sentimientos de afectuosa cercanía, envío a Usted, Reverendo Padre, y a los que se encuentran en Loyola una especial Bendición, extensible a toda la Compañía de Jesús.


Joannes Paulus II


Fuente: http://www.alfayomega.es/estatico/anteriores/alfayomega369/default.htm

Origen: Revista Alfa y Omega, Numero 369, 25 de Septiembre, 2003.