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Monday, March 22, 2010

Alicia en la tierra del preguntarse

Domingo 21 de Marzo de 2010 Por María Eugenia Bestani - para LA GACETA - TUCUMAN

A PUNTO DE CAER EN EL OTRO MUNDO. La australiana Mia Wasikowska interpreta a Alicia en la reciente versión de Tim Burton.

¿Cuál es el sentido de un libro que no tiene dibujos ni diálogos? se pregunta Alicia, mirando a hurtadillas las páginas que su hermana lee, antes de que comiencen sus aventuras. Al crear un mundo alternativo, Lewis Carroll (1832-1898) supo conformar la necesidad escapista de una época. Función que no ha perdido su vigencia. Sus narraciones, pobladas de imágenes, voces de personajes desopilantes y paradojas, sirvieron originalmente como evasión de la rígida atmósfera victoriana. El hueco de la madriguera y la puerta diminuta que llevan al jardín imaginario conducen también a un modo de contrarrestar una literatura preponderantemente instructiva, con preceptos y moralejas pías. A ese efecto se suma su invención del nonsense poetry, literalmente "poesía del sin sentido", juegos de palabras que con ingenio transgreden las formas comunes de la sintaxis y la semántica inglesa, combinaciones humorísticas que crean un efecto de extrañamiento con el mundo y el lenguaje, y preanuncian el absurdo vanguardista.
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Lewis Carroll, en su persona, encarnó las ambigüedades del puritanismo decimonónico. Hijo de un párroco anglicano de Cheshire; su verdadero nombre era Charles Lutwidge Dodgson. Estudió en Christ Church College, Oxford, y allí trabajó como tutor por casi tres décadas. Fue diácono, matemático, lógico y fotógrafo. Su desempeño como docente y su ordenación sacerdotal se dificultaron por un persistente tartamudeo, sumado a una timidez que sólo parecía ceder cuando narraba historias a una audiencia infantil, en las excursiones campestres. Como si con ello recuperara la niñez perdida (Carroll tuvo siete hermanas), gozaba enormemente de la compañía de las niñas. Las suspicacias freudianas han nutrido una frondosa literatura sobre algunas peculiaridades biográficas. A su modo, las complacía con historias y fotografías (tomadas con el consentimiento de los padres). Una de ellas, hija del decano de Christ Church, Alice Liddell, fue quien inspiró el personaje de Alicia, protagonista de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865), y la no menos popular secuela, A través del espejo, y lo que Alicia encontró allí (1872). Un dato interesante: su pelo era castaño y no rubio, como lo popularizaron las clásicas ilustraciones de John Tenniel.
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Un hecho que revela la rigidez de los principios de Carroll: en ninguna de las dos obras menciona la palabra Dios, y evita vocablos asociados con la divinidad. Quizás, para no transgredir el segundo mandamiento. Martin Gardner, autor de las tres ediciones de Alicia anotada, atribuye esas omisiones a la devoción de Carroll por el clero. Incluso en A través del espejo no nombra a los alfiles (en inglés, alfil es "obispo", bishop), una curiosidad en una narración que es al mismo tiempo una partida de ajedrez, y en que están presentes todas las otras piezas.
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El traductor Juan G. López Guix, trabajando en su versión en castellano, observa que el título tradicional Alicia en el país de las maravillas induce a error. Por supuesto, sin pretender cambiarlo, ya que se trata de una frase armada, un cliché cultural. En el primer capítulo, el verbo to wonder, o sea "preguntarse", recurre ocho veces. El inglés, Wonderland permite dos lecturas: "país de las maravillas", o "la tierra del preguntarse". El título tradicional en castellano enfatiza las extrañezas que la protagonista encuentra en ese mundo subterráneo, y no en su preguntarse y cuestionarse sobre lo que sucede. O sea, dirige nuestro interés sólo a una parte de la historia, la menos importante. Lo que verdaderamente cuenta, dicho en palabras de López Guix, "es la relevancia acordada a la frescura de una mirada que se sorprende con la otredad y que es capaz de subvertir la lógica del lenguaje y del mundo de los adultos".
© LA GACETA
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