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Friday, March 19, 2010

El Secreto del Progreso


Esperad en él en todo tiempo, oh pueblos; derramad delante de él vuestro corazón; Dios es nuestro refugio. (Sal. 62: 8).

Tenemos que dedicar mucho tiempo a la oración si queremos hacer progresos en la vida divina. Cuando se proclamó por primera vez el mensaje de la verdad, ¡cuánto orábamos! Cuán a menudo se escuchaba la voz de intercesión en la habitación, en el establo, en la quinta o en la huerta. Con frecuencia pasábamos horas en ferviente oración, en grupos de dos o tres, reclamando la promesa; a menudo se escuchaba el llanto seguido de la acción de gracias y del himno de alabanza. Ahora el día de Dios está más cerca que cuando creímos, y debiéramos ser más diligentes, más celosos y más fervientes que en esos primeros días. Nuestros peligros son mayores ahora que en aquel entonces.

Jesús recibió sabiduría y poder, durante su vida terrenal, en las horas de oración solitaria. Sigan los jóvenes su ejemplo y busquen a la hora del amanecer y del crepúsculo un momento de quietud para tener comunión con su Padre celestial. Y durante el día eleven su corazón a Dios. A cada paso dado en nuestro camino, nos dice: "Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha. . . No temas, yo te ayudo" (Isa. 41: 13). Si nuestros hijos pudiesen aprender estas lecciones en el alba de su vida, ¡qué frescura y poder, qué gozo y dulzura habría en su existencia!

Quebrántese vuestro corazón por el anhelo que tenga de Dios, del Dios vivo. La vida de Cristo ha mostrado lo que la humanidad puede hacer participando de la naturaleza divina. Todo lo que Cristo recibió de Dios, podemos recibirlo también nosotros. Pedid, pues, y recibiréis. Con la fe perseverante de Jacob, con la persistencia inflexible de Elías, pedid para vosotros todo lo que Dios ha prometido.

Dominen vuestra mente las gloriosas concepciones de Dios. Enlácese vuestra vida con la de Cristo mediante recónditos eslabones. Aquel que ordenó que la luz brillara en las tinieblas, desea brillar en vuestro corazón, para daros la luz del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo. El Espíritu Santo tomará las cosas de Dios y os las mostrará. . . Cristo os conducirá al umbral del Infinito.


Maranata, E. G. White, p.84.

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