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Saturday, August 4, 2012

Arquitecturas y tragedias

EN DIRECTO
|04 AGO|POR EMILIO JOSÉ BREA GARCÍA


Buscar orígenes y encontrar razones es una manera saludable de etiquetar logros, o alcances, realizaciones y avances. En República Dominicana podríamos tener un cuadro diagnóstico explicativo que se pudiera basar en el análisis comparativo de lo que se ha hecho después de un suceso, de una fatalidad, de un acontecimiento natural o provocado.

Vulnerabilidad incluida, la arquitectura surge, de cuando en vez, como la imagen del desastre cuando, por ejemplo, hay un terremoto. Las fotos recogen escenarios devastados y aunque el conteo funesto de los muertos es lo realmente lamentable, no menos importante es el costo del desastre y la peligrosidad latente de lo que queda en pie. Pero visto a la ligera, el tema de lo grave que pudiera ser construir mal es lo que sin dudas produce el desastre de un terremoto porque el movimiento telúrico no es un asesino, no mata por sí mismo, destruye si encuentra construcciones de baja calidad y se cobra caro esas burlas, esas desaprensiones, esas faltas al respeto colectivo y ciudadano, y a las normas de buenas conductas en un ejercicio consciente que sobre todo sea cónsono con la profesionalidad de altura.

La basílica catedral Nuestra Señora de la Altagracia es un templo católico construido en Higüey, en honor al rito mariano de peregrinaje que se habituó realizar en aquel paraje a partir de 1508, cuando los hermanos Trejo vinieron desde Garrovillas, en el oeste de España, muy cerca de la frontera con Portugal. Esa obra monumental es el resultado de un concurso realizado en 1947, un año después de los dos terremotos de agosto del año anterior. Lo ordenó el dictador en agradecimiento a las divinidades porque las fatalidades humanas no fueron tan altas como se temió (en una enciclopedia virtual se puede leer que fueron 100 los muertos).

Hace 66 años de aquel sismo y 65 del concurso e inicio de las obras del templo. Otros 41 años han transcurrido desde el seísmo de la mañana de julio de 1971 que resquebrajó media docena de monumentos coloniales permitiendo que la luz solar traspasara algunas bóvedas y se desplazaran sectores de gruesas paredes de esos edificios heredados de nuestro pasado histórico. Cada terremoto trae una renovación de los enfoques de diseño y de construcción de edificios.

Ahora sabemos, con mucho mayor frecuencia, que la tierra no deja de moverse y estamos al tanto de las singularidades y comportamientos de los mantos del suelo y del subsuelo, lo cual nos permite tener una mayor y mejor percepción de las previsiones que se deben adoptar ante este tipo de fenómenos naturales. Desde el 2003 tenemos bien presente que cualquier día puede "temblar la tierra". Se nos había olvidado.

Igual nos pasó con los huracanes que desde 1930 no pasaba uno, de fuerza inusual, por el mismo Santo Domingo (por Ciudad Trujillo nunca pasó ninguno que no fuera el permanente de la dictadura). Pero un día, de septiembre de 1979, vino el David y de inmediato la Tormenta Federico y al año siguiente Allien, y 19 años más tarde pasó el huracán George y ahora hemos vuelto a estar asustados ante los huracanes y los terremotos, y de estos, principalmente, porque el de enero de 2010, que devastó a Puerto Príncipe, a Jacmel y Leogane, en Haití, nos movió todo el país ratificando que estos fenómenos no tienen nacionalidad ni conocen fronteras.

Pero sin que aparentemente importe mucho, las obras físicas, estatales y privadas, siguen el ritmo de la opulencia y la ostentación. Edificios multipisos, elevados y centros comerciales descomunales, "adornan" las ciudades sin que se sepa si en las calles y avenidas hay rutas de evacuación marcadas, si hay refugios debida y claramente indicados, y si en los recintos cerrados, ya sean comerciales, escolares, hospitalarios, de esparcimientos o fábricas e instalaciones industriales, se realizan simulacros de emergencia.

Ojalá esté equivocado, pero creo que no…




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