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Friday, February 13, 2015

El domingo no es el día del consumidor



El Jardinero12 febrero, 2015El Jardinero Fiel, Off-Topic


Libertad, igualdad y fraternidad. Tres conceptos de resonancias míticas que Francia alternativamente ha elevado a los altares y arrastrado por el barro, en la sucesión de luces y sombras que forman la historia de cualquier Estado. Sin embargo, el mástil de la bandera tricolor de los valores revolucionarios siempre había sido el discurso del progreso: un camino que atravesaba profundas contradicciones pero impulsaba los derechos del ciudadano hacia delante.

Pero hace ya mucho tiempo que ese impulso cesó incluso para el poderoso ciudadano francés, que presencia impotente cómo las instituciones de su país se vacían de contenido. El progreso cede terreno, se recortan libertades y se acepta la supresión de derechos antes irrenunciables. Ahora, la República protege la libertad de comercio: Francia legisla el consumismo



La ley Macron

Hasta el 10 de febrero, el Parlamento francés debatirá la conocida como ley Macron, un polémico proyecto del gobierno contra el que otros partidos y un sinfín de asociaciones han presentado más de tres mil enmiendas. Fuera de la Asamblea Nacional, en cambio, casi dos de cada tres franceses apoyan según las encuestas la aprobación de un texto que, entre otras muchas medidas, eleva a doce la cantidad de domingos en los que se permitirá la apertura de los negocios. Pero además, la nueva norma permitirá también la creación de zonas turísticas internacionales, el auténtico caballo de Troya de la libertad de horarios absoluta. Los sindicatos han puesto el grito en el cielo, pero ven con preocupación que prácticamente nadie parece dispuesto a seguirles a la batalla.

Ante esa evidencia, las asociaciones de trabajadores no pueden plantearse ir a la guerra contra una ley socialista que satisface a la patronal francesa, y promueve abiertamente la privatización de activos públicos con el objetivo de frenar el ascenso del temido déficit público. Y es que la deuda del país galo se acerca peligrosamente al 100% de su PIB y, solo con la ley Macron, el ejecutivo presidido por François Hollande calcula ingresar más de diez mil millones de euros. Una cifra que, en el contexto actual, parece justificación suficiente para legislar algo que la generación del 68 hubiera considerado inaceptable.

Y es que los datos macroeconómicos no bastan para explicar que la población de un país como Francia apoye mayoritariamente una legislación de este tipo, que les acerca a los países de su entorno en una materia como la libertad de horarios comerciales, que tiene sin duda muchas implicaciones sociales: quien apoya una medida así lo hace porque quiere consumir en domingo, porque no le importa que sus conciudadanos tengan que trabajar los festivos o, aún peor, por ambos motivos. En cualquier caso, parece que la medida no supone un paso adelante en pos de la libertad, la igualdad y la fraternidad, sino más bien al contrario, porque no todos los franceses se verán obligados a hacerlo.



Las fiestas de guardar al sur de los Pirineos

En España, el experimento socioeconómico lleva bastantes años de ventaja: la ley 1/2004 de 21 de diciembre, fijó para los comercios, hace ya más de una década, un número mínimo anual de dieciséis domingos abiertos; además, el texto estipulaba que los negocios debían tener un horario comercial de al menos setenta y dos horas semanales. Era la nueva desregulación esquizofrénica de la economía: legislar para garantizar unos horarios comerciales mínimos.

Si antes de 2008 este tipo de normas se justificaban como un intento de aprovechar la buena coyuntura económica, a partir de entonces se siguió legislando en la misma dirección con el pretexto de sobreponerse a la crisis. Cuando quedó claro que abrir cada vez más tiempo los negocios podía servir para una cosa y su contraria, el Real Decreto-ley 8/2014 de 4 de julio, de medidas urgentes para el crecimiento, la competitividad y la eficiencia, estableció que, de no desarrollar norma concreta las Comunidades Autónomas, se entenderá que hay libertad total al respecto. En una década, una legislación bastante restrictiva había dejado paso a otra que lo único que prohíbe es impedir abrir. A partir de ahí, todo el monte es orégano para los comerciantes, esa enorme y falaz categoría que engloba a grandes superficies y pequeños negocios familiares. Algo así como si los biólogos marinos se refiriesen con el mismo nombre a las focas y las ballenas asesinas.



Por si acaso, tal y como sucede ahora en Francia, los sucesivos gobiernos han ido blindando la creación de una serie de Zonas de Gran Afluencia Turística (ZGAT). Para ello se empleó de nuevo la misma estrategia: una vez establecidos por ley los criterios que permitían la designación de un municipio como zona especial, este se consideraba automáticamente Zona de Gran Afluencia Turística si, en el transcurso de los seis meses siguientes, el Estado no recibía ninguna notificación al respecto por parte de su Ayuntamiento. A partir de entonces, todos los comerciantes del municipio tendrían libertad total de horario comercial.

Con esos criterios en la mano, se convirtieron en ZGAT: Madrid, Barcelona, Palma de Mallorca, Sevilla, Valencia, Granada, Málaga, Alicante, Bilbao, Zaragoza, Córdoba, Las Palmas de Gran Canaria, Cartagena y Santa Cruz de Tenerife. En unos casos la zona se extendía a toda la ciudad, mientras que en otros cubría exclusivamente ciertas partes de la misma o aparecía solo de modo estacional. Aún así, poco después se rebajaron los requisitos iniciales y se incorporaron a la lista otras diez ciudades españolas, a las que hay que sumar algunos municipios que lo solicitaron voluntariamente.

De este modo, sin tener que sufrir siquiera el desgaste de solicitar activamente la creación de todas estas ZGAT, los gobiernos locales y regionales se afanaron en celebrar la supuesta creación de miles de puestos de trabajo y el aumento de la recaudación de impuestos captados a los felices turistas que, por fin, podrían disfrutar de comprar a casi cualquier hora, en casi cualquier lugar de España. Porque, ¿qué mejor plan para una tarde de domingo en España que ir de compras por la milla de oro de cualquier ciudad, repleta de cadenas que pueden encontrarse en casi cualquier lugar del mundo? Spain is different.



El valor del domingo

Doctrinas tan enfrentadas como el cristianismo y el movimiento obrero reconocieron de forma común el valor de los domingos y los festivos como espacios libres de trabajo. Jornadas en las que, con más o menos dinero en el bolsillo, los seres humanos podían disfrutar de esa dosis semanal de libertad que supone tener tiempo libre. Ese que cada uno puede malgastar de la forma que quiera.

Ni siquiera las convulsiones sociales de la Edad Contemporánea demolieron el carácter sagrado de los domingos. El día del señor de un creyente no difería en exceso del día libre del ateo más acérrimo: unos y otros se levantaban más tarde de lo habitual, comían con la familia y conversaban con los amigos. La vida cotidiana es tan prosaica, que incluso los comunistas cenan con su familia en navidad y los católicos dan un paseo por el parque el primero de mayo. Sin embargo, la irrupción del consumo en el ocio actual ha logrado acabar en poco tiempo con este reservado semanal que ni siquiera la gran lucha ideológica de la segunda mitad del siglo XX había podido amenazar.


Diariamente presenciamos incrédulos cómo las relaciones humanas se baten en retirada. Muchos se resisten al discurso imperante y tratan de avanzar hacia ellas, pero chocan frontalmente con un entorno que les arrastra en dirección contraria. Y sin embargo, incluso los más pesimistas reconocerán que, aunque resultase imposible recuperar un simple centímetro del camino del progreso, dejar de perder terreno se ha convertido en una imperiosa necesidad.

Como nadie está libre de culpa, bueno será que nadie tire piedras. Cada uno es consciente de lo que necesita para disfrutar de sus domingos: pan recién hecho, una entrada para un partido de fútbol, un café o un taxi. Pero, ¿en qué momento empezamos a necesitar pasar el día encerrados entre las cuatro paredes de un horrible edificio climatizado, consumiendo cosas que no necesitamos con urgencia o, incluso, no necesitamos en absoluto?

No solo es posible no comprar en domingo, sino que también es posible no comprar jamás en los comercios que abran el único día de la semana en el que los padres pueden jugar con sus hijos. El consumo responsable e informado es una polea dispuesta ante los consumidores para multiplicar la fuerza de una decisiones que, habitualmente, no se ponen en marcha porque unos y otros piensan que resultarían inútiles. Sin embargo, este es aún un terreno por explorar en el que un exiguo tanto por ciento de la ciudadanía puede poner en jaque a reyes que llevan mucho tiempo enrocados en una partida aparentemente vencida.


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Comentario del blogero:

la gran lucha ideológica de la segunda mitad del siglo XX 

¿Que lucha, ni lucha? 
Es bueno saber historia para que otros no les engañen con cuentos, pues, a mediado del siglo pasado España era una dictadura igual que Cuba y Chile.  No fue hasta el 1975, cuando murio el tirano Francisco Franco que ese pais pudo incorporarse gradualmente al mundo moderno y libre...

Arsenio
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