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Sunday, November 22, 2015

Responsabilidad de los ministros


Una solemne responsabilidad descansa sobre los atalayas. ¡Cuán cuidadosos debieran ser para entender y explicar la palabra de Dios! “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas escritas en ella...” Apocalipsis 1:3. Dice el profeta Ezequiel: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando traiga yo la espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tome un hombre de entre ellos y lo ponga por atalaya, si, cuando él vea venir la espada sobre la tierra, toca trompeta y avisa al pueblo, entonces cualquiera que oiga el sonido de la trompeta y no se aperciba, si la espada llega y lo quita de en medio, su sangre será sobre su propia cabeza. Oyó el sonido de la trompeta, y no se apercibió; su sangre será sobre él; mientras que si se hubiese apercibido, habría librado su vida. Pero si el atalaya ve venir la espada y no toca la trompeta, y el pueblo no se apercibe, y viniendo la espada quita a alguien de en medio de ellos, éste es quitado de en medio por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel; cuando oigas la palabra de mi boca, los amonestarás de mi parte. Cuando yo diga al malvado: Oh malvado, de cierto morirás, si tú no hablas para apercibir al malvado de su mal camino, el malvado morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Pero si tú avisas al malvado de su camino para que se aparte de él, y él no se aparta de su camino, él morirá por su pecado, pero tú habrás librado tu vida”. Ezequiel 33:1-9.

La responsabilidad de los atalayas de hoy es tanto mayor que en los días del profeta, como nuestra luz es más clara y nuestros privilegios y oportunidades mayores que en sus días. Es el deber del ministro amonestar y enseñar a todo hombre, con toda humildad y sabiduría. No se ha de conformar a las costumbres del mundo, sino que como siervo de Dios contenderá por la fe que ha sido transmitida a los santos. Satanás está obrando constantemente para derribar los baluartes que le impiden el libre acceso a las almas; y mientras nuestros ministros no son más espirituales en sus pensamientos, mientras no establecen una conexión estrecha con Dios, el enemigo tiene gran ventaja y el Señor considera al atalaya responsable por su éxito.

Me permito, en esta ocasión, dar una advertencia a los que se congregarán para nuestro congreso campestre. El fin de todas las cosas se acerca. Mis hermanos, ministros y laicos, se me ha mostrado que debéis trabajar de una manera diferente a la que habéis estado acostumbrados. El orgullo, la envidia, la importancia propia e independencia no santificada, han mancillado vuestras labores. Cuando los hombres se dejan lisonjear y exaltar por Satanás, el Señor puede hacer poco por ellos o a través de ellos. ¡A qué humillación sin medida descendió el Hijo del hombre para elevar a la humanidad! Los obreros de Dios, y no solamente los ministros sino también el pueblo, necesitan la mansedumbre y sumisión de Cristo si han de beneficiar a sus semejantes. Siendo Dios, nuestro Salvador se humilló al asumir la naturaleza humana. Pero se rebajó aún más. “Como hombre, se humilló a sí mismo, al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”. Filipenses 2:8. ¡Cómo quisiera hallar palabras para presentar estos pensamientos ante vosotros! Ojalá que el velo se rasgara y pudierais ver la causa de vuestra debilidad espiritual. Ojalá que os fuera posible concebir las abundantes provisiones de gracia y poder que aguardan que vosotros las pidáis. Aquellos que tienen hambre y sed de justicia serán saciados. Debemos ejercer una fe mayor al clamar a Dios por las bendiciones necesarias. Hay que esforzarse, agonizar, para entrar por la puerta estrecha.

Dice Cristo: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:28, 29. Testifico ante vosotros, mis queridos hermanos, ministros y pueblo, de que no habéis aprendido esta lección. Cristo sufrió vergüenza, agonía y muerte por nosotros. “Haya, pues entre vosotros, este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Filipenses 2:5. Soportad el reproche y vituperio sin represalias, sin espíritu de venganza. Jesús murió, no sólo para hacer expiación por nosotros sino también para ser nuestro modelo. Oh, ¡qué maravillosa condescendencia! ¡Amor incomparable! Al contemplar al Príncipe de Paz sobre la cruz, ¿podéis albergar el egoísmo? ¿Podéis ceder ante el odio o la venganza?

Que el espíritu altivo se doblegue en humildad. Que el corazón endurecido sea quebrantado. Que el yo no se consienta, compadezca ni exalte más. ¡Mirad, oh, mirad a Aquel que fue traspasado por nuestros pecados! Vedle subiendo paso a paso el sendero de la humillación para levantarnos, rebajándose a sí mismo hasta ya no poder más, y todo para salvar a los que caímos por causa del pecado. ¿Por qué seremos tan indiferentes, tan fríos, tan formales, tan orgullosos, tan autosuficientes?

¿Quién de nosotros está siguiendo fielmente al Modelo? ¿Quién de nosotros ha emprendido y continuado la lucha contra el orgullo del corazón? ¿Quién de nosotros, con toda seriedad, se ha puesto a luchar contra el egoísmo hasta que éste abandone su morada en el corazón y deje de manifestarse en la vida? Al contemplar la cruz de Cristo y ver cumplirse las señales que nos acercan más al juicio, quiera Dios que las lecciones que se nos han dado puedan quedar grabadas de tal manera en nuestros corazones que nos hagan más humildes, más abnegados, más bondadosos el uno para con el otro, menos preocupados por nosotros mismos, menos criticadores, y más dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros, que lo que estamos ahora.

Se me ha mostrado que, como pueblo, nos estamos apartando de la sencillez de la fe y de la pureza del Evangelio. Muchos corren grave peligro. A menos que cambien su comportamiento, serán separados de la Vid verdadera, como ramas inservibles. Hermanos y hermanas, se me ha mostrado que estamos al borde del mundo eterno. Es preciso que ahora ganemos victorias a cada paso. Cada acto de bondad es una semilla que se siembra, la cual dará fruto para vida eterna. Todo éxito logrado nos coloca en un peldaño más elevado de la escala del progreso y nos proporciona mayor fuerza espiritual para alcanzar nuevas victorias. Cada acto correcto prepara el camino para la repetición del mismo.

El tiempo de prueba se está terminando para algunos; y ¿podrá decirse que andan bien, que se han hecho aptos para la vida futura? ¿No revelará su registro oportunidades desperdiciadas, privilegios descuidados, una vida de egoísmo y mundanalidad que no ha llevado fruto para la gloria de Dios? ¿Y cuánto de la labor que el Maestro nos dejó para hacer ha quedado sin hacer? En todo nuestro alrededor hay almas que amonestar; pero con frecuencia hemos ocupado el tiempo en servirnos a nosotros mismos, y ante Dios ha subido un registro de almas que han bajado al sepulcro perdidas, sin haber sido amonestadas.

El Señor todavía tiene propósitos de misericordia para con nosotros. Hay lugar para el arrepentimiento. Podemos convertirnos en los amados de Dios. Ruego a los que han tenido por muy lejana la venida de nuestro Señor que comiencen ahora la labor de redimir el tiempo. Estudiad la Palabra de Dios. Que todos los que estén en esta reunión hagan un pacto con Dios para abandonar las conversaciones triviales y frívolas y la lectura vana; y el año entrante leed la Palabra de Dios con diligencia y oración para que podáis dar, a todo el que os la pida, una razón de la esperanza que hay en vosotros. ¿No humillaréis sin demora vuestros corazones ante Dios y os arrepentiréis de vuestra inactividad?

No piense nadie que lamento o quiero retractar ningún testimonio claro que haya dirigido a individuos o al pueblo. Si en alguna cosa he fallado, ha sido en no reprender el pecado más decididamente y con mayor firmeza. Algunos de los hermanos han asumido la responsabilidad de criticar mi obra y de proponer una manera más fácil de corregir los errores. Yo diría a las tales personas: Yo sigo el camino de Dios y no el vuestro. Lo que he dicho o escrito en forma de testimonio o reprensión no ha sido expresado con exceso de claridad.

Dios me ha dado mi obra, y tengo que enfrentarla en el día del juicio. Los que han escogido su propio camino, que se han sublevado en contra de los claros testimonios que les fueron dados y que han procurado debilitar la fe de otros en ellos, han de arreglar sus cuentas con Dios. Yo no retracto nada. No suavizo nada para acomodarme a sus ideas o excusar sus defectos de carácter. No he hablado con la claridad que el caso merecía. Quienes de alguna manera le roben fuerza a las agudas reprensiones que Dios me ha pedido que comunique, tendrán que hacer frente a su obra en el juicio.

Hace algunas semanas, viéndome cara a cara con la muerte, contemplé de cerca la eternidad. Si el Señor tiene a bien levantarme de mi estado actual de debilidad, espero, mediante la gracia y fuerza que viene de arriba, poder comunicar fielmente las palabras que él me dé. Durante toda mi vida, al tener que comunicar los testimonios que Dios me ha dado, se me ha hecho terriblemente difícil herirle los sentimientos a nadie, o perturbar su autoengaño. Es algo contrario a mi naturaleza. Me ocasiona gran dolor y me cuesta muchas noches de desvelo. Vuelvo a decir a los que han asumido la responsabilidad de reprenderme y, en su juicio finito, proponer un camino que a ellos les parece más sabio: No acepto vuestros esfuerzos. Dejadme con Dios, y permitid que él me enseñe. Tomaré las palabras del Señor y las hablaré al pueblo. No espero que todos acepten la reprensión y reformen sus vidas, pero debo cumplir mi deber de todas maneras. Caminaré en humildad ante Dios, llevando a cabo mi obra para este tiempo y la eternidad.

Dios no ha dado a mis hermanos la obra que me ha encomendado a mí. Se ha insistido en que mi manera de reprender en público ha hecho que otros se vuelvan cortantes, criticadores y severos. Si es así, tendrán que arreglar el asunto con el Señor. Si otros asumen una responsabilidad que Dios no les ha impuesto; si hacen caso omiso de las instrucciones que él les ha dado vez tras vez a través del humilde instrumento que él ha escogido, para que sean bondadosos, pacientes y longánimes, ellos solos tendrán que responder por los resultados. Con corazón abrumado por la tristeza, he cumplido mi desagradable deber para con mis amigos más queridos, no atreviéndome a complacerme a mí misma retrayendo la reprensión, ni aun de mi propio esposo; y no seré menos fiel en amonestar a otros, oigan o no oigan. Cuando hablo al pueblo, digo muchas cosas que no he premeditado. A menudo el Espíritu del Señor desciende sobre mí. Parece ser que soy transportada fuera y lejos de mí misma; la vida y el carácter de diferentes personas son presentados con claridad ante mi mente. Veo sus errores y peligros, y me siento compelida a hablar acerca de lo que de esa manera se me ha presentado. No me atrevo a resistir al Espíritu de Dios.

Sé que algunos están desconformes con mi testimonio. No se acomoda a sus corazones orgullosos y no consagrados. Siento cada vez más profundamente la pérdida que nuestro pueblo ha sufrido por no haber aceptado y obedecido la luz que Dios me ha dado. Mis hermanos más jóvenes en el ministerio, os ruego que reflexionéis más acerca de vuestra solemne responsabilidad. Consagrados al Señor, podréis ejercer una poderosa influencia en favor del bien en la iglesia y en el mundo; pero carecéis de una piedra sincera y de devoción. Dios os ha enviado para que seáis una luz en el mundo por medio de vuestras buenas obras tanto como por vuestras palabras y teorías. Pero muchos de vosotros podéis ser representados por las vírgenes insensatas que no tenían aceite en sus lámparas.

Mis hermanos, haced caso al testimonio y consejo del Testigo fiel y Dios obrará por vosotros y en vosotros. Vuestros enemigos podrán ser fuertes y determinados, pero Uno más fuerte que ellos será vuestro ayudador. Permitid que la luz brille y ella hará su obra. El Señor de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob.

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Testimonios para la Iglesia, Tomo 5, p. 15-20.


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