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Sunday, February 12, 2017

Mensaje del P. General en la Jornada Mundial para los Refugiados 2017


Roma

En primer lugar quiero expresar la alegría y emoción que siento al compartir estos momentos de intercambio, de oración y de reflexión con todos ustedes.
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Este momento es un signo importante del compromiso que la Compañía de Jesús ha asumido de acompañar, con las modestas fuerzas de que dispone, las angustias y las esperanzas de los refugiados que viven en Italia y en el mundo entero. Como saben,
vengo de América Latina, continente donde hay millones de refugiados y migrantes por los mismos motivos que hemos escuchado en los testimonios sobrecogedores de Asiz, Dhurata, Mortezza, Mirvat y Edelawit.



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He conocido de cerca situaciones similares en la frontera entre Colombia y Venezuela, donde viví diez años antes de ser llamado a Roma. He tenido contacto con familias enteras obligadas a abandonarlo todo para salvar su vida, amenazada por esa injusta
violencia, que se ha hecho dueña de nuestras sociedades. He conocido niños y jóvenes obligados a convertirse en soldados y forzados a tomar parte en guerras que nada tenían que ver con sus deseos, sus pensamientos, ni sus sueños. Pero también he conocido la generosidad de otras muchas familias que acogíanfraternalmente a los que buscaban una vida nueva. He sido testigo de cómo escuelas, maestros y comunidades cristianas estaban dispuestos a echar una mano a los recién llegados.
Y no me son ajenas las dificultades que encuentra el Estado a la hora de reconocer el drama humano de los refugiados, facilitando su inserción en la sociedad, y ofreciéndoles oportunidad de trabajo y desarrollo personal. He visto también muy de cerca abusos por parte de la policía y de los que trafican con el dolor humano.
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Por todo ello me brota del corazón situarme muy cercano a los esfuerzos que se hacen por acompañar de cerca la situación de los jóvenes refugiados y por animar las diversas acciones que pretenden asegurar la tutela de la vida y de la esperanza de niños y adolescentes en condición de refugiados, y de todos los reclutados por los traficantes para convertirlos en los llamados baby-scafisti.
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Es necesario promover un movimiento ciudadano que presione a los Estados y a los Gobiernos de Europa y de otras partes del mundo, de modo que hagan lo posible para que los niños y adolescentes que se ven obligados a abandonar sus casas, sus
países y, muchas veces, también a sus familias, encuentren canales de acceso seguro y legal para buscar un futuro en otra parte. La ausencia de canales de este tipo añade aún peligrosidad al peregrinaje de los migrantes y aumenta la injusticia que ya padecen cuantos han tenido que huir de su patria. La ausencia de una protección adecuada, de la posibilidad de acceso a unos visados humanitarios y de políticas eficientes de inserción social, alimenta una de las mayores plagas de la humanidad en nuestro tiempo: la trata de personas humanas. Lo hemos escuchado en los testimonios que han precedido.
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El desarrollo político de Europa ha creado múltiples instituciones públicas para tutelar los derechos de las personas, especialmente de niños y jóvenes. El creciente flujo migratorio supone un desafío a estas instituciones, para que aseguren una tutela segura y adecuada a los muchos que cada día llaman a las puertas de los países europeos, a los que hay que acoger y no excluir. La presencia de los migrantes supone una invitación a los ciudadanos europeos, hijos de una cultura que reivindica los derechos del hombre como signo de progreso humano y social, a que ahonden en su conciencia humana y política y exijan a los Gobiernos de sus Estados a que pongan en marcha un sistema de acogida organizado, con estructuras idóneas y oportunamente extendidas sobre todo el territorio, que garanticen una acogida humana a los migrantes, empezando por la atención personal a cada uno, especialmente a los más jóvenes.
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Para Europa y todos los países receptores de migrantes tendría que ser motivo de orgullo la creación de estructuras que ayuden los que llegan a encontrar condiciones humanes para rehacer su vida y para que los jóvenes puedan soñar un futuro posible, contando con que ellos hagan también el esfuerzo necesario.
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Queridos amigos y amigas, reunidos y reunidas hoy en esta Iglesia del Gesù para hacer memoria de tantos migrantes y refugiados que luchan por una vida humana y digna, os invito a multiplicar los esfuerzos para que nuestras sociedades lleguen a ser espacios de acogida sincera de los que sufren por la necesidad de migrar.
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Gracias de corazón.
Arturo Sosa, S.I.
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Fuente (pdf):
http://www.cpalsj.org/wp-content/uploads/2017/01/Mensaje-del-P.-General-en-la-Jornada-mundial-para-los-Refugiados-2017-.pdf
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