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Friday, July 14, 2017

Los pecados de Babilonia



Los pecados de Babilonia

Vi que desde que el segundo ángel proclamara la caída de las iglesias, éstas se han estado volviendo cada vez más corruptas. Tienen el nombre de seguidoras de Cristo; pero es imposible distinguirlas del mundo. Los ministros sacan sus textos de la Palabra de Dios, pero predican cosas agradables. Contra esto el corazón natural no tiene objeción. Lo que resulta odioso para el corazón carnal es tan sólo el espíritu y el poder de la verdad, así como la salvación por Cristo. No hay en el ministerio popular cosa alguna que despierte la ira de Satanás, haga temblar al pecador, o aplique al corazón y la conciencia las temibles realidades de un juicio que pronto se realizará. En general los impíos encuentran agradable una forma de piedad carente de eficacia, y ayudarán a sostener una religión tal.

Dijo el ángel: “Nada que sea menos que toda la armadura de justicia puede habilitar al hombre para vencer las potestades de las tinieblas y retener la victoria sobre ellas. Satanás ha tomado plena posesión de las iglesias en conjunto. Se ponen de relieve los dichos y las obras de los hombres en vez de las claras y cortantes verdades de la Palabra de Dios. El espíritu y la amistad del mundo son enemistad hacia Dios. Cuando la verdad en su sencillez y fortaleza, tal cual es en Jesús, se levanta frente al espíritu del mundo, despierta en seguida el espíritu de persecución. Muchísimos que profesan ser cristianos no han conocido a Dios. El corazón natural no ha sido cambiado, y el ánimo carnal permanece en enemistad con Dios. Aquéllos son siervos fieles de Satanás, a pesar de haber asumido otro nombre.”



Vi que desde que Jesús dejó el lugar santo del santuario celestial y entró detrás del segundo velo, las iglesias han estado llenándose de toda ave inmunda y aborrecible. Vi gran iniquidad y vileza en las iglesias; sin embargo sus miembros profesan ser cristianos. La profesión que hacen, sus oraciones y sus exhortaciones, son abominación a la vista de Dios. Dijo el ángel: “Dios no halla agrado en sus asambleas. Practican el egoísmo, el fraude y el engaño sin reprensión de su conciencia. Sobre todos estos malos rasgos arrojan el manto de la religión.” Me fué mostrado el orgullo de las iglesias nominales. Dios no cabe en sus pensamientos; sus ánimos carnales se espacian en sí mismos; adornan sus pobres cuerpos mortales, y luego se miran con satisfacción y placer. Jesús y los ángeles los miran con enojo. Dijo el ángel: “Sus pecados y su orgullo han subido hasta el cielo. Su porción está preparada. La justicia y el juicio han dormitado largo tiempo, pero pronto despertarán. La venganza es mía, yo pagaré, dice el Señor.” Las terribles amenazas del tercer ángel van a ser realizadas, y todos los impíos han de beber de la ira de Dios. Una hueste innumerable de malos ángeles está dispersándose por toda la tierra y llena las iglesias. Estos agentes de Satanás consideran con regocijo las agrupaciones religiosas, porque el manto de la religión cubre los mayores crímenes e iniquidades.

Todo el cielo contempla con indignación a los seres humanos, obra de las manos de Dios, reducidos por su
semejantes a las mayores bajezas de la degradación y puestos al nivel de los brutos. Personas que profesan seguir al amado Salvador, cuya compasión se despertó siempre que viera la desgracia humana, participan activamente en ese enorme y gravoso pecado: trafican con esclavos y con las almas de los hombres. La agonía humana es trasladada de lugar en lugar para ser comprada y vendida. Los ángeles han tomado nota de todo esto; y está escrito en el libro. Las lágrimas de los piadosos esclavos y esclavas, de padres, madres, hijos, hermanos y hermanas, todo esto está registrado en el cielo. Dios refrenará su ira tan sólo un poco más. Esa ira arde contra esta nación y especialmente contra las organizaciones religiosas que han sancionado este terrible tráfico y han participado ellas mismas en él. Tal injusticia, tal opresión, tales sufrimientos, son considerados con cruel indiferencia por muchos de los que profesan seguir al manso y humilde Jesús. Muchos de ellos pueden infligir ellos mismos, con odiosa satisfacción, toda esta indescriptible agonía; y sin embargo se atreven a adorar a Dios. Es una burla sangrienta; Satanás se regocija por ella y echa oprobio sobre Jesús y sus ángeles con motivo de tales inconsecuencias, y dice con placer infernal: “¡Estos son los que siguen a Cristo!”

Estos profesos cristianos leen lo referente a los sufrimientos de los mártires, y les corren lágrimas por las mejillas. Se admiran de que los hombres pudiesen endurecerse al punto de practicar tales crueldades para con sus semejantes. Sin embargo, los que piensan y hablan así siguen al mismo tiempo manteniendo seres humanos en la esclavitud. Y no es esto todo; tronchan los vínculos naturales y oprimen cruelmente a sus semejantes. Pueden infligir las torturas más inhumanas con la misma implacable crueldad que manifestaron los papistas y los paganos hacia los que seguían a Cristo. Dijo el ángel: “En el día en que se ejecute el juicio de Dios, la suerte de los paganos y de los papistas será más tolerable que la de estos hombres.” Los clamores de los oprimidos han llegado hasta el cielo, y los ángeles se quedan asombrados frente a los indecibles y agonizantes sufrimientos que el hombre, formado a la imagen de su Hacedor, inflige a sus semejantes. Dijo el ángel: “Los nombres de los opresores están escritos con sangre, cruzados por azotes e inundados por las ardientes lágrimas de agonía que han derramado los dolientes. La ira de Dios no cesará antes de haber hecho beber a esta tierra de luz las heces de la copa de su ira, antes de que haya recompensado a Babilonia al doble. Dadle a ella como os ha dado, y pagadle el doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble.”

Vi que el que es dueño de un esclavo tendrá que responder por el alma de ese esclavo a quien mantuvo en la ignorancia; los pecados del esclavo serán castigados en el amo. Dios no puede llevar al cielo al esclavo que fué mantenido en la ignorancia y la degradación, sin saber nada de Dios ni de la Biblia, temiendo tan sólo el látigo de su amo, y ocupando un puesto inferior al de los brutos. Pero hace con él lo mejor que puede hacer un Dios compasivo. Le permite ser como si nunca hubiera sido, mientras que el amo debe soportar las siete postreras plagas y luego levantarse en la segunda resurrección para sufrir la muerte segunda, la más espantosa. (Véase el Apéndice.) Entonces la justicia de Dios estará satisfecha.


Primeros Escritos, pp. 273-276.


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