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Sunday, August 6, 2017

‘La diplomacia de la Iglesia Católica es una diplomacia de paz’







‘La diplomacia de la Iglesia Católica es una diplomacia de paz’

INFOVATICANA

27 Julio, 2017



El Cardenal Pietro Parolin, jefe de la diplomacia vaticana, habla sobre la atención de la Iglesia en el Este europeo, el papel de la diplomacia de la Santa Sede en las zonas de conflicto, las relaciones con Estados Unidos, la figura de Helmut Kohl o el diálogo con China y Vietnam en una entrevista con Gianfranco Brunelli.

(Entrevista publicada en Il Regno el 27 de julio de 2017)



Gianfranco Brunelli / Il Regno– Tras la visita a Bielorrusia (2015) y Ucrania (2016), el Secretario de Estado vaticano, el cardenal Pietro Parolin, viajará a Moscú a finales de agosto. De este modo, tras los nuevos equilibrios que surgieron a consecuencia de la caída de la Unión Soviética, la Santa Sede confirma su atención hacia Europa Oriental en general, y Rusia en particular. Lo vemos en los mensajes que el Papa Francisco ha enviado en diversas ocasiones al presidente ruso Vladimir Putin, pero también en el diferente -mas no por ello menos influyente- nivel ecuménico, con el histórico encuentro entre Francisco y el jefe de la Iglesia Rusa Ortodoxa, el Patriarca Cirilo, en La Habana en 2016.

Eminencia, ¿cómo encaja su viaje en este recorrido?


“La atención de la Santa Sede hacia Europa Oriental no es algo nuevo, sino que viene de antiguo y nunca ha desaparecido, ni siquiera en los años más difíciles. La Santa Sede siempre ha tenido relaciones importantes con Europa Oriental y con Rusia en diferentes fases de la historia. Vale la pena recordar dos acontecimientos que no son muy conocidos, pero que son significativos. Durante su visita a Roma en 1845, el Zar Nicolás I, Emperador de Rusia, tuvo dos encuentros con el Papa Gregorio XVI. Dos años más tarde hizo un acuerdo con el Papa Pío IX. Las Iglesias locales permanecieron cerca de la gente, también en los momentos dramáticos de las persecuciones. No es sólo su situación en los límites de Europa lo que hace que Europa Oriental sea importante, sino también su papel histórico en términos de civilización, cultura y fe cristianas. Hay quien ha dicho que cuando Juan Pablo II se imaginó una Europa desde el Atlántico hasta los Montes Urales, no estaba pensando en el “expansionismo occidental”, sino en un continente mucho más unido, como un equipo”.




Tras los años difíciles que siguieron a la caída de la Unión Soviética, somos testigos ahora de la vuelta de Moscú a la escena internacional. Es una vuelta agresiva. Basta sólo pensar en Ucrania y Siria…

“Es evidente que ha habido un periodo de incertidumbre sobre la posición de Rusia en distintas cuestiones, pero no creo que se pueda decir que el país, incluso en sus momentos de mayores dificultades, dejó nunca la escena internacional. Cada día se subrayan las diferencias entre Rusia y los distintos países occidentales, como si fueran mundos distintos, cada uno con sus propios valores, intereses, un orgullo nacional o transnacional, e incluso su propio concepto de ley internacional para oponerse a los otros. En un contexto como éste, el desafío es contribuir a una mayor comprensión recíproca entre quienes corren el riesgo de presentarse como polos opuestos.

El esfuerzo para comprenderse mutuamente no significa rendirse a la posición del otro, sino establecer un diálogo paciente, constructivo, franco y, al mismo tiempo, respetuoso. Esto es incluso más importante cuando se trata de cuestiones que están en el origen de los conflictos actuales y de quienes corren el riesgo de aumentar aún más la tensión.

En este sentido, la cuestión de la paz y la búsqueda de una solución para las distintas crisis que hay en marcha deben situarse por encima de cualquier otro interés nacional o partidista. En este caso no puede haber ni vencedores ni vencidos. Satisfacer los propios intereses específicos, que es una de las características de esta época de vuelta a los nacionalismos, te aleja de la posibilidad de impedir la catástrofe. Estoy convencido que es parte de la misión de la Santa Sede insistir en este aspecto”.

La afirmación radical del Papa Francisco acerca de “la Tercera Guerra Mundial a trozos” en la que estaría inmerso el mundo es sorprendente si piensas seriamente en ello.

“El sistema internacional, tras el final del empate entre los EE.UU. y la Unión Soviética, ha entrado en una fase de gran incertidumbre. Se ha establecido una situación que tiende hacia un multipolarismo diferenciado, debido a la presencia simultánea de grandes, medianos y pequeños actores, con intereses que son diferentes y conflictivos entre ellos. Esto lleva por primera vez, y después de un largo periodo, a una situación de conflicto generalizado. Nos enfrentamos a un aumento en la inseguridad de cada vínculo, sobre todo cultural, y a una fragmentación dramática. En este contexto geopolítico, cualquier reajuste es difícil.

Cuando el Papa Francisco tacha a todos los conflictos actuales como una “Tercera Guerra Mundial a trozos”, está describiendo no sólo un escenario de violencia, sino que está identificando también distintos tipos de conflicto, localizados y concurrentes: guerras directas, guerras de poder, guerras civiles, guerras que han sido suspendidas y pospuestas. Hablamos de conflictos que acaban convirtiéndose en transnacionales, aunque sólo sea por el flujo de dinero y armas que los apoyan y alimentan.

Y por encima de todo están sus trágicas consecuencias: pensemos en la dramática cuestión de los millones de desplazados y refugiados. Según los datos de ACNUR de 2016, el 86% de las personas que buscan asilo (más de 65 millones), lo buscan en países del Tercer Mundo: en su mayoría son desplazados que encuentran refugio en otra parte del mismo país o en sus fronteras. Menos del 10% intentan venir a Europa.

Entre las causas, el Papa incluye cuestiones geopolíticas y de poder, odio racial y, sobre todo, cuestiones económicas y financieras, asuntos ilegales y legales que proliferan cuando hay guerras. A menudo todo esto se esconde bajo el disfraz de razones históricas, culturales e incluso religiosas. Por otra parte, el fuego de la violencia y los conflictos puede sólo apagarse en un contexto global de orden, justicia y desarrollo de las personas.

Si en el África sub-sahariana, en los últimos treinta años, el número de los que viven en absoluta pobreza ha pasado de 200 a 400 millones, no puede haber orden, desarrollo o paz en esas áreas y en las zonas limítrofes. El diálogo, en este caso, es un proyecto compartido de solidaridad y desarrollo entre los países ricos y los países pobres”.

Ante estos conflictos en marcha, el Papa Francisco, en su discurso al Congreso de los Estados Unidos, el 24 de septiembre de 2015, condenó también el uso perverso de la religión…

“Sí; dijo que nuestro mundo es, cada vez más, un lugar de conflicto violento, de odio y atrocidades brutales, perpetradas incluso en nombre de Dios y de la religión. Y continuó:

“Somos conscientes de que ninguna religión es inmune a diversas formas de aberración individual o de extremismo ideológico. Esto nos urge a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo de índole religiosa o del tipo que fuere. Combatir la violencia perpetrada bajo el nombre de una religión, una ideología, o un sistema económico y, al mismo tiempo, proteger la libertad de las religiones, de las ideas, de las personas requiere un delicado equilibrio en el que tenemos que trabajar” (Discurso del Papa Francisco ante el Congreso de los Estados Unidos, 24 de septiembre de 2015).

“Es un equilibrio difícil en el que deben defenderse las comunidades cristianas y todas las comunidades que corren el riesgo de ser eliminadas por odio”.

¿No le parece a usted que la visita a los Estados Unidos y las palabras de Francisco ante el Congreso, leídas de nuevo ahora, con la nueva administración en el poder, suenan distantes?

“El tiempo juzgará. No se puede correr. Una nueva administración que es tan distinta y única, y no sólo por razones políticas, comparada con las anteriores, necesitará tiempo para encontrar su propio equilibrio. Cualquier juicio que se haga ahora es precipitado, aunque a veces la propia demostración de incertidumbre puede sorprender.

Esperemos que los Estados Unidos -y los otros actores de la escena internacional- no se desvíen de su responsabilidad internacional respecto a diversas cuestiones que, hasta ahora, han sido históricamente ejercidas. Pensamos, sobre todo, en los desafíos del cambio climático: reducir el calentamiento global significa salvar la casa común en la que todos vivimos, reduciendo así las desigualdades y la pobreza que el calentamiento del planeta producen. Pensamos también en los conflictos en marcha”.

¿No le causa inquietud que la preocupación de la Iglesia por la paz sea algo esperado y que parezca retórica a los ojos y oídos de muchos, si lo comparamos con la cuestión de su eficacia?

“La diplomacia de la Iglesia Católica es una diplomacia de paz. No tiene intereses de poder: ni políticos, ni económicos, ni ideológicos. Por esta razón, tiene una mayor libertad a la hora de describir el razonamiento de un lado al otro lado, haciendo que ambos sean conscientes de los riesgos que implica una visión autorreferencial para todos.

La visita a Bielorrusia fue realizada en la época de las sanciones occidentales y la visita a Ucrania se realizó durante la guerra. Esa visita fue la ocasión para llevar la solidaridad de la Iglesia y del Papa a todas las personas implicadas en el conflicto. Y como esto era visible para todos, fuimos hasta Donbass, lleno de desplazados, usando los instrumentos de la solidaridad con las víctimas de la violencia, sin preguntar su identidad geográfica o política.

El Papa Francisco abrió el camino convocando una gran reunión solidaria de todas las Iglesias europeas, realizando una contribución personal sustancial. Si defiendes la dignidad humana de todos y de cada persona individualmente, y no contra otro, entonces otro camino es posible.

La Santa Sede no busca nada para ella misma. No está presente aquí y luego allí para no perder en ninguna parte. Su intención es humanamente difícil, pero evangélicamente inevitable, para que los mundos cercanos vuelvan al diálogo y detengan sus divisiones, causadas por el odio antes que por las bombas”.

El Papa Francisco continúa la tradición establecida en el siglo XX y revitalizada por el Papa Juan XXIII: la diplomacia de los gestos, de los signos y de acercarse al otro. La diplomacia que considera por encima de todo la dignidad del interlocutor.

“No somos sólo nuestras palabras, sino también nuestros gestos, nuestras acciones concretas, sobre todo cuando nuestras palabras parecen ineficaces, porque están desgastadas o no son audibles. En los gestos hay implícito todo un lenguaje universal: la Iglesia aprende cada día del anuncio del Evangelio que se puede ayudar, en momentos difíciles, a parar y a volver de un camino equivocado.

Nuestra perspectiva puede ser sólo la evocada por Isaías y reflejada en los Evangelios: “liberar a los oprimidos”, “quebrar todos los yugos”, “partir tu pan con el hambriento”, “hospedar a los pobres sin techo”, “no desentenderte de los tuyos” (Is. 58, 6, 7)

Lo que cuenta es la sanación, la liberación, la reconstrucción de lo humano, empezando siempre por situaciones concretas. Por esta razón, tenemos que hacer gestos concretos, signos que están en la base de la posibilidad de vivir juntos. Haz gestos y pide gestos”.

A veces, si se mira a los símbolos, incluso desde un punto de vista político, algunos están tan llenos de significado que deja espacio a la esperanza, aun cuando los ocasionan acontecimientos tristes. ¿No cree usted, por ejemplo, que el funeral de Helmut Kohl puede ser considerado el primer funeral europeo de un líder europeo?

“Kohl tuvo el mérito histórico de creer en el ideal europeo como un ideal político concreto. La caída del muro de Berlín y la reunificación de Alemania no eran una cuestión interna de Alemania y su trágica historia, sino el signo del desarrollo de Europa dentro del cual un gran país como Alemania podía operar de manera legítima y efectiva. No una Europa germanizada, sino un Alemania europeizada.

Kohl comprendió que la integración de Europa era, en cierta medida, hija de las políticas de los bloques oriental y occidental. Y una vez que estos bloques habían sido superados, Europa tenía que existir como sujeto político, no sólo económico. Hoy, en cambio, se tiene a veces la impresión que el retorno de la idea de Europa, que parece que esté pasando por una especie de recuperación tras una larga fase de reacción anti-europea por parte de la opinión pública, y gracias a la victoria en diversos países de líderes europeistas, se detiene con bastante rapidez, que tiene un recorrido corto que es instrumental más que ideal.

El riesgo es dejar de usar a Europa en el contexto nacional. Es como si muchos dijeran: tras el ejemplo del Brexit, es mejor estar dentro de la casa europea común, pero cada uno por su cuenta. El nacionalismo (tanto la forma que ya se conocía y que está volviendo, como las nuevas) tiene sus raíces en crisis culturales y religiosas, y acaba vaciando a Europa de sus valores y razones. Europa tiene una responsabilidad irremplazable. Y cuando demuestra ser indiferente, como en el caso de la inmigración, está abandonando la posible bondad”.

Eminencia, previamente usted fue nuncio en Venezuela. ¿Qué siente y piensa sobre lo que está ocurriendo?

“Ante el dramático escenario que todos conocemos, con un gran número de pérdidas de vidas humanas -ya son 90, sobre todo jóvenes e incluso menores de edad-, y el sufrimiento de la gente, a la que le falta los bienes fundamentales para vivir, como alimentos y medicinas, siento un gran dolor. Y me preocupa la falta de perspectivas para una solución pacífica y democrática de la crisis.

Por desgracia, el conflicto corre el riesgo de intensificarse aún más en las próximas semanas debido a la decisión del presidente Maduro de convocar una asamblea constituyente para redactar una nueva constitución, algo a lo que se opone firmemente la mayoría de la población. A este respecto, el 10 de julio, la conferencia episcopal envió una carta al jefe de estado pidiéndole que diera marcha atrás sobre su decisión. Diversos países y organismos internacionales también se han expresado en este sentido.

Creo que es una posición que puede compartirse porque, en caso contrario, se corre el riesgo de complicar ulteriormente la crisis en marcha, avivando el conflicto. Pido a Dios que, en estos trágicos conflictos, conceda gran sabiduría a las autoridades políticas de Caracas y a todas las figuras clave para que escuchen a quienes quieren lo mejor para los venezolanos, sobre todo para los más pobres, favoreciendo así la paz y la reconciliación nacional.

El Santo Padre Francisco ha intervenido en diversas ocasiones y de distintas maneras para implorar a las partes implicadas que redacten una negociación constructiva, seria y justa basada en condiciones claras y en algunos logros previos. La Santa Sede siempre está dispuesta a ayudar. Deseo firmemente que la voz del Papa toque sus corazones y mentes y evite que este amado país caiga en el abismo”.

Volvamos a Oriente: de Vietnam a China. ¿Hay un camino de diálogo entre Extremo Oriente y la Iglesia Católica?

“Extremo Oriente es una región vasta del mundo, compleja y diversa. Durante muchos siglos esa amplia parte de la humanidad ha estado en contacto con la Cristiandad y, en consecuencia, con la Iglesia Católica, gracias a caminos y maneras que varían de país a país. Los antiguos contactos culturales y religiosos con el mundo asiático (basta pensar en los que tuvieron lugar en la India en los primeros periodos del cristianismo, o con China a través de la Ruta de la Seda o, más adelante, durante las grandes exploraciones geográficas de los siglos XV y XVI, con Japón y Filipinas) ofrecen aún hoy importantes claves para los encuentros entre culturas.

Ciertamente, comparados con los del pasado, ahora han surgido nuevos desafíos que requieren respuestas creativas y que no tienen precedentes, pero al final el objetivo de la Iglesia siempre ha sido el mismo y es, por naturaleza, pastoral: llevar a Dios al hombre y el hombre a Dios. Concretamente, la Iglesia Católica pide que se garantice el derecho a profesar libremente la propia fe en beneficio de todos y por la armonía de la sociedad. Los católicos desean vivir su fe serenamente en sus respectivos países como buenos ciudadanos, trabajando por un desarrollo positivo de la comunidad nacional.

En este marco, creo que el camino del diálogo emprendido por los gobiernos de algunos países de la región son bienvenidos, incluyendo a China. El diálogo es, en sí mismo, un hecho positivo que abre a otros encuentros y ayuda a que crezca la confianza. Lo afrontamos con un espíritu de sano realismo, conscientes de que el destino de la humanidad está, ante todo, en manos de Dios”.

(Entrevista de Gianfranco Brunelli publicada en Il Regno el 27 de julio. Traducción de Helena Faccia Serrano)


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