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Saturday, March 10, 2018

Los Jóvenes Observadores del Sábado




El 22 de agosto de 1857, en la casa de oración de Monterrey, Estado de Míchigan, se me mostró que muchos no han oído todavía la voz de Jesús, ni se ha posesionado de su alma el mensaje salvador para realizar una reforma en su vida. Muchos de los jóvenes no abrigan el espíritu de Jesús. El amor de Dios no mora en su corazón, y por lo tanto, todas las tendencias naturales que los asedian obtienen la victoria, en lugar del Espíritu de Dios y la salvación.

Los que poseen realmente la religión de Jesús no se avergonzarán ni temerán llevar la cruz ante aquellos que tienen más experiencia que ellos. Desearán toda la ayuda que puedan obtener de los cristianos de más edad, si anhelan con fervor obrar con rectitud. Aquellos les ayudarán gustosamente; las bagatelas no estorbarán en la carrera cristiana a los de corazón enternecido por el amor de Dios. Hablarán de lo que el Espíritu de Dios obra en ellos. Lo expresarán con canto y oración. Es la falta de religión, la falta de una vida santificada, lo que hace retroceder a los jóvenes. Su vida los condena. Ellos saben que no viven como debieran vivir los cristianos; por lo tanto, no tienen confianza ante Dios, ni ante la iglesia. 

Cuando los jóvenes sienten más libertad al estar ausentes los mayores, es porque están con los de su clase. Cada uno piensa que es tan bueno como el otro. Todos quedan por debajo de lo que debieran ser; pero se miden por sí mismos, se comparan entre sí y descuidan la única norma perfecta y verdadera. Jesús es el verdadero Modelo. Su vida de abnegación es nuestro estandarte.

Vi cuán poco se estudia el Modelo, cuán poco se lo ensalza delante de ellos. ¡Cuán poco sufren los jóvenes, o se niegan a sí mismos por su religión! Apenas si se piensa en el sacrificio entre ellos. No imitan al Modelo a este respecto. Vi que el lenguaje de su vida es: el yo debe ser complacido, el orgullo debe ser satisfecho. Se olvidan del Varón de dolores, que conoció el pesar. Los sufrimientos de Jesús en el Getsemaní, su sudor como de grandes gotas de sangre en el huerto, la apretada corona de espinas que hirió su sagrada frente, no los conmueven. Se han encallecido. Sus sensibilidades están embotadas, y han perdido toda noción del gran sacrificio hecho por ellos. Pueden quedar sentados escuchando la historia de la cruz, y oyendo cómo los crueles clavos traspasaron las manos y los pies del Hijo de Dios sin conmoverse hasta lo más profundo del alma. 


Dijo el ángel: “Si los tales fueran introducidos en la ciudad de Dios, y se les dijera que toda su rica belleza y gloria serán para que las disfruten eternamente, no se darían cuenta de cuán elevado precio se pagó por esta herencia que se les destina. Nunca comprenderán las inconmensurables profundidades del amor del Salvador. No han bebido de su copa ni han sido bautizados con su bautismo. El cielo se mancillaría si los tales moraran allí. Únicamente aquellos que han participado de los sufrimientos del Hijo de Dios y han subido de la gran tribulación y lavado sus vestiduras y las han emblanquecido en la sangre del Cordero, pueden disfrutar de la gloria indescriptible y la belleza insuperable del cielo”.

La falta de esta preparación necesaria excluirá a la mayor parte de los jóvenes que profesan el cristianismo; porque éstos no trabajan con bastante fervor y celo para obtener el reposo que queda para el pueblo de Dios. No quieren confesar sinceramente sus pecados, para que les sean perdonados y borrados. Estos pecados se revelarán dentro de poco en toda su enormidad. El ojo de Dios no dormita. Conoce todo pecado oculto ante el ojo mortal. Los culpables saben exactamente qué pecados han de confesar para que sus almas queden limpias delante de Dios. Jesús les está dando ahora oportunidad de confesarlos, y arrepentirse con profunda humildad y purificar su vida obedeciendo a la verdad y viviendo de acuerdo con ella. Ahora es el momento de corregir los males y de confesar los pecados, o aparecerán delante del pecador en el día de la ira de Dios.

Los padres confían generalmente demasiado en sus hijos; y sucede con frecuencia que, cuando los padres confían en ellos, estos hijos están sumidos en iniquidad oculta. Padres, velad sobre vuestros hijos con cuidado celoso. Exhortadlos, reprendedlos, aconsejadlos cuando os levantáis y cuando os sentáis; cuando salís y cuando entráis; “mandamiento tras mandamiento,... línea sobre línea, un poquito allí, otro poquito allá”. Isaías 28:10. Subyugad a vuestros hijos cuando son jóvenes. Muchos padres descuidan esto lamentablemente. No asumen una actitud tan firme y decidida como debieran asumirla con respecto a sus hijos. Les permiten ser como el mundo, amar la ostentación de la vestimenta y asociarse con los de influencia venenosa porque odian la verdad. Al obrar así, estimulan en sus hijos una disposición mundanal.

Vi que debe ser siempre un principio fijo para los padres cristianos mantenerse unidos en el gobierno de sus hijos. Algunos padres fallan al respecto; les falta unión. El defecto se advierte a veces en el padre, pero con más frecuencia en la madre. La madre cariñosa mima a sus hijos. El trabajo del padre le obliga a menudo a ausentarse de la casa y de la sociedad de sus hijos. La influencia de la madre se hace sentir. Su ejemplo contribuye mucho a formar el carácter de los hijos.

Algunas madres cariñosas les permiten a sus hijos costumbres que no debieran ser toleradas por un momento. A veces se le ocultan al padre las faltas de los hijos. La madre concede ciertas prendas de vestir o algunas otras complacencias, con el entendimiento de que el padre no sabrá nada de ello; porque él reprendería tales cosas.

Con esto se les enseña eficazmente a los niños una lección de engaño. Luego, si el padre descubre estas faltas, se presentan excusas, pero se dicen medias verdades. La madre no es franca. No considera debidamente que el padre tiene el mismo interés que ella en los hijos, y que no debiera dejarle ignorar los males o debilidades que se les debiera corregir mientras son jóvenes. Se ocultan las cosas. Los hijos conocen la falta de unión que hay entre los padres, y ello tiene su efecto. Los hijos empiezan desde muy jóvenes a engañar y a encubrir tanto a su padre como a su madre las cosas y presentarlas con matices muy diferentes de los verdaderos. La exageración se vuelve un hábito, y se llega a contar mentiras abiertas con pocos remordimientos de conciencia.

Estos males se iniciaron cuando la madre ocultó las cosas al padre, que tiene igual interés que ella en el desarrollo del carácter de sus hijos. El padre debiera haber sido consultado libremente. Debiera habérsele revelado todo. Pero la conducta opuesta, seguida para ocultar los yerros de los hijos, estimula en ellos una disposición a engañar y falta de veracidad y sinceridad.

La única esperanza de estos hijos, sea que profesen la religión o no, consiste en que sean cabalmente convertidos. Todo su carácter debe cambiar. Madre irreflexiva, ¿piensa usted, mientras enseña a sus hijos, en que toda la experiencia religiosa de éstos queda afectada por lo que se les enseña cuando son jóvenes? Subyúguelos cuando jóvenes; enséñeles a someterse a usted, y tanto más fácilmente aprenderán a obedecer a los requerimientos de Dios. Estimule en ellos una disposición veraz y sincera. No les dé nunca ocasión de dudar de su sinceridad y estricta veracidad.

Vi que los jóvenes profesan creer en el poder salvador de Dios, pero no gozan de él. Carecen de religión, carecen de la salvación. Y, ¡cuántas palabras sin provecho pronuncian! Se lleva un registro fiel de ellas, pues los mortales serán juzgados de acuerdo con los actos cometidos por el cuerpo. Jóvenes amigos, vuestras acciones y vuestras palabras ociosas quedan escritas en el Libro. Vuestra conversación no ha versado sobre cosas eternas, sino sobre este, aquel o el otro asunto común y mundano, al que no debieran dedicarse los cristianos. Todo queda escrito en el Libro.

Vi que a menos que se manifieste en los jóvenes un cambio completo y una conversión cabal, pueden perder la esperanza de alcanzar el cielo. Por lo que me ha sido mostrado, no están verdaderamente convertidos ni siquiera la mitad de los jóvenes que profesan la religión y la verdad. Si hubiesen estado convertidos, darían frutos para la gloria de Dios. Muchos se apoyan en una esperanza supuesta, sin verdadero fundamento. La fuente no ha sido limpiada; por lo tanto los raudales que proceden de ella no son puros. Limpiad la fuente y los raudales serán puros. Si el corazón está bien, vuestras palabras, vuestra indumentaria, vuestros hechos también lo estarán. Falta la verdadera piedad. No quisiera deshonrar a mi Maestro admitiendo siquiera que es cristiana una persona negligente, trivial y que no ora. No; el cristiano obtiene la victoria sobre los pecados que lo asedian y sobre sus pasiones. Hay un remedio para el alma enferma de pecado. Ese remedio está en Jesús. ¡Precioso Salvador! Su gracia basta para los más débiles; y los más fuertes deben recibir también su gracia o perecer.

Vi cómo se puede obtener esta gracia. Id a vuestra recámara, y allí a solas, suplicad a Dios; “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí”. Salmos 51:10. Tened fervor y sinceridad. La oración ferviente es muy eficaz. Como Jacob, luchad en oración. Agonizad. En el huerto Jesús sudó grandes gotas de sangre; pero habéis de hacer un esfuerzo. No abandonéis vuestra recámara hasta que os sintáis fuertes en Dios; luego velad y mientras veléis y oréis, podréis dominar los pecados que os asedian, y la gracia de Dios podrá manifestarse en vosotros; y lo hará.

No permita Dios que yo deje de amonestaros. Jóvenes amigos, buscad al Señor de todo corazón. Acudid a él con celo, y cuando sintáis sinceramente que sin la ayuda de Dios habríais de perecer, cuando le anheléis a él como el ciervo anhela las corrientes de agua, entonces el Señor os fortalecerá prestamente. Entonces vuestra paz sobrepujará todo entendimiento. Si esperáis la salvación, debéis orar. Tomad tiempo para ello. No os apresuréis ni seáis negligentes en vuestras oraciones. Rogad a Dios que obre en vosotros una reforma cabal, para que los frutos de su Espíritu moren en vosotros y permanezcáis como luminarias en el mundo. No seáis un estorbo ni una maldición para la causa de Dios; podéis ser una bendición. ¿Os dice Satanás que podéis disfrutar de una salvación plena y gratuita? No le creáis. 

Vi que es privilegio de todo cristiano gozar de las profundas emociones del Espíritu de Dios. Una paz dulce y celestial invadirá la mente y os deleitaréis en meditar en Dios y en el cielo. Os regocijarán las gloriosas promesas de su Palabra. Pero sabed primero que habéis iniciado la carrera cristiana. Sabed que habéis dado los primeros pasos en el camino de la vida eterna. No os engañéis. Sé que muchos de vosotros no sabéis lo que es la religión. Habéis sentido cierta excitación, cierta emoción, pero nunca habéis reconocido la enormidad del pecado. Nunca habéis sentido que estabais perdidos, ni os habéis apartado de vuestros malos caminos con amargo pesar. Nunca habéis muerto al mundo.

Amáis todavía sus placeres; os deleita conversar de asuntos mundanales. Pero, cuando se introduce la verdad de Dios no tenéis nada que decir. ¿Por qué calláis así? ¿Por qué habláis tanto de cosas mundanales, y guardáis silencio sobre el tema que más os concierne, un tema que debiera embargar toda vuestra alma? La verdad de Dios no mora en vosotros. 

Vi que muchos hacen una admirable profesión de fe, mientras que su interior está corrompido. No os engañéis los que profesáis así la religión con corazón falso. Dios mira al corazón. “De la abundancia del corazón habla la boca”. Mateo 12:34. Vi que el mundo está en el corazón de los tales, pero no la religión de Jesús. Si los que profesan ser cristianos aman más a Jesús que al mundo, se deleitarán al hablar de él como de su mejor amigo, en quien concentran los más caros afectos. El acudió en su auxilio cuando ellos se sintieron perdidos y a punto de perecer. Cuando estaban cansados y agobiados por el pecado, se volvieron hacia él. El quitó su carga de la culpabilidad del pecado, quitó su pesar y aflicción, y desvió toda corriente de sus afectos. Aborrecen ahora las cosas que una vez amaron, y aman las cosas que aborrecían.

¿Se ha realizado este gran cambio en nosotros? No os engañéis. Por mi parte, no tomaría el nombre de Cristo, sin darle todo mi corazón, mis afectos indivisos. Debemos sentir la más profunda gratitud por el hecho de que Jesús acepta esta ofrenda. El lo exige todo. Cuando somos inducidos a ceder a sus requerimientos, y a renunciar a todo, sólo entonces, y no antes, nos circuye con sus brazos de misericordia. Pero, ¿qué damos cuando se lo damos todo? Un alma contaminada de pecado para que Jesús la purifique, la limpie por su misericordia y la salve de la muerte por su amor sin par. Y sin embargo, vi que algunos piensan que es demasiado difícil entregarlo todo. Me avergüenza oír hablar de esto, me avergüenza escribirlo.

¿Habláis de abnegación? ¿Qué dio Cristo por nosotros? Cuando os parece duro que Cristo lo requiera todo, id al Calvario, y llorad por haber pensado así. ¡Contemplad las manos y los pies de nuestro Libertador desgarrados por los crueles clavos, a fin de que fuésemos lavados del pecado con su propia sangre!

Los que sienten el amor compelente de Dios no preguntan cuán poco pueden dar a fin de obtener la recompensa celestial; no preguntan cuál es la norma más baja, sino que buscan una perfecta conformidad con la voluntad de su Redentor. Con ferviente deseo entregan todo, y manifiestan un celo proporcional al valor del objeto que buscan. ¿Cuál es ese objetivo? La inmortalidad, la vida eterna.

Amigos jóvenes, muchos de vosotros estáis lamentablemente engañados. Os habéis satisfecho con algo que es menos que la religión pura e inmaculada. Quiero despertaros. Los ángeles de Dios procuran despertaros. ¡Ojalá que las verdades importantes de la Palabra de Dios os hagan apreciar el peligro que os acecha y os induzcan a realizar un examen cabal de vosotros mismos! Vuestros corazones son todavía carnales. No están sujetos a la ley de Dios ni pueden estarlo. Estos corazones carnales deben ser cambiados y veréis entonces tanta belleza en la santidad que la anhelaréis como el ciervo anhela las corrientes de las aguas. Amaréis a Dios y su ley, y el yugo de Cristo os resultará fácil y ligera su carga. Aunque sufráis pruebas, si las soportáis, ellas no harán más que embellecer el camino. La herencia inmortal es para el cristiano que se niegue a sí mismo.

Vi que el cristiano no debe dar demasiado valor a los sentimientos de felicidad ni depender demasiado de ellos. Estos sentimientos no son siempre verdaderos guías. Cada cristiano debe procurar servir a Dios por principio, y no ser regido por los sentimientos. Al hacer esto, se ejercerá la fe y ella aumentará. Me fue mostrado que si el cristiano vive en forma humilde y abnegada, tendrá como resultado paz y gozo en el Señor. Pero la mayor felicidad que se experimentará provendrá de beneficiar a otros, hacer felices a los demás. Tal felicidad será duradera. 

Muchos de los jóvenes no tienen principios fijos para servir a Dios. No ejercen la fe. Se hunden bajo cada nube. No tienen poder de resistencia, ni creen en la gracia. Parecería que guardaran los mandamientos de Dios. Elevan de vez en cuando una oración formal, y se llaman cristianos. Sus padres ansían mucho verlos aceptar cualquier cosa que parezca ventajosa, pero no trabajan con ellos, ni les enseñan que la mente carnal debe morir. Los animan a adelantarse y desempeñar un papel. Pero no los inducen a escudriñar diligentemente su corazón, a examinarse y a calcular el costo de lo que significa ser cristiano. El resultado es que los jóvenes profesan ser cristianos sin probar suficientemente sus motivos.

Dice el Testigo fiel: “Ojalá fueses frío o caliente. Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Apocalipsis 3:15-16. Satanás acepta que seáis cristianos de nombre, porque así resultáis más convenientes para sus fines. Si tenéis una forma de piedad y no la verdadera, puede usaros como señuelo para atraer a otros al mismo estado de autoengaño. Algunas pobres almas os mirarán a vosotros en vez de recurrir a la norma de la Biblia; y no se elevarán más alto. Serán tan buenas como vosotros, y se quedarán satisfechas.

A los jóvenes se los insta a menudo a cumplir con su deber, a hablar u orar en las reuniones; se los insta a que mueran al orgullo. Se les insta a cada paso. Una religión tal no vale nada. Si cambia el corazón carnal, no habrá tal obra rutinaria, ni personas de corazón frío que profesen servir a Dios. Todo el amor al vestido y a las apariencias habrá desaparecido. El tiempo que pasáis delante del espejo, arreglando vuestro cabello para que agrade al ojo, será dedicado a la oración y al escudriñamiento del corazón. En el corazón santificado no habrá cabida para el atavío exterior, sino una búsqueda ferviente y ansiosa del adorno interior; las gracias cristianas y los frutos del Espíritu de Dios. 

Dice el apóstol: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”. 1 Pedro 3:3-4.

Subyugad la mente carnal, reformad la vida, y no se idolatrará el pobre cuerpo mortal. Si se reforma el corazón, ello se notará en la apariencia exterior. Si Cristo es en nosotros la esperanza de gloria, descubriremos tan incomparables encantos en él que el alma se enamorará. Se aferrará a él, eligirá amarle, y por admiración a él, será olvidado el yo. Jesús será magnificado y adorado, y el yo humillado y abatido. Pero profesar el cristianismo sin este amor profundo, es simple palabrería, árido formalismo y penosa rutina. Muchos de vosotros conserváis una noción mental de la religión, una religión exterior, aunque el corazón no ha sido purificado. Dios mira el corazón, pues “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta”. Hebreos 4:13. ¿Se quedará él satisfecho con algo menor que la verdad en el fuero íntimo? Toda alma verdaderamente convertida llevará las señales inequívocas de que la mente carnal ha sido subyugada.

Hablo claramente. No pienso que esto desanimará a un verdadero cristiano; no quiero que ninguno de vosotros llegue al tiempo de angustia sin una esperanza bien fundada en su Redentor. Resolved conocer lo peor de vuestro caso. Averiguad si tenéis una herencia en el cielo. Tratad verazmente con vuestra alma. Recordad que Jesús presentará a su Padre una iglesia sin mancha, ni arruga, ni cosa semejante.

¿Cómo habéis de saber que sois aceptos a Dios? Estudiad su Palabra con oración. No la pongáis a un lado por ningún otro libro. Ella os convence de pecado. Revela claramente el camino de la salvación. Saca a luz una recompensa brillante y gloriosa. Os revela un Salvador completo y os enseña que únicamente por su misericordia ilimitada podéis esperar salvación.

No descuidéis la oración secreta, porque es el alma de la religión. Con oración ferviente y sincera, solicitad pureza para vuestra alma. Interceded tan ferviente y ardorosamente como lo haríais por vuestra vida mortal, si estuviese en juego. Permaneced delante de Dios hasta que se enciendan en vuestros corazones anhelos indecibles de salvación, y obtengáis la dulce evidencia de que vuestro pecado está perdonado.

La esperanza de la vida eterna no se ha de recibir por motivos frágiles. Es un asunto que se ha de decidir entre Dios y vuestra propia alma, y por la eternidad. Una esperanza que sea tan sólo supuesta, provocará vuestra ruina. Puesto que subsistís o caéis por la Palabra de Dios, en esta Palabra debéis buscar el testimonio de vuestro caso. Allí podréis ver lo que se requiere de vosotros para llegar a ser cristianos. No depongáis vuestra armadura, ni abandonéis el campo de batalla hasta haber obtenido la victoria y triunfado en vuestro Redentor. 


Testimonios para la Iglesia, Tomo 1, pp.145-153.


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