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Saturday, October 6, 2018

Una advertencia a los ministros



Una advertencia a los ministros


En la visión que se me dio el 12 de junio de 1868 me sentí profundamente impresionada por la gran obra que hay que hacer a fin de preparar un pueblo para la venida del Hijo del hombre. Vi que la mies era mucha, mas los obreros pocos. Muchos de los que se encuentran actualmente en el campo trabajando para salvar almas, son débiles. Han asumido pesadas responsabilidades, que los han sometido a prueba y los han fatigado. No obstante, se me mostró que en el caso de algunos de los ministros que están allí ha habido un gran desgaste de energía que en realidad no se necesitaba hacer. Algunos hacen oraciones largas, en voz demasiado alta, lo que consume muchísimo sus pocas fuerzas y desgasta innecesariamente su vitalidad; otros con frecuencia alargan sus discursos entre un tercio y la mitad de lo que deberían ser. Al hacerlo, se cansan demasiado; el interés de la gente disminuye antes de la terminación del discurso, con lo que pierden mucho, porque no lo pueden retener. La mitad de lo que se dijo habría sido mejor que decir mucho. Aunque todo el asunto sea importante, el éxito sería mayor si las oraciones y los discursos fueran más cortos. Se lograrían resultados sin tanto cansancio. Están usando innecesariamente su fuerza y su vitalidad, que por el bien de la causa es necesario conservar. El esfuerzo prolongado y persistente, después de trabajar hasta los límites del cansancio, es lo que fatiga y quebranta.

Vi que el trabajo extra, llevado a cabo cuando el organismo ya estaba exhausto, consumió la vida del querido Hno. Sperry, y lo llevó prematuramente a la tumba. Si hubiera obrado tomando en cuenta su salud, habría vivido para trabajar hasta el presente. También el trabajo extra consumió la fuerza vital del querido Hno. Cranson, y puso fin a su vida útil.

El cantar mucho, como asimismo las oraciones y los discursos largos, son sumamente cansadores. En muchos casos nuestros ministros no deberían prolongar sus esfuerzos más allá de una hora. Deberían tener algunas actividades preliminares, entrar en el tema inmediatamente, y tratar de que sus discursos terminen cuando el interés de la gente está en su punto culminante. No deberían continuar sus esfuerzos hasta que los oyentes deseen que terminen de hablar. La gente pierde mucho de esta tarea extra, pues a menudo está demasiado cansada para recibir algún beneficio de lo que escucha; y ¿quién puede decir cuánto pierde el ministro que trabaja de esta manera? Al final nada se gana con este drenaje de vitalidad.

Frecuentemente la fuerza ya está agotada al comienzo de un esfuerzo prolongado. Y en el mismo momento cuando hay tanto que ganar o que perder, el dedicado ministro de Cristo, que tiene interés en trabajar y deseos de hacerlo, no está en condiciones de ejercer dominio sobre sus fuerzas. Las ha gastado en cantar, en prolongadas oraciones y largas predicaciones, y la victoria se pierde por falta de una tarea ferviente y bien orientada, llevada a cabo en el momento preciso. Ese áureo momento se malogra. El interés sucitado no fue atendido. Habría sido mejor no despertar interés alguno; porque cuando las convicciones han sido resistidas y vencidas, es muy difícil impresionar de nuevo la mente con la verdad.

Se me mostró que si nuestros ministros tuvieran cuidado para conservar sus fuerzas en lugar de disiparlas innecesariamente, sus labores juiciosas y bien dirigidas producirían más en un año que lo que se podría conseguir con largos discursos, oraciones y cantos, que son tan cansadores y agotadores. En este último caso con frecuencia la gente se ve privada de la atención que tanto necesita en el momento preciso; porque el obrero requiere descanso, y pondrá en peligro su salud y su vida si continúa sus esfuerzos.

Nuestros queridos Hnos. Matteson y D.T. Bourdeau se han equivocado en esto, y deberían reformarse en cuanto a su manera de trabajar. Deberían hacer discursos y oraciones cortos. Deberían ir al punto de una vez, y suspender sus tareas antes de llegar al cansancio. Ambos pueden hacer un bien mucho mayor si obran así, y al mismo tiempo conservarían sus fuerzas para continuar las labores que tanto aman, sin quebrantarse del todo. 



Testimonios para la Iglesia, Tomo 2, pp.106-108.

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