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Saturday, March 16, 2019

Preparación para la venida de Cristo



Amados Hermanos y Hermanas: ¿Creemos con todo nuestro corazón que Cristo va a venir pronto y que tenemos ahora el último mensaje de misericordia que haya de ser dado a un mundo culpable? ¿Es nuestro ejemplo lo que debiera ser? Por nuestra vida y santa conversación, ¿revelamos a los que nos rodean que estamos esperando la gloriosa aparición de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien cambiará estos viles cuerpos y los transformará a semejanza de su glorioso cuerpo? Temo que no creamos ni comprendamos estas cosas como debiéramos. Los que creen las verdades importantes que profesamos, deben obrar de acuerdo con su fe. Hay demasiada búsqueda de las diversiones y de las cosas que llaman la atención en este mundo; los pensamientos se espacian demasiado en la vestimenta, y la lengua se dedica demasiado a menudo a conversaciones livianas y triviales, que desmienten lo que profesamos, pues nuestra conversación no está en los cielos, de donde esperamos al Salvador.

Los ángeles están velando sobre nosotros y nos guardan; pero a menudo los agraviamos participando en conversaciones triviales, en bromas, y también descendiendo a una negligente condición de estupor. Aunque de vez en cuando hagamos un esfuerzo para obtener la victoria, y la obtengamos, no obstante, si no la conservamos y, volviendo a la condición anterior de descuido e indiferencia, nos demostramos incapaces de hacer frente a las tentaciones y de resistir al enemigo, no soportamos la prueba de nuestra fe que es más preciosa que el oro. No estamos sufriendo por Cristo, ni nos gloriamos en la tribulación.

Hay una gran falta de fortaleza cristiana y no se sirve a Dios por principio. No debemos procurar agradar al yo, sino honrar y glorificar a Dios, y en todo lo que hagamos y digamos procurar sinceramente su gloria. Si permitimos que impresionen nuestros corazones las siguientes frases importantes, y las recordamos siempre, no caeremos fácilmente en tentación, y nuestras palabras serán pocas y bien escogidas: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” “De toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.” “Tú eres Dios que ve.”




No podríamos pensar en estas palabras importantes, y recordar lo que sufrió Jesús para que nosotros, pobres pecadores, pudiésemos recibir el perdón y ser redimidos para Dios por su preciosísima sangre, sin sentir una santa restricción sobre nosotros y un ferviente deseo de sufrir por Aquel que tanto sufrió y soportó por nosotros. Si nos espaciamos en estas cosas, el amado yo, con su dignidad, quedará humillado, y su lugar será ocupado por una sencillez infantil que soportará los reproches provenientes de otros y no será provocada con facilidad. No vendrá entonces a regir el alma un espíritu de egoísmo.

Los goces y el consuelo del verdadero cristiano deben cifrarse en el cielo, y así sucederá. Las almas anhelantes de aquellos que probaron las potestades del mundo venidero y participaron de los goces celestiales, no se satisfarán con las cosas de la tierra. Los tales hallarán bastante que hacer en sus momentos libres. Sus almas serán atraídas hacia Dios. Donde esté el tesoro, allí estará el corazón, manteniéndose en dulce comunión con el Dios que aman y adoran. Su diversión consistirá en contemplar su tesoro: la santa ciudad, la tierra renovada, su patria eterna. Y mientras se espacien en aquellas cosas sublimes, puras y santas, el cielo se acercará, y sentirán el poder del Espíritu Santo, lo cual tenderá a separarlos cada vez más del mundo y les hará encontrar su consuelo y su gozo principal en las cosas del cielo, su dulce hogar. El poder de atracción hacia Dios y el cielo será entonces tan grande que nada podrá desviar sus mentes del gran propósito de asegurar la salvación del alma y honrar y glorificar a Dios.

A medida que comprendo cuánto fué hecho en nuestro favor para mantenernos en la justicia, me siento inducida a exclamar: ¡Oh! ¡qué amor! ¡qué maravilloso amor tuvo el Hijo de Dios hacia nosotros, pobres pecadores! ¿Nos dejaremos vencer por el estupor y la negligencia mientras se hace en favor de nuestra salvación todo lo que puede ser hecho? Todo el cielo se interesa por nosotros. Debemos estar despiertos para honrar, glorificar y adorar al Alto y Sublime. De nuestros corazones debe fluir amor y gratitud hacia Aquel que estuvo tan henchido de amor y compasión hacia nosotros. Debemos honrarlo con nuestra vida, y demostrar con nuestra santa y pura conversación que hemos nacido de lo alto, que este mundo no es nuestra patria, sino que somos peregrinos y advenedizos aquí, que viajan hacia una patria mejor.

Muchos que profesan el nombre de Cristo y dicen que aguardan su pronta venida, no saben lo que es sufrir por Cristo. Sus corazones no están subyugados por la gracia, y no han muerto al yo, como a menudo lo demuestran de diversas maneras. Al mismo tiempo hablan de tener pruebas. Pero la causa principal de sus pruebas se halla en un corazón que no ha sido subyugado, que sensibiliza tanto al yo que se irrita con frecuencia. Si los tales pudiesen comprender lo que es ser un humilde seguidor de Cristo, un verdadero cristiano, comenzarían a trabajar a conciencia y correctamente. Primero morirían al yo, luego serían fervientes en la oración, y dominarían toda pasión del corazón. Renunciad a vuestra confianza propia y a vuestra suficiencia propia, hermanos, y seguid al manso Dechado. Tened siempre a Cristo presente, y recordad que es vuestro ejemplo y que debéis andar en sus pisadas. Mirad a Jesús, autor de nuestra fe, quien por el gozo que le fué propuesto soportó la cruz, despreciando la vergüenza. Sufrió la contradicción de los pecadores. Por causa de nuestros pecados fué una vez el Cordero manso, herido, golpeado e inmolado.

Por lo tanto, suframos alegremente algo por amor de Jesús, crucifiquemos diariamente el yo, y participemos aquí de los sufrimientos de Cristo, a fin de que seamos participantes con él de su gloria, y seamos coronados de gloria, honor, inmortalidad y vida eterna.

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Primeros Escritos, p.111-114.


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