05.05.2014
Oscar Fortin
Adital
A las quatro de la madrugada, hora de mi pais, segui por internet, la ceremonia de canonizacion de los dos papas, Juan XXIII y Juan Pablo II. El evento llevaba, ademas de este hecho unico, este otro de ser presidida por dos papas contemporaneos de los futuros santos. Dos papas canonizando a dos otros papas que conocieron de sus vivos. Me venieron entonces a la mente dos pensamientos: uno del Evangelio de Mateo y el otro de los Actos de los Apostoles.
He aquí, el primero:
"Entonces la madre de los hijos de Zebedeo se acercó a Jesús, junto con sus hijos, y se postró ante él para pedirle algo. "¿Qué quieres?", le preguntó Jesús. Ella le dijo: "Manda que mis dos hijos se sienten en tu Reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda". "No saben lo que piden", respondió Jesús. "¿Pueden beber el cáliz que yo beberé?" "Podemos", le respondieron. Está bien, les dijo Jesús, ustedes beberán mi cáliz. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes se los ha destinado mi Padre23)
He aquí, el secundo:
"Pero ha llegado el momento en que Dios, pasando por alto el tiempo de la ignorancia, manda a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. Porque él ha establecido un día para juzgar al universo con justicia, por medio de un Hombre que él ha destinado y acreditado delante de todos, haciéndolo resucitar de entre los muertos-31)
Estos dos textos nos indican que la decisión de determinar el lugar que ocupara cada uno en el cielo corresponde al Padre y que la entrada o no al cielo queda pendiente del hombre a quien el Padre, al resucitarlo dentro de los muertos, dio el poder de juzgar a los hombres y a las mujeres del mundo. Es decir que estas decisiones no les corresponden a las autoridades de la Institución eclesial. Solo el Padre y el hombre resucitado tienen este poder.
Mas avanzamos en este camino de las canonizaciones mas nos damos cuenta de las ambigüedades que conllevan con ellas. Uno puede pensar que las autoridades de la Iglesia, las cuales no son ni el Padre, ni el "hombre resucitado”, tienen el poder de decidir, por sus propios poderes, de la santidad de ciertas personas.
Yo entiendo a Jesús repetir a estas autoridades, lo mismo que dijo a la madre de los dos hijos de Zebedeo, al saber que este poder pertenece a su Padre. En cuanto a la entrada o no al cielo, la respuesta del Padre à Pablo no deja duda en cuanto a quien corresponde este poder: al hombre que el Padre, al resucitarlo, le dio para enjuiciar a los hombres y mujeres del mundo.
¿Qué decir, entonces, de esta tradición de hacer y deshacer santos?
Como institución humana, puede la Iglesia presentar a personas como modelos para imitar, sin, por lo tanto, llamarlos santos. Al llamarlos santos ultrapasa sus poderes y se presta a un juego de manipulación con finales sea religiosas, sea políticas sea sociales. La tradición de las canonizaciones a la santidad se ha vuelto como premio postmortem dado a ciertas personas que dieron un testimonio que sirvió bien, en su tiempo, los intereses de la institución eclesial de una forma o otra. Es como un premio Nobel de la Paz. Depende mucho de los que presiden las selecciones y de los condicionamientos en que se encuentran. Por ejemplo, Mgr Oscar Romero, mártir por su lucha por la justicia, no entraba en las condiciones políticas y religiosas para ser canonizado. Muchos de esos ejemplos existen. Un sacerdote matado bajo un régimen comunista entraba directamente en le club de los santos, mientras que un sacerdote matado bajo el régimen de Pinochet pasaba al silencio.
Por supuesto que hay personas santas, pero no lo son por el hecho de haber sido canonizados por la institución eclesial sino por el hecho que Cristo les reconoce así a base de sus propios criterios. Muchos otros, siendo canonizados por la Iglesia, a lo mejor se están quemando en un lugar que solo Dios conoce.
El tiempo de esos eventos grandiosos, fuera de una verdadera autoridad concedida por Cristo a la institución eclesial para hacerlo, me parece haber llegado a su fin. Es una practica mas cerca de lo que los imperios se dieron como poder para recompensar ciertos de sus miembros. La Iglesia como Estado y institución temporal no escapa a este esquema imperial.
Según el profeta Malaquías, ya llegamos a los dos últimos papas que presidieron a la canonización de dos predecesores suyos. Es un poco como la cima de una Institución eclesial que llega a su fin imperial. Le corresponde, ahora, al papa Francisco, de devolver la Iglesia al Evangelio y a los pueblos pobres y humildes de la tierra. La Iglesia de Cristo debe despojarse de todo, del Estado del Vaticano, de su banco, de todos los títulos de jerarquías así que de sus vestiduras que les aparan del mundo de los pobres y humildes.
La Iglesia debe volver a Galilea donde esta el resucitado en medio de los pobres y humildes. Allí esta el resucitado a quien el Padre dio el poder de enjuiciar à la humanidad en un día fijado por Él. los cuales no tienen nada que ver con esas ceremonias imperiales de fabricación de los santos y de las santas.
Todo el camino a recorrer para llegar a la Galilea en donde se encuentra el [Oscar Fortín es formado en ciencia política y teología]
Fuente
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