Luis Santamaría, el 19.09.14 a las 9:59 AM
Desde que llegara a la cátedra de San Pedro, el papa Franciscosorprende a propios y extraños. Sus palabras, sus gestos y, en definitiva, su forma de ser parece que han caído bien a personas, instituciones y medios de comunicación que hasta ahora observaban al papado y a la persona que lo concretara en cada momento con una actitud al menos de recelo, cuando no de un ataque visceral. Por eso hace poco no me extrañó ver en la portada de la edición digital de la Revista Adventista, publicada por los Adventistas del Séptimo Día, una gran foto de Bergoglio que encabezaba un artículo titulado “El nuevo rostro amigable del papado”.
Si hasta algunos modelos de prensa confesionalmente anticlerical han sucumbido ante la simpatía del Papa argentino –pensé yo–, ¿por qué no van a hacerlo también los miembros de un grupo que, aunque se ha destacado tradicionalmente por su aversión al primado de la sede romana, se dice ahora que cada vez son más abiertos, más cristianos y menos sectarios?
Y es que una de las características del adventismo es, como digo, su inquina contra la figura del Papa. Actitud que hay que explicar en el marco de su surgimiento dentro del mundo de la Reforma protestante, que desde sus inicios se destacó por la crítica feroz no sólo contra los excesos particulares e históricos de la forma de ejercer el ministerio del obispo de Roma, sino también contra su misma esencia y legitimidad. Para situarnos mejor, hay que resumir la historia y la identidad de los Adventistas del Séptimo Día, aún a riesgo de simplificar.
Nos vamos hasta el siglo XIX, con la figura del estadounidense William Miller (1782-1849), uno de los protagonistas del reavivamiento cristiano de su época. Su peculiar interpretación apocalíptica de la Sagrada Escritura lo hizo muy popular, y comenzó a predecir las fechas de la parusía, fracasando estrepitosamente al señalar los años 1843 y 1844, años en los que, como sabemos bien, no vino el regreso esperado del Señor Jesús.
Tuvo que venir otro personaje, Ellen G. White (1827-1915), para salvar el adventismo y darle la forma que tiene actualmente. Fue ella la que, además, le dio el nombre oficial en 1863, configurando el movimiento más importante dentro de esta corriente: laIglesia de los Adventistas del Séptimo Día. La señora White es considerada profetisa por sus seguidores, ya que decía recibir revelaciones divinas y angélicas.
Sus doctrinas proceden del cristianismo protestante, y sus acentos específicos están en la importancia dada a los escritos de su fundadora, la insistencia en el milenarismo y la celebración del sábado como fiesta semanal (de ahí les viene el nombre del “séptimo día”). En cuanto a los autores, hay discusión sobre su clasificación, y podemos decir que se encuentra en el límite mismo entre “iglesia cristiana” y “secta”, según los criterios que se empleen.
En España, adonde llegaron en 1903, han sido admitidos en la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) –una decisión no exenta de polémica–, y afirman ser actualmente unos 16.000. Su presencia es importante, puesto que cuentan con más de 150 locales en todo el país, 4 colegios, un centro universitario, una ONG, una editorial, una fundación, una empresa alimentaria, varias asociaciones y medios de comunicación.
Y vamos ya al artículo que citaba. ¿Una “conversión” de los adventistas ante la novedad del papa Francisco? O, como señala al inicio del texto su autor, el adventista alemán Gerhard Padderatz, “¿necesitamos cambiar nuestra interpretación de Apocalipsis 13?”. Y para quien no sepa de qué va la cosa –es decir, el lector no adventista–, aclara: “muchos adventistas se están frotando los ojos de asombro estos días: están viendo un Papa que no encaja con su imagen del ‘anticristo’. El Papa Francisco aparece extremadamente agradable… ¿Se ha convertido ‘la bestia’?”. No se asusten: esto es lo que el adventismo ha pensado toda la vida del sucesor de Pedro.
Para comprobarlo, basta con asomar a una de las obras fundamentales de Ellen G. White, El conflicto de los siglos, donde la profetisa arremete repetidamente contra el papado (con más de 300 referencias). Por ejemplo, explica que ya “el apóstol Pablo, en su segunda carta a los Tesalonicenses, predijo la gran apostasía que había de resultar en el establecimiento del poder papal… veía él que se introducían en la iglesia errores que prepararían el camino para el desarrollo del papado”. Se trata, dice ella, de una pretensión satánica, ya que “sólo por usurpación puede el papa ejercer autoridad sobre la iglesia de Cristo”, y precisamente es el culpable de celebrar el domingo como día del Señor, un error gravísimo según los adventistas.
White interpreta así el capítulo 13 del Apocalipsis: cuando el dragón da su poder, su trono y su autoridad a la bestia, el dragón representa al paganismo, y la bestia a la Iglesia católica (y, en concreto, a su cabeza visible, el obispo de Roma), siguiendo una arraigada tradición del mundo de la Reforma (sin ir más lejos, Lutero decía que el Papa era el Anticristo y ocupaba la silla de Satanás), pero dando un paso más allá al afirmar que “la imagen de la bestia representa la forma de protestantismo apóstata que se desarrollará cuando las iglesias protestantes busquen la ayuda del poder civil para la imposición de sus dogmas”, algo sucedido sobre todo en los Estados Unidos según la profetisa. Por último, señala que “la marca de la bestia” es la celebración del domingo, algo que habría sido inventado por la Iglesia de Roma y aceptado por las otras pequeñas bestias, los protestantes. Vamos, todo el cristianismo anterior al adventismo.
Tras esta necesaria aclaración de lo afirmado por Ellen G. White, volvamos de nuevo al artículo que pone bajo la lupa al Papa actual. El autor, Padderatz, reconoce lo extraño que parece para el antipapismo adventista todo el proceso de aggiornamento del Concilio Vaticano II, y la defensa que hace la Iglesia católica actual de la libertad de conciencia. Y escribe: “¿No parece obvio que nuestra interpretación de Apocalpsis 13 ya no encaja?, se preguntarán algunos. ¿Está influenciada nuestra imagen negativa del papado por la Edad Media? ¿No pertenece esta imagen a la América anti-católica del siglo XIX?”. Esto, afirma, no se trata de una cuestión puntual, sino que supone revisar el valor de las profecías apocalípticas de la secta: “si realmente queremos revisar nuestra interpretación en este punto, tendríamos que tirar por la borda toda nuestra comprensión de los eventos del tiempo del fin… ¿Qué ocurrirá con la alegada inspiración divina de Elena G. White?”.
Entonces reflexiona sobre el valor de las profecías, que no son simples especulaciones sobre el futuro, sino proyecciones que se cumplen porque vienen de Dios. Así, por ejemplo, “la desaparición de la Unión Soviética dejó un superpoder mundial único, llamado Estados Unidos de América, tal y como sugería la interpretación adventista de Apocalipsis 13”. Lo mismo pasa con el papel fundamental de los servicios de inteligencia en la actualidad, y la recopilación de datos de todo el mundo: “a causa del 11 de septiembre se ha dado un paso significativo hacia un control mundial de todas las personas, tal y como se implica en Apocalipsis 13”.
Si hasta algunos modelos de prensa confesionalmente anticlerical han sucumbido ante la simpatía del Papa argentino –pensé yo–, ¿por qué no van a hacerlo también los miembros de un grupo que, aunque se ha destacado tradicionalmente por su aversión al primado de la sede romana, se dice ahora que cada vez son más abiertos, más cristianos y menos sectarios?
Y es que una de las características del adventismo es, como digo, su inquina contra la figura del Papa. Actitud que hay que explicar en el marco de su surgimiento dentro del mundo de la Reforma protestante, que desde sus inicios se destacó por la crítica feroz no sólo contra los excesos particulares e históricos de la forma de ejercer el ministerio del obispo de Roma, sino también contra su misma esencia y legitimidad. Para situarnos mejor, hay que resumir la historia y la identidad de los Adventistas del Séptimo Día, aún a riesgo de simplificar.
Nos vamos hasta el siglo XIX, con la figura del estadounidense William Miller (1782-1849), uno de los protagonistas del reavivamiento cristiano de su época. Su peculiar interpretación apocalíptica de la Sagrada Escritura lo hizo muy popular, y comenzó a predecir las fechas de la parusía, fracasando estrepitosamente al señalar los años 1843 y 1844, años en los que, como sabemos bien, no vino el regreso esperado del Señor Jesús.
Tuvo que venir otro personaje, Ellen G. White (1827-1915), para salvar el adventismo y darle la forma que tiene actualmente. Fue ella la que, además, le dio el nombre oficial en 1863, configurando el movimiento más importante dentro de esta corriente: laIglesia de los Adventistas del Séptimo Día. La señora White es considerada profetisa por sus seguidores, ya que decía recibir revelaciones divinas y angélicas.
Sus doctrinas proceden del cristianismo protestante, y sus acentos específicos están en la importancia dada a los escritos de su fundadora, la insistencia en el milenarismo y la celebración del sábado como fiesta semanal (de ahí les viene el nombre del “séptimo día”). En cuanto a los autores, hay discusión sobre su clasificación, y podemos decir que se encuentra en el límite mismo entre “iglesia cristiana” y “secta”, según los criterios que se empleen.
En España, adonde llegaron en 1903, han sido admitidos en la Federación de Entidades Religiosas Evangélicas de España (FEREDE) –una decisión no exenta de polémica–, y afirman ser actualmente unos 16.000. Su presencia es importante, puesto que cuentan con más de 150 locales en todo el país, 4 colegios, un centro universitario, una ONG, una editorial, una fundación, una empresa alimentaria, varias asociaciones y medios de comunicación.
Y vamos ya al artículo que citaba. ¿Una “conversión” de los adventistas ante la novedad del papa Francisco? O, como señala al inicio del texto su autor, el adventista alemán Gerhard Padderatz, “¿necesitamos cambiar nuestra interpretación de Apocalipsis 13?”. Y para quien no sepa de qué va la cosa –es decir, el lector no adventista–, aclara: “muchos adventistas se están frotando los ojos de asombro estos días: están viendo un Papa que no encaja con su imagen del ‘anticristo’. El Papa Francisco aparece extremadamente agradable… ¿Se ha convertido ‘la bestia’?”. No se asusten: esto es lo que el adventismo ha pensado toda la vida del sucesor de Pedro.
Para comprobarlo, basta con asomar a una de las obras fundamentales de Ellen G. White, El conflicto de los siglos, donde la profetisa arremete repetidamente contra el papado (con más de 300 referencias). Por ejemplo, explica que ya “el apóstol Pablo, en su segunda carta a los Tesalonicenses, predijo la gran apostasía que había de resultar en el establecimiento del poder papal… veía él que se introducían en la iglesia errores que prepararían el camino para el desarrollo del papado”. Se trata, dice ella, de una pretensión satánica, ya que “sólo por usurpación puede el papa ejercer autoridad sobre la iglesia de Cristo”, y precisamente es el culpable de celebrar el domingo como día del Señor, un error gravísimo según los adventistas.
White interpreta así el capítulo 13 del Apocalipsis: cuando el dragón da su poder, su trono y su autoridad a la bestia, el dragón representa al paganismo, y la bestia a la Iglesia católica (y, en concreto, a su cabeza visible, el obispo de Roma), siguiendo una arraigada tradición del mundo de la Reforma (sin ir más lejos, Lutero decía que el Papa era el Anticristo y ocupaba la silla de Satanás), pero dando un paso más allá al afirmar que “la imagen de la bestia representa la forma de protestantismo apóstata que se desarrollará cuando las iglesias protestantes busquen la ayuda del poder civil para la imposición de sus dogmas”, algo sucedido sobre todo en los Estados Unidos según la profetisa. Por último, señala que “la marca de la bestia” es la celebración del domingo, algo que habría sido inventado por la Iglesia de Roma y aceptado por las otras pequeñas bestias, los protestantes. Vamos, todo el cristianismo anterior al adventismo.
Tras esta necesaria aclaración de lo afirmado por Ellen G. White, volvamos de nuevo al artículo que pone bajo la lupa al Papa actual. El autor, Padderatz, reconoce lo extraño que parece para el antipapismo adventista todo el proceso de aggiornamento del Concilio Vaticano II, y la defensa que hace la Iglesia católica actual de la libertad de conciencia. Y escribe: “¿No parece obvio que nuestra interpretación de Apocalpsis 13 ya no encaja?, se preguntarán algunos. ¿Está influenciada nuestra imagen negativa del papado por la Edad Media? ¿No pertenece esta imagen a la América anti-católica del siglo XIX?”. Esto, afirma, no se trata de una cuestión puntual, sino que supone revisar el valor de las profecías apocalípticas de la secta: “si realmente queremos revisar nuestra interpretación en este punto, tendríamos que tirar por la borda toda nuestra comprensión de los eventos del tiempo del fin… ¿Qué ocurrirá con la alegada inspiración divina de Elena G. White?”.
Entonces reflexiona sobre el valor de las profecías, que no son simples especulaciones sobre el futuro, sino proyecciones que se cumplen porque vienen de Dios. Así, por ejemplo, “la desaparición de la Unión Soviética dejó un superpoder mundial único, llamado Estados Unidos de América, tal y como sugería la interpretación adventista de Apocalipsis 13”. Lo mismo pasa con el papel fundamental de los servicios de inteligencia en la actualidad, y la recopilación de datos de todo el mundo: “a causa del 11 de septiembre se ha dado un paso significativo hacia un control mundial de todas las personas, tal y como se implica en Apocalipsis 13”.
De ahí que la popularidad del papa Francisco no la vea el autor adventista como una enmienda a la totalidad de su doctrina apocalíptica, sino, al contrario, como una confirmación de su lectura literal del último libro de la Biblia. Ya que en el versículo 3 del susodicho capítulo “se habla o solo de un fortalecimiento del poder político del papado, también de un incremento en admiración y respeto. El Papa Francisco está logrando esto en este momento… El texto habla de una adoración de proporciones mundiales. En la mentalidad iluminada y liberal del mundo, la gente no toleraría órdenes papales y prohibiciones. Pero un modelo de humildad, modestia y caridad es más aceptable. Eso es lo que estamos experimentando en este momento”.
Gerhard Padderatz insiste en la existencia de “poderes engañadores” y en la existencia de “una gran estrategia detrás del papado”. Y cita unas palabras durísimas de la profetisa White contra los jesuitas, que “se presentaban con cierto aire de santidad, visitando las cárceles, atendiendo a los enfermos y a los pobres… pero bajo esta fingida mansedumbre, ocultaban a menudo propósitos criminales y mortíferos”. Aunque nada se dice de la condición de jesuita del papa Bergoglio, el mensaje está claro para el buen entendedor.
Y lo que se dice del Papa, se extiende a toda la Iglesia, cómo no. El autor de nuestro artículo afirma que “para un mundo que bajo la influencia del relativismo se ha apartado de la verdad bíblica y una fe salvadora, el comportamiento social y los gestos de humildad significan todo. El Papa Francisco es un maestro en estos temas. No debemos olvidar que la Iglesia Católica continúa defendiendo herejías evidentes. Estas incluyen el cambio de los Diez Mandamientos, la divina devoción a María, la doctrina de la inmortalidad del alma, el purgatorio, la tortura eterna en el infierno, así como el bloqueo del acceso directo a Cristo a través de la intercesión de los sacerdotes y del rito de la confesión. Babilonia sigue, de hecho, caída”.
Para la mentalidad apocalíptica de los adventistas, esta figura del pontífice argentino no sólo no hace mover ni un milímetro sus profecías, sino que las reafirma. Por eso Padderatz termina su artículo escribiendo: “cuando el argentino Jorge Mario Bergoglio, S.J., fue elegido como Papa, uno de sus primeros actos oficiales fue orar a María. No, el Papa no ha sido convertido. Y todos los indicios señalan que la interpretación adventista de Apocalipsis 13 sigue siendo cierta. El nuevo Papa, en medio de toda la legítima simpatía hacia él, la ha hecho incluso un poco más creíble”.
Los adventistas, como puede suponerse, no están muy por la labor del ecumenismo. No pertenecen a los órganos principales que existen para el diálogo entre las confesiones cristianas. Hay, no obstante, algún documento bilateral puntual, como uno firmado en 2001 con la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, y un diálogo iniciado con los menonitas. También parece que ha habido algunos contactos entre representantes de la Santa Sede y los Adventistas del Séptimo Día, pero según informa el organismo encargado de estos temas en el Vaticano –el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos–, no hay ninguna iniciativa formal de diálogo entre ambas confesiones. Ni creo que la haya, habida cuenta de lo que piensan los adventistas del obispo de Roma y de la Iglesia católica en general. Si ellos representan a Cristo y los “romanos” seguimos al Anticristo… la cosa está clara.
Luis Santamaría del Río
Gerhard Padderatz insiste en la existencia de “poderes engañadores” y en la existencia de “una gran estrategia detrás del papado”. Y cita unas palabras durísimas de la profetisa White contra los jesuitas, que “se presentaban con cierto aire de santidad, visitando las cárceles, atendiendo a los enfermos y a los pobres… pero bajo esta fingida mansedumbre, ocultaban a menudo propósitos criminales y mortíferos”. Aunque nada se dice de la condición de jesuita del papa Bergoglio, el mensaje está claro para el buen entendedor.
Y lo que se dice del Papa, se extiende a toda la Iglesia, cómo no. El autor de nuestro artículo afirma que “para un mundo que bajo la influencia del relativismo se ha apartado de la verdad bíblica y una fe salvadora, el comportamiento social y los gestos de humildad significan todo. El Papa Francisco es un maestro en estos temas. No debemos olvidar que la Iglesia Católica continúa defendiendo herejías evidentes. Estas incluyen el cambio de los Diez Mandamientos, la divina devoción a María, la doctrina de la inmortalidad del alma, el purgatorio, la tortura eterna en el infierno, así como el bloqueo del acceso directo a Cristo a través de la intercesión de los sacerdotes y del rito de la confesión. Babilonia sigue, de hecho, caída”.
Para la mentalidad apocalíptica de los adventistas, esta figura del pontífice argentino no sólo no hace mover ni un milímetro sus profecías, sino que las reafirma. Por eso Padderatz termina su artículo escribiendo: “cuando el argentino Jorge Mario Bergoglio, S.J., fue elegido como Papa, uno de sus primeros actos oficiales fue orar a María. No, el Papa no ha sido convertido. Y todos los indicios señalan que la interpretación adventista de Apocalipsis 13 sigue siendo cierta. El nuevo Papa, en medio de toda la legítima simpatía hacia él, la ha hecho incluso un poco más creíble”.
Los adventistas, como puede suponerse, no están muy por la labor del ecumenismo. No pertenecen a los órganos principales que existen para el diálogo entre las confesiones cristianas. Hay, no obstante, algún documento bilateral puntual, como uno firmado en 2001 con la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, y un diálogo iniciado con los menonitas. También parece que ha habido algunos contactos entre representantes de la Santa Sede y los Adventistas del Séptimo Día, pero según informa el organismo encargado de estos temas en el Vaticano –el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos–, no hay ninguna iniciativa formal de diálogo entre ambas confesiones. Ni creo que la haya, habida cuenta de lo que piensan los adventistas del obispo de Roma y de la Iglesia católica en general. Si ellos representan a Cristo y los “romanos” seguimos al Anticristo… la cosa está clara.
Luis Santamaría del Río
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