Saturday, February 15, 2014

La fe en Dios


Mientras me hallaba en Battle Creek, estado de Míchigan, el 5 de mayo de 1855, vi que había una gran falta de fe entre los siervos de Dios, como también entre la iglesia. Se desaniman con demasiada facilidad, propenden demasiado a dudar de Dios y creer que les toca una suerta dura y que Dios los ha abandonado. Vi que esto era cruel. Dios los amó de tal manera que dió a su Hijo amado para que muriese por ellos, y todo el cielo estaba interesado en su salvación. Sin embargo, después de todo lo que se hizo por ellos, les costaba confiar en un Padre tan bondadoso y amante. El ha dicho que está más dispuesto a conceder el Espíritu Santo a quienes se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Vi que los siervos de Dios y la iglesia se desanimaban con excesiva facilidad. Cuando pedían a su Padre celestial cosas que creían necesarias y no las recibían inmediatamente, su fe vacilaba, su valor desaparecía, y se posesionaba de ellos un sentimiento de murmuración. Vi que esto desagradaba a Dios. 

Todo santo que se allega a Dios con un corazón fiel, y eleva sus sinceras peticiones a él con fe, recibirá contestación a sus oraciones. Vuestra fe no debe desconfiar de las promesas de Dios, porque no veáis o sintáis la inmediata respuesta a vuestras oraciones. No temáis confiar en Dios. Fiad en su segura promesa: “Pedid, y recibiréis.” Juan 16:24. Dios es demasiado sabio para errar, y demasiado bueno para privar de cualquier cosa buena a sus santos que andan íntegramente. El hombre está sujeto a errar, y aunque sus peticiones asciendan de un corazón sincero, no siempre pide las cosas que sean buenas para sí mismo; o que hayan de glorificar a Dios. Cuando tal cosa sucede, nuestro sabio y bondadoso Padre oye nuestras oraciones, y nos contesta, a veces inmediatamente; pero nos da las cosas que son mejores para nosotros y para su propia gloria. Si pudiésemos apreciar el plan de Dios cuando nos envía sus bendiciones, veríamos claramente que él sabe lo que es mejor para nosotros, y que nuestras oraciones obtienen respuesta. Nunca nos da algo perjudicial, sino la bendición que necesitamos, en lugar de algo que pedimos y que no sería bueno para nosotros. 

Vi que si no advertimos inmediatamente la respuesta a nuestras oraciones, debemos retener firmemente nuestra fe, y no permitir que nos embargue la desconfianza, porque ello nos separaría de Dios. Si nuestra fe vacila, no conseguiremos nada de él. Nuestra confianza en Dios debe ser firme; y cuando más necesitemos su bendición, ella caerá sobre nosotros como una lluvia. 

Cuando los siervos de Dios piden su Espíritu y bendición, a veces los reciben inmediatamente; pero no siempre les son concedidos en seguida. En este último caso, no desmayemos. Aférrese nuestra fe de la promesa de que llegará. Confiemos plenamente en Dios, y a menudo esta bendición vendrá cuando más la necesitemos; recibiremos inesperadamente ayuda de Dios cuando estemos presentando la verdad a los incrédulos, y quedaremos capacitados para impartir la Palabra con claridad y poder.

Se me presentó el asunto como el caso de los niños que piden una bendición a sus padres terrenales que los aman. Piden algo que el padre sabe les ha de perjudicar; pero el padre les da cosas que serán benéficas para ellos, en vez de aquello que deseaban. Vi que toda oración elevada con fe por un corazón sincero, será oída y contestada por Dios, y que el suplicante obtendrá la bendición cuando más la necesite, y a menudo ésta excederá sus expectativas. No se pierde una sola oración de un verdadero santo, si es elevada con fe por un corazón sincero.

1JT - Joyas de los Testimonios, Tomo 1
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