La observancia del sábado entraña grandes bendiciones, y Dios desea que el sábado sea para nosotros un día de gozo. La institución del sábado se estableció con gozo. Dios contempló con satisfacción la obra de sus manos. Declaró que todo lo que había hecho era “bueno en gran manera”. Génesis 1:31. El cielo y la tierra se llenaron de regocijo. “Las estrellas todas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. Job 38:7. Aunque el pecado entró en el mundo para mancillar su obra perfecta, Dios sigue dándonos el sábado como testimonio de que un Ser omnipotente, infinito en bondad y misericordia, creó todas las cosas. Nuestro Padre celestial desea, por medio de la observancia del sábado, conservar entre los hombres el conocimiento de sí mismo. Desea que el sábado dirija nuestra mente a él como el verdadero Dios viviente, y que por conocerle tengamos vida y paz.
Cuando el Señor liberó a su pueblo Israel de Egipto y le confió su ley, le enseñó que por la observancia del sábado debía distinguirse de los idólatras. Así se crearía una distinción entre los que reconocían la soberanía de Dios y los que se negaban a aceptarle como su Creador y Rey. “Señal es para siempre entre mí y los hijos de Israel”, dijo el Señor. “Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel: celebrándolo por sus generaciones por pacto perpetuo”. Éxodo 31:17, 16.
Así como el sábado fue la señal que distinguía a Israel cuando salió de Egipto para entrar en la Canaán terrenal, así también es la señal que ahora distingue al pueblo de Dios cuando sale del mundo para entrar en el reposo celestial. El sábado es una señal de la relación que existe entre Dios y su pueblo, una señal de que éste honra la ley de su Creador. Hace distinción entre los súbditos leales y los transgresores.
Desde la columna de nube, Cristo declaró acerca del sábado: “Con todo eso vosotros guardaréis mis sábados: porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico”. Éxodo 31:13. El sábado que fue dado al mundo como señal de que Dios es el Creador, es también la señal de que es el Santificador. El poder que creó todas las cosas es el poder que vuelve a crear el alma a su semejanza. Para quienes lo santifican, el sábado es una señal de santificación. La verdadera santificación es armonía con Dios, unidad con él en carácter. Se recibe obedeciendo a los principios que son el trasunto de su carácter. Y el sábado es la señal de obediencia. El que obedece de corazón al cuarto mandamiento, obedecerá toda la ley. Queda santificado por la obediencia.
A nosotros, como a Israel, nos es dado el sábado “por pacto perpetuo”. Para los que reverencian el santo día, el sábado es una señal de que Dios los reconoce como su pueblo escogido. Es una garantía de que cumplirá su pacto en su favor. Cada alma que acepta la señal del gobierno de Dios, se coloca bajo el pacto divino y eterno. Se vincula con la cadena áurea de la obediencia, de la cual cada eslabón es una promesa.
De los diez mandamientos, sólo el cuarto contiene el sello del gran Legislador, Creador del cielo y de la tierra. Los que obedecen este mandamiento toman sobre sí su nombre, y son suyas todas las bendiciones que entraña. “Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y a sus hijos, y diles: Así bendeciréis a los hijos de Israel, diciéndoles: Jehová te bendiga, y te guarde: haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia: Jehová alce a ti su rostro, y ponga en ti paz. Y pondrán mi nombre sobre los hijos de Israel, y yo los bendeciré”. Números 6:22-27.
Por medio de Moisés fue dada también la promesa: “Te confirmará Jehová por pueblo santo suyo, como te lo ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos. Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es invocado sobre ti... Te pondrá Jehová por cabeza, y no por cola; y estarás encima solamente, y no estarás debajo; si obedecieres a los mandamientos de Jehová tu Dios, que yo te ordeno hoy, para que los guardes y cumplas”. Deuteronomio 28:9-13.
El salmista, hablando por el Espíritu Santo, dice:
“Venid, aclamemos alegremente a Jehová;
cantemos con júbilo a la roca de nuestra salvación...
Porque Jehová es Dios grande,
y Rey grande sobre todos los dioses.
Porque en su mano están las profundidades de la tierra,
y las alturas de los montes son suyas.
Suyo también el mar, pues él la hizo;
y sus manos formaron la seca.
Venid, adoremos y postrémonos;
arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor.
Porque él es nuestro Dios”.
“Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos;
pueblo suyo somos, y ovejas de su prado”
Salmos 95:1-7; 100:3.
Estas promesas dadas a Israel son también para el pueblo de Dios actual. Son los mensajes que el sábado nos trae.
Testimonios para la Iglesia, Tomo 6, pp.351-353.
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