Los misioneros que se sostienen a sí mismos tienen con frecuencia mucho éxito. Iniciada de una manera humilde y reducida, su obra crecerá a medida que avancen bajo la dirección del Espíritu de Dios. Emprenden dos o tres juntos la obra de evangelización. Quizás los que dirigen la obra no les prometan ayuda financiera; sigan, sin embargo, adelante, orando, alabando, enseñando y viviendo la verdad. Pueden empezar a colportar, y de esa manera introducirán la verdad en muchas familias. Mientras progresan en su obra, adquirirán una experiencia bendecida. Les infunde humildad su sentido de su responsabilidad, pero el Señor va delante de ellos y hallan favor y ayuda tanto entre los ricos como entre los pobres. Aun la pobreza de estos misioneros consagrados es un medio de acceder a la gente. Mientras siguen adelante, son ayudados de muchas maneras por aquellos a quienes imparten alimento espiritual. Llevan el mensaje que Dios les dio y sus esfuerzos se verán coronados de éxito. Serán llevados a un conocimiento de la verdad muchos que, de no ser por estos humildes instructores, nunca habrían sido ganados para Cristo.
Dios llama a obreros que entren en el campo de la mies que ya blanquea. ¿Tendremos que aguardar porque la tesorería está agotada, porque hay apenas lo suficiente para sostener a los obreros que están ya en el campo? Salid con fe, y Dios estará con vosotros. La promesa es: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. Salmos 126:6.
Nada contribuye tanto al éxito como el éxito mismo. Obténgase éste por esfuerzo perseverante, y la obra progresará. Se abrirán nuevos campos. Muchas almas serán llevadas al conocimiento de la verdad. Lo que se necesita es que aumente la fe en Dios.
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Nuestro pueblo ha recibido gran luz, y sin embargo, muchos de los ministros dedican sus esfuerzos a las iglesias, enseñando a los que debieran ser instructores; iluminando a los que debieran ser “la luz del mundo”; regando a aquellos de los cuales debieran fluir ríos de aguas vivas; enriqueciendo a los que podrían ser minas de verdad preciosa; repitiendo la invitación del Evangelio a los que, dispersos hasta los últimos confines de la tierra, debieran estar dando el mensaje del cielo a los que nunca lo han oído; alimentando a aquellos que debieran estar en los caminos y los vallados dando la invitación: “Las bodas a la verdad están aparejadas”.
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Aquellos cuyas ligaduras de pecado han sido rotas, que han buscado al Señor con corazón contrito y han obtenido respuesta a su anhelante petición de justicia, no son nunca fríos ni sin aliento. Su corazón está lleno de amor abnegado por los pecadores. Desechan de sí toda ambición mundanal, todo egoísmo. Su trato con las cosas profundas de Dios los hace más y más semejantes a su Salvador. Se regocijan en los triunfos de él y se sienten henchidos de su gozo. Día tras día crecen hasta alcanzar la plena estatura de hombres y mujeres en Cristo.
Testimonios para la Iglesia, Tomo 7, pp.25,26.
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