Los ministros no deben ser idolatrados.
No puede haber una evidencia más clara en las iglesias de que las verdades de la Biblia no han santificado a los que las recibieron, que el apego de ellos a algún ministro favorito, y su renuencia para aceptar y ser beneficiados por la obra de algún otro maestro que les ha sido enviado en la providencia de Dios. El Señor envía ayuda a su iglesia según la necesitan, no como ellos la escogen, pues los mortales, faltos de perspicacia, no pueden discernir lo que es mejor para su bien. Rara vez un ministro tiene todas las cualidades para perfeccionar determinada iglesia en todos los requisitos del cristianismo. Por eso Dios envía a otros ministros para que vayan en pos de él, uno tras otro, cada uno de los cuales tiene algunas cualidades en las que son deficientes los otros.
La iglesia debiera aceptar con gratitud a esos siervos de Cristo, así como aceptaría a su mismo Maestro. Debiera procurar obtener todo el beneficio posible de la instrucción que los ministros pueden darle de la Palabra de Dios; pero los ministros no deben ser idolatrados, no debiera haber religiosos mimados y favoritos entre la gente. Las verdades que ellos traen son las que deben ser aceptadas y apreciadas con la docilidad de la humildad (Redemption: The Teachings of Paul, pp. 74-75).
(Referencia a I de Corintios 3:4-9).
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