30 de junio
Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 1 Juan 2:14, 15.
Mi corazón se conmueve dentro de mí cuando veo y percibo cuán poco tiempo nos queda para trabajar. Nunca me ha parecido como ahora que tan grandes resultados dependen de nosotros como pueblo. Nunca ha habido una época como ahora cuando se necesitó que jóvenes de toda edad y país hicieran fervorosamente la obra que hay que hacer.
La sociedad espera algo de la juventud de hoy. Los hombres que han permanecido en el frente de batalla, llevando la responsabilidad en medio del calor del día, abandonarán el escenario de la vida activa. ¿Dónde se encuentran los jóvenes que ocuparán su lugar cuando estos sabios instructores y consejeros no puedan asumir más responsabilidades? Estos deberes tienen que recaer sobre los jóvenes. Cuán importante es, entonces, que los jóvenes se estén educando, porque sobre ellos recaerán estos deberes.
Prepárate, hijo mío [Guillermo], para desempeñar tus deberes con incorruptible fidelidad. Me gustaría poder impresionar a los jóvenes con lo que pueden llegar a ser y hacer si pudieran comprender lo que Dios espera de ellos. Les ha dado talentos, no para que se estanquen en la indolencia, sino para que los fortalezcan y los eleven mediante acciones nobles...
Hay que formar el carácter. Es la obra de la vida entera. Es una obra que requiere meditación. El buen juicio se debe ejercer; los hábitos de trabajo y perseverancia se deben consolidar. Considera con meditación y oración qué clase de carácter te gustaría poseer delante del mundo... Otras personas te pueden animar en tu trabajo, pero jamás podrán hacer tu tarea personal de vencer la tentación. No puedes ser honrado ni veraz, trabajador y virtuoso en lugar de ellos, ni ellos tampoco lo pueden ser en tu lugar. En cierto sentido debes permanecer solo para librar tus propias batallas. Pero no estarás solo, porque tendrás a Jesús y a los ángeles de Dios para que te ayuden. No obstante pocos alcanzan el nivel que podrían en cuanto a excelencia de carácter, porque no se fijan un blanco suficientemente elevado. La prosperidad y la felicidad jamás son el fruto de la generación espontánea. Son el resultado del trabajo, el fruto de mucho cultivo.—Carta 22, del 30 de junio de 1875, dirigida a su hijo W. C. White, cuando tenía veinte años.
Cada Día con Dios, p.188.
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