Cuando hablaba de los primeros jesuitas, el Padre Nadal les decía:«Nuestra casa es el mundo». Esa expresión es sugerente, y no únicamente para jesuitas. Es un buen anhelo para esta época nuestra. Hoy, quien puede, viaja. Hay cosmopolitas, turistas… hay también quien emigra, buscando oportunidades, trabajo, libertad. Y hay quien no puede moverse. Vamos organizando nuestras sociedades estableciendo barreras, poniendo etiquetas, marcando a la gente con papeles que dan derechos. Y estás dentro, o fuera. Y tienes unos derechos, o no los tienes. Y eres propio, o extraño… Pero, ¿no sería fascinante que el mundo fuera casa común, donde no hubiera zonas reservadas, áreas exclusivas, llaves y cerrojos? Es un anhelo quizás imposible, pero no por ello impensable. Y, en buena medida, la fe nos pide romper fronteras, tirar muros y sentirnos habitantes de una casa común.
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