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LUNES, 09 NOVIEMBRE 2015 10:00
Reforma
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El rey de reyes. El gigante entre liliputienses. El hombre más rico de México y entre los más acaudalados del mundo. Alguien que ha respaldado en momentos críticos al PRI y en otros, por conveniencia, a López Obrador. Casado por Marcial Maciel. Alguien con un indudable olfato, instinto y talento empresarial. Alguien que en comparación con otros multimillonarios en el mundo, ejerce una filantropía bastante tacaña, calculadora y que se vuelve una forma de hacer política por otros medios. Sofisticado en algunas cosas, simplón en otras, propositivo en ciertos temas y pueril en otros tantos, cosmopolita y también profundamente provinciano. Ese es el retrato polifacético que emerge del imperdible libro de Diego Enrique Osorno, Slim: Biografía política del mexicano más rico del mundo. En él no lincha ni glorifica pero sí expone.
Y el retrato dista de ser halagador. Omnipresente en la vida de los mexicanos, Slim domina un abanico de sectores y posee una fortuna estimada en el 7 por ciento del PIB. Una fortuna producto de decisiones audaces e inteligentes, pero también de gobiernos y reguladores que lo crearon. Lo propulsaron. Lo protegieron. Más que un empresario innovador, emerge como prototipo mexicano de los oligarcas rusos, que han multiplicado sus fortunas bajo la sombra del poder. Protagonista principal del capitalismo oligárquico en el cual el tráfico de influencias ocupa el vacío dejado por la falta de leyes y gobiernos fuertes.
Osorno pregunta si Slim es una buena persona. Pero me parece que esa no es la pregunta central que debería hacerse en torno a él. Esa pregunta quizás llevaría a evaluarlo positivamente tan solo porque tiene hábitos personales modestos, maneja su propio carro, y no despliega una vida ostentosa como otros millonarios mexicanos. Ello sería equivalente a argumentar que John D. Rockefeller -el monopolista más exitoso que ha precedido a Slim en la historia- debió ser alabado por la sociedad de su tiempo porque trataba bien a los perros y a los niños. Y tan no fue así que el gobierno intervino y partió el monopolio de Standard Oil, nivelando de ese modo el terreno de juego del capitalismo estadounidense.
México tiene que discutir seriamente el papel nocivo que Slim ha tenido sobre la competencia en telecomunicaciones y tantos otros ámbitos. Tiene que escrutinar la operación del sistema económico disfuncional que lo produjo y le permite seguir expandiendo su imperio. Un capitalismo de cuatitud que Slim ha logrado poner a su servicio aprovechándose de instituciones débiles, funcionarios cómplices, legisladores doblegados, consumidores sin recursos legales para enfrentar su expoliación y medios mayoritariamente silenciados que dependen de su publicidad y apoyo financiero.
Y el retrato dista de ser halagador. Omnipresente en la vida de los mexicanos, Slim domina un abanico de sectores y posee una fortuna estimada en el 7 por ciento del PIB. Una fortuna producto de decisiones audaces e inteligentes, pero también de gobiernos y reguladores que lo crearon. Lo propulsaron. Lo protegieron. Más que un empresario innovador, emerge como prototipo mexicano de los oligarcas rusos, que han multiplicado sus fortunas bajo la sombra del poder. Protagonista principal del capitalismo oligárquico en el cual el tráfico de influencias ocupa el vacío dejado por la falta de leyes y gobiernos fuertes.
Osorno pregunta si Slim es una buena persona. Pero me parece que esa no es la pregunta central que debería hacerse en torno a él. Esa pregunta quizás llevaría a evaluarlo positivamente tan solo porque tiene hábitos personales modestos, maneja su propio carro, y no despliega una vida ostentosa como otros millonarios mexicanos. Ello sería equivalente a argumentar que John D. Rockefeller -el monopolista más exitoso que ha precedido a Slim en la historia- debió ser alabado por la sociedad de su tiempo porque trataba bien a los perros y a los niños. Y tan no fue así que el gobierno intervino y partió el monopolio de Standard Oil, nivelando de ese modo el terreno de juego del capitalismo estadounidense.
México tiene que discutir seriamente el papel nocivo que Slim ha tenido sobre la competencia en telecomunicaciones y tantos otros ámbitos. Tiene que escrutinar la operación del sistema económico disfuncional que lo produjo y le permite seguir expandiendo su imperio. Un capitalismo de cuatitud que Slim ha logrado poner a su servicio aprovechándose de instituciones débiles, funcionarios cómplices, legisladores doblegados, consumidores sin recursos legales para enfrentar su expoliación y medios mayoritariamente silenciados que dependen de su publicidad y apoyo financiero.
Con un alto costo para el país y sus ciudadanos. El economista Gerardo Esquivel calcula que entre 2005 y 2009, el monopolio de telecomunicaciones de Slim significó la pérdida de bienestar a los mexicanos superior a 129 mil millones de dólares, casi 1.8 por ciento del PIB anual. Por la falta de competencia y la concentración del mercado. Por la debilidad de las instituciones mexicanas que no contuvieron a Slim, sino que le permitieron seguir cobrando tarifas exacerbadas. Por un proceso de privatización discrecional, personalizado, protector que convirtió a Telmex en una vaca que Slim ordeñó durante años.
Ojalá el libro de Osorno lleve a la discusión indispensable sobre cómo México crea multimillonarios al estilo Slim, sobre la desigualdad, sobre el influyentismo, sobre la ética empresarial. Y sobre el legado de un hombre con una fortuna de 77.1 mil millones de dólares. Un legado que podría ser mucho mejor del que ha dejado hasta ahora, lejos del que dejará Bill Gates. Una huella profunda que vaya más allá de la filantropía minimalista y mediocre que le ha dado al país que le permitió ser quien es y tener lo que tiene.
PD. En el libro Slim trata a sus críticos -el Wall Street Journal, la OCDE, los respetados autores del libro Why Nations Fail, yo incluso- con desdén. Los califica de poco serios, comprados o "babosos". Slim afirma que yo no siempre he dicho la verdad sobre él. Le pido atentamente que señale mis inexactitudes para aclararlas. Aprovecho también para corregir las muchas que él pronuncia a lo largo del libro, específicamente una que me atañe: Slim dice que en un evento del ITAM en el cual participó, yo envié a un grupo a atacarlo. Falso. Una alumna se levantó, lo cuestionó y lo hizo motu proprio, seguramente cansada de ser exprimida por su cuenta mensual de Telmex.
Ojalá el libro de Osorno lleve a la discusión indispensable sobre cómo México crea multimillonarios al estilo Slim, sobre la desigualdad, sobre el influyentismo, sobre la ética empresarial. Y sobre el legado de un hombre con una fortuna de 77.1 mil millones de dólares. Un legado que podría ser mucho mejor del que ha dejado hasta ahora, lejos del que dejará Bill Gates. Una huella profunda que vaya más allá de la filantropía minimalista y mediocre que le ha dado al país que le permitió ser quien es y tener lo que tiene.
PD. En el libro Slim trata a sus críticos -el Wall Street Journal, la OCDE, los respetados autores del libro Why Nations Fail, yo incluso- con desdén. Los califica de poco serios, comprados o "babosos". Slim afirma que yo no siempre he dicho la verdad sobre él. Le pido atentamente que señale mis inexactitudes para aclararlas. Aprovecho también para corregir las muchas que él pronuncia a lo largo del libro, específicamente una que me atañe: Slim dice que en un evento del ITAM en el cual participó, yo envié a un grupo a atacarlo. Falso. Una alumna se levantó, lo cuestionó y lo hizo motu proprio, seguramente cansada de ser exprimida por su cuenta mensual de Telmex.
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