El adversario de las almas no puede leer los pensamientos de los hombres, pero es un agudo observador y toma nota de las palabras. Registra las acciones y hábilmente adapta sus tentaciones para tratar los casos de los que se colocan al alcance de su poder. Si trabajáramos para reprimir los pensamientos y sentimientos pecaminosos, sin darles expresión en palabras o acciones, Satanás sería derrotado, pues no podría preparar sus engañosas tentaciones adecuadas para el caso.
¡Pero con cuánta frecuencia abren la puerta al adversario de las almas los profesos cristianos por su falta de dominio propio! En las iglesias son frecuentes las divisiones y aun las amargas disensiones que deshonrarían a cualquier colectividad mundana, porque se hace muy poco para dominar los malos sentimientos y para reprimir cada palabra de la que pueda aprovecharse Satanás. Tan pronto como hay algún motivo de discordia, el asunto es presentado delante de Satanás para que lo revise, y se le da la oportunidad de usar su sabiduría de serpiente y su habilidad para dividir y destruir la iglesia. Hay una gran pérdida en cada disensión. Los amigos personales de ambas partes toman el bando de sus respectivos favoritos y así se amplía la brecha. No puede permanecer una casa dividida contra sí misma. Se producen y multiplican los reproches y recriminaciones. Satanás y sus ángeles trabajan activamente para lograr una cosecha de la semilla así sembrada.
Contemplan esto los mundanos y se mofan exclamando: “¡Mirad cómo se aborrecen estos cristianos entre sí! Si eso es religión, no la queremos”. Y se ven a sí mismos y a su carácter irreligioso con gran satisfacción. Así se confirman en su impenitencia y Satanás se regocija con su éxito.
El gran engañador ha preparado sus artimañas para cada alma que no está fortalecida para la prueba y preservada por constante oración y fe viviente. Como ministros, como cristianos, debemos trabajar para eliminar del camino las piedras de tropiezo. Debemos retirar cada obstáculo. Confesemos y abandonemos cada pecado, para que pueda estar aparejado el camino del Señor, para que él pueda estar en nuestras reuniones e impartirnos su rica gracia. Deben ser vencidos el mundo, la carne y el demonio.
No podemos preparar el camino ganando la amistad del mundo, que es enemistad contra Dios; pero con la ayuda divina podemos quebrantar su influencia seductora sobre nosotros y sobre otros. No podemos, individual ni colectivamente, librarnos de las tentaciones constantes de un enemigo implacable y determinado. Pero podemos resistirlas con la fortaleza de Jesús.
De cada miembro de la iglesia debe brillar una luz constante ante el mundo de modo que no sea inducido a preguntar: ¿Qué hace más esta gente que los otros? Puede haber y debe haber un alejamiento de la conformidad con el mundo, un apartarnos de toda apariencia de maldad de modo que no se dé ninguna oportunidad a los adversarios. No podemos escapar de los reproches. Vendrán, pero debemos ser muy cuidadosos de que no seamos reprochados por nuestros propios pecados y desatinos, sino por causa de Cristo.
No hay nada que Satanás tema tanto como que el pueblo de Dios despeje el camino quitando todo impedimento, de modo que el Señor pueda derramar su Espíritu sobre una iglesia decaída y una congregación impenitente. Si se hiciera la voluntad de Satanás, no habría ningún otro reavivamiento, grande o pequeño, hasta el fin del tiempo. Pero no ignoramos sus maquinaciones. Es posible resistir su poder. Cuando el camino esté preparado para el Espíritu de Dios, vendrá la bendición. Así como Satanás no puede cerrar las ventanas del cielo para que la lluvia venga sobre la tierra, así tampoco puede impedir que descienda un derramamiento de bendiciones sobre el pueblo de Dios. Los impíos y los demonios no pueden estorbar la obra de Dios, o excluir su presencia de las asambleas de su pueblo, si sus miembros, con corazón sumiso y contrito, confiesan sus pecados, se apartan de ellos y con fe demandan las promesas divinas. Cada tentación, cada influencia opositora, ya sea manifiesta o secreta, puede ser resistida con éxito “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. Zacarías 4:6.
Mensajes Selectos Tomo 1, pp.143,144.
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