Francisco Mora
No hace mucho tuve la oportunidad de conocer a George Steiner, profesor emérito de la Universidad de Cambridge y pensador de gran relevancia internacional. Le conocí con ocasión de un congreso celebrando el 30 aniversario del Instituto Piaget en Portugal en donde se le rendía homenaje por su influyente y ya larga labor intelectual. Hombre de dicción majestuosa, atractiva, bañada de cadencias y floreada de citas en varios idiomas, no en vano es un verdadero y reconocido políglota. Y ante una sala enorme, llena a rebosar de gentes varias, habló con voz fuerte y abierta, y también algo sentenciosa, sobre la decadencia de la cultura occidental. A mí, personalmente, me impresionó su conferencia. Y durante ella, en un momento dado, me impresionó además y sobremanera lo que dijo: "Todas las culturas son mortales. Todas las religiones también. Todos son eventos culturales mortales, como mortales son los hombres que las producen. Y es ahora que hay un período de transición. Estamos en la era de la posreligión. El cristianismo va a morirse, como ha muerto el marxismo. ¿Qué va a llenar el vacío? ¿Qué nos espera? ¿Qué va a nacer?"
Todo esto viene a cuento y a propósito de la muerte reciente del jesuita y también cardenal Carlo María Martini. El "cardenal del diálogo", como al parecer se le conocía en Italia, tuvo, tiempo atrás, un gran protagonismo mediático como hombre "adelantado" dentro de la Iglesia Católica. Y todavía tengo recuerdo vivo, especial, de sus diálogos escritos con el gran Umberto Eco que por cierto aparecieron tiempo después en un librito en español que llevaba el atractivo título de ¿En que creen los que no creen? Pues bien, el cardenal Martini, poco antes de morir, tuvo unas conversaciones con el también jesuita Sporschill que fueron aireadas por la prensa por su especial relevancia para estos tiempos. En estas conversaciones, cuya referencias he extraído del periódicoEl País (domingo 2 de septiembre 2012) vino a decir el cardenal que veía a la Iglesia Católica cansada y encerrada en la burocracia, atrapada por el bienestar y hasta el lujo, esto último expresado en una frase: "Nuestros rituales -dijo Martini- y nuestros vestidos son pomposos". Y a nadie escapa que ello posiblemente también llevaba implícito las condiciones en las que viven "los príncipes de la Iglesia" o el despliegue majestuoso y colorido de los grandes y multitudinarios acontecimientos de la Iglesia dentro o fuera de la gran Basílica de San Pedro.
A muchos nos parece que, en los últimos tiempos, la Iglesia Católica ha venido dando esa imagen y esa palabra fría de una iglesia un tanto desfasada, alejada y hasta aislada del sentir común de las gentes y de los aconteceres que azotan y hacen tanto sufrir a millones de seres humanos en tantas partes del mundo. Una imagen larga y sobrada de poder, y corta y pobre de calor y verdadera humanidad. Una imagen, yo diría, dictadora absoluta de valores y normas muchos de ellos sofocados por la realidad de un mundo cambiante y ya diferente. Baste solo recordar el papel de la Iglesia frente a los nuevos modelos de familia que emergen en las sociedades occidentales como ejemplo suficiente para enmarcar todo cuanto he venido diciendo. Y en todo esto, abierto al diálogo y la opinión diversa, se encontraba el cardenal Martini cuando pedía reconocer tantos errores y "hacer y seguir un cambio radical, empezando por el papa y los obispos".
Y ahora la pregunta aquí es esta: ¿Es este cansancio de la Iglesia "universal", católica, denunciado por Martini, los coletazos de este último período de transición del que hablaba Steiner cuando sentenció que el cristianismo va a morirse, mídase esta muerte en cientos o miles de años? ¿No es esta afirmación de Steiner algo que cada vez más asoma en el pensamiento de muchos pensadores actuales? ¿No refiere todo esto a que la vida y la existencia del cristianismo son a la postre el producto de ese pensamiento mágico con el que han nacido y se sostienen todas las religiones del mundo y para el que ya se adelantan fechas de caducidad? ¿No estamos ya asistiendo a un nacimiento, o si se quiere, a un sol ya alto que alumbra el horizonte del conocimiento con un pensamiento crítico que remplazará eventualmente a aquel pensamiento mágico que acabo de mencionar? Muy pocos dudan ya que con el pensamiento critico, el método científico irrumpe fuerte y poderoso, y con él, se comienza a andar el camino que más fielmente nos puede conducir a un mejor conocimiento del hombre y del mundo que nos rodea. ¿Acaso no estamos viendo la irrupción del ser humano como uno, no dividido en dualismos alma-cuerpo, producto de ese proceso que llamamos evolución biológica? ¿Acaso no estamos claramente sustituyendo "las propiedades del ama" por las "propiedades del cerebro"?
La perspectiva de este periodo de transición del que hablaba Steiner es sin duda un período de incertidumbre. Tanta que no sabemos qué va a pasar cuando esta cultura nuestra, tan embebida de cristianismo, desaparezca. Y mientras esto sucede nos seguimos preguntando ¿Qué va a llenar el vacío? ¿Qué nos espera? ¿Qué va a nacer?
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