Lunes, 01 Agosto 2016 00:00
Written by Liante
By Peter N. Landless y Allan R. Handysides
Tengo que viajar mucho y escuché que hubo un brote de fiebre amarilla en Uganda. ¿Qué es la fiebre amarilla? ¿Debería preocuparme?
La fiebre amarilla es una enfermedad causada por un virus que se encuentra en las zonas tropicales de África y Sudamérica. El virus pertenece al grupo de los flavivirus; otros del grupo incluyen el dengue, el virus del Nilo Occidental, y el zika. La enfermedad recibe ese nombre porque causa ictericia en algunos pacientes. La acumulación de la bilirrubina como resultado de daños hepáticos produce una decoloración amarilla de la esclerótica (las partes blancas) de los ojos, las membranas mucosas de la boca y la piel. Se clasifica como una enfermedad hemorrágica viral aguda; otras enfermedades de ese tipo incluyen el Ébola, la fiebre hemorrágica de Marburgo, y la fiebre de Lassa.
El virus se transmite por la picadura de mosquitos infectados, por lo general de las especies Aedes o Haemogogus. Los mosquitos pueden transmitir el virus de personas con fiebre amarilla durante un corto tiempo antes del comienzo de la fiebre, y por aproximadamente los cinco días posteriores.
Una vez que se contrae la enfermedad, el virus se incuba en el cuerpo durante tres a seis días y la enfermedad sigue entonces uno de dos caminos:
Una fase aguda con fiebre, dolores musculares que incluyen el dolor de espalda, dolor de cabeza, temblores náusea y a veces vómitos y pérdida del apetito.
La mayoría de los pacientes mejoran y se ven liberados de los síntomas después de tres o cuatro días.
El quince por ciento de los pacientes sufre un curso más severo, entrando en una fase más seria después de los primeros cuatro días. La fiebre regresa, y el paciente rápidamente desarrolla ictericia, con dolores abdominales y vómitos. También puede producirse sangrado. Los riñones se ven afectados y las funciones se deterioran. El cincuenta por ciento de los pacientes que ingresa a esa «fase tóxica» fallece dentro de los diez a catorce días; los que sobreviven, suelen recuperarse por completo.
Esta enfermedad puede ser difícil de diagnosticar dado que tiene síntomas similares a la malaria, el dengue u otras fiebres hemorrágicas. El diagnóstico se confirma con un análisis de sangre que detecta los anticuerpos que se producen en respuesta a la infección viral. Hay otros análisis más sofisticados que pueden ayudar a detectar la presencia del virus durante la enfermedad y aun después de la muerte del paciente, cuando la causa del deceso es incierta.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hay treinta y un países del África y trece de América Latina en riesgo; la población supera los novecientos millones. La OMS estima asimismo que desde comienzos de la década de 1990, cada año se han producido doscientos mil casos nuevos, que resultaron en treinta mil muertes. La mayoría se ha dado en el África.
Hay asimismo un pequeño número de casos que ha sido exportado a países tradicionalmente libres de fiebre amarilla debido al movimiento de personas y las consecuencias serían más graves, de no ser por la vacuna.
La medida de prevención más importante es la vacunación. Es segura y brinda una inmunidad efectiva contra la enfermedad dentro de los diez días para el noventa y nueve por ciento de los vacunados. Los efectos secundarios serios son extremadamente raros, por lo que la relación riesgo-beneficio es sumamente favorable si consideramos la alta mortalidad que produce la enfermedad. No se debería vacunar, sin embargo, a los menores de nueve meses, las mujeres embarazadas (excepto en un brote donde hay riesgos muy elevados), las personas con alergias severas a la proteína del huevo, y los que sufren una inmunidad reducida, como es el caso de los infectados por el HIV. En los mayores de sesenta años, es necesario evaluar con detenimiento la relación riesgo-beneficio, dado que los efectos secundarios adversos se vuelven más comunes. Es importante el control de los mosquitos en todo momento, pero en especial a medida que las poblaciones desarrollan inmunidad gracias a los programas de vacunación.
¿Debería preocuparse? Lo suficiente como para vacunarse, y para animar a los que están en riesgo, a imitar su decisión. ¡Mejor prevenir que curar!
Peter N. Landless es cardiólogo nuclear certificado y director del Departamento de Ministerios de Salud de la Asociación General.
Una vez que se contrae la enfermedad, el virus se incuba en el cuerpo durante tres a seis días y la enfermedad sigue entonces uno de dos caminos:
Una fase aguda con fiebre, dolores musculares que incluyen el dolor de espalda, dolor de cabeza, temblores náusea y a veces vómitos y pérdida del apetito.
La mayoría de los pacientes mejoran y se ven liberados de los síntomas después de tres o cuatro días.
El quince por ciento de los pacientes sufre un curso más severo, entrando en una fase más seria después de los primeros cuatro días. La fiebre regresa, y el paciente rápidamente desarrolla ictericia, con dolores abdominales y vómitos. También puede producirse sangrado. Los riñones se ven afectados y las funciones se deterioran. El cincuenta por ciento de los pacientes que ingresa a esa «fase tóxica» fallece dentro de los diez a catorce días; los que sobreviven, suelen recuperarse por completo.
Esta enfermedad puede ser difícil de diagnosticar dado que tiene síntomas similares a la malaria, el dengue u otras fiebres hemorrágicas. El diagnóstico se confirma con un análisis de sangre que detecta los anticuerpos que se producen en respuesta a la infección viral. Hay otros análisis más sofisticados que pueden ayudar a detectar la presencia del virus durante la enfermedad y aun después de la muerte del paciente, cuando la causa del deceso es incierta.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hay treinta y un países del África y trece de América Latina en riesgo; la población supera los novecientos millones. La OMS estima asimismo que desde comienzos de la década de 1990, cada año se han producido doscientos mil casos nuevos, que resultaron en treinta mil muertes. La mayoría se ha dado en el África.
Hay asimismo un pequeño número de casos que ha sido exportado a países tradicionalmente libres de fiebre amarilla debido al movimiento de personas y las consecuencias serían más graves, de no ser por la vacuna.
La medida de prevención más importante es la vacunación. Es segura y brinda una inmunidad efectiva contra la enfermedad dentro de los diez días para el noventa y nueve por ciento de los vacunados. Los efectos secundarios serios son extremadamente raros, por lo que la relación riesgo-beneficio es sumamente favorable si consideramos la alta mortalidad que produce la enfermedad. No se debería vacunar, sin embargo, a los menores de nueve meses, las mujeres embarazadas (excepto en un brote donde hay riesgos muy elevados), las personas con alergias severas a la proteína del huevo, y los que sufren una inmunidad reducida, como es el caso de los infectados por el HIV. En los mayores de sesenta años, es necesario evaluar con detenimiento la relación riesgo-beneficio, dado que los efectos secundarios adversos se vuelven más comunes. Es importante el control de los mosquitos en todo momento, pero en especial a medida que las poblaciones desarrollan inmunidad gracias a los programas de vacunación.
¿Debería preocuparse? Lo suficiente como para vacunarse, y para animar a los que están en riesgo, a imitar su decisión. ¡Mejor prevenir que curar!
Peter N. Landless es cardiólogo nuclear certificado y director del Departamento de Ministerios de Salud de la Asociación General.
Allan R. Handysides es ginecólogo certificado y exdirector del Departamento de Ministerios de Salud de la Asociación General.
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