Manuel Gómez Granados
2017-04-23 - 03:51:48
No sólo México genera muchas de las malas noticias que surgen de América Latina. Venezuela también se convirtió en una fuente constante de noticias que entristecen e interpelan. Todavía en septiembre del año pasado se esperaba que la mediación de la Santa Sede en el conflicto interno, sumada a la elección en octubre de 2016 del venezolano Arturo Sosa Abascal como prepósito general de la Compañía de Jesús, sirvieran para abrirle —aunque fuera con dificultades— un camino a la paz y la reconciliación. No ocurrió así.
Ello parecía más factible porque en la imaginación de algunos en la extrema derecha latinoamericana, se asocia al papa Francisco con la izquierda, y creían, perversos y absurdos como son, que el papa se prestaría a ser una especie de patiño de Nicolás Maduro. No fue así. Es cierto, en la órbita del chavismo ha habido un par de sacerdotes jesuitas que se han jugado su prestigio en la defensa del finado coronel: José Numa Molina y Jesús Gazo, pero también ha habido jesuitas críticos de Chávez, de Maduro y de la manera como Venezuela se ha descompuesto en los últimos 18 años, como José María Korta y Luis Ugalde, ex rector de la Universidad Católica Andrés Bello, una de las más importantes del país sudamericano. El 19 de enero de este año, la Santa Sede anunció que monseñor Claudio Maria Celli, delegado especial para la negociación de la paz en Venezuela, se retiraba de la mediación, por lo que cualquier intervención de la Iglesia quedaba en manos del nuncio Aldo Giordano.
No es posible reconstruir la manera en que las cosas en Venezuela se han deteriorado en los últimos cinco años. Baste señalar que es una crisis de muy larga data que inició a principios de los noventa, alimentada por la corrupción (el cogollo que le llaman allá), el egoísmo y la estulticia de la antigua clase política, la que dominaban Acción Democrática y el COPEI, y que la nueva clase política, la chavista-madurista, no sólo no logró resolver, sino que la agravó. Es cierto, a ello contribuyó la caída en los precios del petróleo y la muerte relativamente prematura del caudillo Chávez, pero también ha contribuido el proceder irresponsable, demagógico y arrogante de Maduro y sus más cercanos. Hoy existe escasez de alimentos y medicinas, además del descontento social.
A la actual crisis venezolana ha contribuido también el sobrecalentamiento de la economía, que reporta muy altas tasas de inflación que, por cierto, ya nadie mide, pues Maduro optó por el autismo estadístico, pero —sobre todo— las sistemáticas violaciones de los derechos humanos. Ciertamente, a la oposición venezolana le ha faltado humildad para reconocer los errores que llevaron al establecimiento del régimen chavista, pero Maduro ha optado por ignorar los derechos humanos de los adversarios y prefiere, en cambio, enredarse en una retórica castrista copiada de Granma o de la revista Bohemia de las décadas de los sesenta y setenta, y que ya ni siquiera en Cuba se usa.
Uno de los resultados de ello, seguramente el menos grave, es que la Compañía de Jesús, que hasta ahora había admitido la pluralidad de opiniones de sus miembros, lo que permitía que coexistieran las perspectivas sobre el chavismo-madurismo de Numa, Gazo, Korta y Ugalde, entre otros, ha terminado por admitir en el editorial institucional de SIC, su revista en Venezuela: “Es una dictadura”, disponible aquí http://revistasic.gumilla.org/2017/es-una-dictadura/, que no deja lugar a la interpretación. México, por cierto, más que exigir a Venezuela actuar en tal dirección, debería revisar qué llevó a ese país a la situación y tratar de evitarlo.
manuelggranados@gmail.com
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