Catástrofe en Haití
El dinero fresco empieza a fluir
Los haitianos hacen cola para recibir transferencias del extranjero
F. PEREGIL (ENVIADO ESPECIAL) - Puerto Príncipe - 21/01/2010
Manoach Nelson, de 35 años, es el director de uno de los lugares más preciados ahora por los haitianos: la oficina de la compañía de transferencias CAM en el barrio de Pétion Ville, en Puerto Príncipe. Visto desde la calle, el edificio protegido por una reja y varios guardaespaldas armados parece una cárcel donde la gente se pelea por entrar primero y aguarda colas de hasta siete horas. Los bancos no abrirán hasta el próximo sábado.
Así que el único medio para hacerse con dinero fresco es conseguir que alguien te lo envíe desde fuera a través de las empresas de transferencia, básicas en un país cuya economía se nutre del dinero que mandan sus emigrantes. Algunas de ellas empezaron a abrir el pasado lunes. Y el dinero, una vez más, llega de los que siempre arrimaron el hombro, los familiares que se fueron hace años a Estados Unidos y Canadá.
"Los envíos más pequeños son de unos 50 dólares [unos 35 euros]. Y los mayores, de 2.000", explica Nelson. "Hay que tener en cuenta que no todos los emigrantes disfrutan de una posición acomodada. Pero en tres días que llevamos abiertos hemos atendido a 3.000 personas. Normalmente, abrimos todos los días desde las ocho de la mañana a las cinco de la tarde. Ahora estamos alargando el horario".
El director de la oficina no cree que su trabajo esté debidamente recompensado por la multinacional que le paga. "Estos días llego a las siete de la mañana y me marcho a las ocho de la tarde. Y al irme, tengo que preparar la salida con cuatro amigos guardaespaldas que me protegen. Porque saben que soy el director, que tengo la llave de la caja y hay gente esperándome. Pero no crea usted que la empresa me paga la protección, ni me paga un coche. Tengo que buscármela yo".
El director, igual que la gente que aguarda a pleno sol en la cola, también se muestra esperanzado con la llegada de EE UU. Saben que la ayuda del presidente Barack Obama no servirá para resucitar a los 75.000 muertos ya enterrados. Pero saben que se necesitarán muchas manos para reconstruir buena parte del país. Por regla general, los habitantes de Puerto Príncipe, no tocados apenas por la industria turística, mantienen una elegante dignidad que les impide pedir limosna al extranjero. Ni siquiera entre ellos lo hacen, porque apenas se ven mendigos por las calles. Pero piden trabajo. Y el trabajo tampoco termina de llegar.
El dinero fresco empieza a fluir
Los haitianos hacen cola para recibir transferencias del extranjero
F. PEREGIL (ENVIADO ESPECIAL) - Puerto Príncipe - 21/01/2010
Manoach Nelson, de 35 años, es el director de uno de los lugares más preciados ahora por los haitianos: la oficina de la compañía de transferencias CAM en el barrio de Pétion Ville, en Puerto Príncipe. Visto desde la calle, el edificio protegido por una reja y varios guardaespaldas armados parece una cárcel donde la gente se pelea por entrar primero y aguarda colas de hasta siete horas. Los bancos no abrirán hasta el próximo sábado.
Así que el único medio para hacerse con dinero fresco es conseguir que alguien te lo envíe desde fuera a través de las empresas de transferencia, básicas en un país cuya economía se nutre del dinero que mandan sus emigrantes. Algunas de ellas empezaron a abrir el pasado lunes. Y el dinero, una vez más, llega de los que siempre arrimaron el hombro, los familiares que se fueron hace años a Estados Unidos y Canadá.
"Los envíos más pequeños son de unos 50 dólares [unos 35 euros]. Y los mayores, de 2.000", explica Nelson. "Hay que tener en cuenta que no todos los emigrantes disfrutan de una posición acomodada. Pero en tres días que llevamos abiertos hemos atendido a 3.000 personas. Normalmente, abrimos todos los días desde las ocho de la mañana a las cinco de la tarde. Ahora estamos alargando el horario".
El director de la oficina no cree que su trabajo esté debidamente recompensado por la multinacional que le paga. "Estos días llego a las siete de la mañana y me marcho a las ocho de la tarde. Y al irme, tengo que preparar la salida con cuatro amigos guardaespaldas que me protegen. Porque saben que soy el director, que tengo la llave de la caja y hay gente esperándome. Pero no crea usted que la empresa me paga la protección, ni me paga un coche. Tengo que buscármela yo".
El director, igual que la gente que aguarda a pleno sol en la cola, también se muestra esperanzado con la llegada de EE UU. Saben que la ayuda del presidente Barack Obama no servirá para resucitar a los 75.000 muertos ya enterrados. Pero saben que se necesitarán muchas manos para reconstruir buena parte del país. Por regla general, los habitantes de Puerto Príncipe, no tocados apenas por la industria turística, mantienen una elegante dignidad que les impide pedir limosna al extranjero. Ni siquiera entre ellos lo hacen, porque apenas se ven mendigos por las calles. Pero piden trabajo. Y el trabajo tampoco termina de llegar.
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