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Hace 1 h 37 min
Páginas como Facebook emplean preguntas informales para incitarnos a colgar comentarios.
Últimamente, tanto redes sociales como páginas de internet se están tomando demasiadas confianzas con el usuario, dice el escritor y cómico irlandés Colm O'Regan.
En redes sociales me preguntan "¿Qué te cuentas, Colm?" , y algunas veces la red social te pregunta "¿Qué haces, Colm?".
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Todavía no me han preguntado "¿Cómo te sientes, Colm?", aunque sé que se lo han hecho a otras personas. Estas preguntas las hace Facebook.
La empresa está ensayando distintas formas de animar a la gente a escribir y compartir sus pensamientos en su perfil.
Para lograr esto, en la parte superior del muro aparece una pregunta muy personalizada.
Demasiado personales
De entrada parecen bastante amigables. Mi favorita es "¿Qué te cuentas?". Suena como si me encontrara con una amiga y tuviéramos planes para el día. Antes la empresa solía preguntar "¿Qué tienes en mente?", o "¿Qué estás pensando?".
Lo que ha cambiado ahora es el hecho de usar mi nombre. Tengo un problema con la gente que usa mi nombre con exceso. Siento que les da algún poder sobre mí y que su uso repetido implica falsedad.
Es como cuando te comunicas con un centro de llamadas y los teleoperadores parecen obsesionados por pronunciar tu nombre. "Ahora, señor O'Regan, le dejamos saber que con fines formativos vamos a repetir su nombre durante toda esta llamada en caso que se olvide quién es usted".
Facebook no es el único que se toma tantas confianzas. Por todo internet las páginas web parecen haberse convertido en tus amigos. Una vez que les das la más mínima información, se apoderan de ella y la usan para reforzar su "relación" con usted.
La internet trata de hace lo que esa camarera tan amable, pero no es lo mismo.
"Quihubo"
Uno de los más informales es mi proveedor de correo electrónico. Tengo una lista de contactos de email modesta. Cuando alguien se desliga de la lista de correos, recibo un mensaje que dice: "Oye, loco, unos cuantos saltaron del barco. ¿Quién los necesita de todas formas?".
Siento que quiero enfadarme con el sistema por no tomarse en serio la pérdida de clientes.
Este no es el único ejemplo. Las empresas parecen estar programando esta familiaridad forzada en sus interacciones con nosotros los usuarios.
Cuando me registro en algunas páginas de internet y me meto en una con mi nombre de usuario y clave, veo un mensaje que dice "¡Quihubo, Colm, bienvenido de vuelta!"
No me digas "quihubo", sólo eres una pieza de aluminio recubierta con alguna sustancia magnética en una granja de servidores ubicada en un país donde el clima hace viable mantener las máquinas a una temperatura constante. No eres mi amigo y seguro que le dices eso a todos.
Otras aplicaciones quieren convencernos de que sienten emociones.
Cuando algo va mal en Firefox aparece un mensaje diciendo "bueno, esto es embarazoso" o "me da pena". ¿De verdad lo es? No lo creo. Hasta que al navegador de internet Firefox se le caiga un vaso de cerveza enfrente de todos sus amigos, nunca sabrá lo que la pena.
Esto me hace sentir nostalgia de aquellos tiempos en los que a las computadoras no les importaban un comino sus errores, ni se disculpaban.
Uno sabía qué esperar de aquellas computadoras de antaño.
Uno de los más informales es mi proveedor de correo electrónico. Tengo una lista de contactos de email modesta. Cuando alguien se desliga de la lista de correos, recibo un mensaje que dice: "Oye, loco, unos cuantos saltaron del barco. ¿Quién los necesita de todas formas?".
Siento que quiero enfadarme con el sistema por no tomarse en serio la pérdida de clientes.
Este no es el único ejemplo. Las empresas parecen estar programando esta familiaridad forzada en sus interacciones con nosotros los usuarios.
Cuando me registro en algunas páginas de internet y me meto en una con mi nombre de usuario y clave, veo un mensaje que dice "¡Quihubo, Colm, bienvenido de vuelta!"
No me digas "quihubo", sólo eres una pieza de aluminio recubierta con alguna sustancia magnética en una granja de servidores ubicada en un país donde el clima hace viable mantener las máquinas a una temperatura constante. No eres mi amigo y seguro que le dices eso a todos.
Otras aplicaciones quieren convencernos de que sienten emociones.
Cuando algo va mal en Firefox aparece un mensaje diciendo "bueno, esto es embarazoso" o "me da pena". ¿De verdad lo es? No lo creo. Hasta que al navegador de internet Firefox se le caiga un vaso de cerveza enfrente de todos sus amigos, nunca sabrá lo que la pena.
Esto me hace sentir nostalgia de aquellos tiempos en los que a las computadoras no les importaban un comino sus errores, ni se disculpaban.
Uno sabía qué esperar de aquellas computadoras de antaño.
La computadora dice "no"
La computadora 24 Commodore 64s que usaba en secundaria no decía "¡Ooops!, y en clase luchábamos a brazo partido durante una hora para crear un rectángulo verde brillante en una pantalla negra, ponerle un disco del tamaño de un frisbee y luego observar como la cosa fallaba sin razón alguna.
No había ningún "bueno, esto es embarazoso" cuando el lector de discos hacía ese sonido de trituradora y el profesor trataba durante media hora de apagarlo y encenderlo de nuevo antes de culpar a los estudiantes y suspender la clase de computación durante un mes.
Las computadoras eran como porteros de discoteca. Tú eras el que rogaba en la puerta con los ojos vidriosos para que te dejaran entrar mientras ellas permanecían impasibles diciendo "No tengo que darte una razón. No vas a acceder a este archivo y ya está".
Uno sabe cuál es su lugar con computadoras que a veces van y otras no lo hacen, y digo que siento nostalgia de aquellos días hasta cierto punto.
Justo ahora, uno de mis amigos de Facebook, sin duda animado por la pregunta "¿Qué te cuentas?", ha colgado un video de un perro jugando con una nutria. Esa sí que es una amistad improbable.
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La computadora 24 Commodore 64s que usaba en secundaria no decía "¡Ooops!, y en clase luchábamos a brazo partido durante una hora para crear un rectángulo verde brillante en una pantalla negra, ponerle un disco del tamaño de un frisbee y luego observar como la cosa fallaba sin razón alguna.
No había ningún "bueno, esto es embarazoso" cuando el lector de discos hacía ese sonido de trituradora y el profesor trataba durante media hora de apagarlo y encenderlo de nuevo antes de culpar a los estudiantes y suspender la clase de computación durante un mes.
Las computadoras eran como porteros de discoteca. Tú eras el que rogaba en la puerta con los ojos vidriosos para que te dejaran entrar mientras ellas permanecían impasibles diciendo "No tengo que darte una razón. No vas a acceder a este archivo y ya está".
Uno sabe cuál es su lugar con computadoras que a veces van y otras no lo hacen, y digo que siento nostalgia de aquellos días hasta cierto punto.
Justo ahora, uno de mis amigos de Facebook, sin duda animado por la pregunta "¿Qué te cuentas?", ha colgado un video de un perro jugando con una nutria. Esa sí que es una amistad improbable.
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