Thursday, May 30, 2013

Policromías de sol en el Corpus



FIESTAS MAYORES | Jornada fresca y luminosa




Un grupo de monaguillos acompañan la imagen del Niño Jesús. | Conchitina



  • La festividad religiosa coincidió con la de San Fernando
  • La procesión discurre entre un público numeroso y un tiempo agradable
  • El Niño Jesús de Montañés procesionó recién restaurado



Eva Díaz Pérez | Sevilla
Actualizado jueves 30/05/2013 14:11 horas



Un recuerdo dentro de un recuerdo de hace siglos. El día del Corpus asoman extrañas imágenes del pasado, como cosas aparecidas de undesván de sacristías olvidadas. Recorre el corazón de piedra y tiempo de la ciudad antigua, haciendo cosquillas en la memoria. Ese recuerdo dentro de un recuerdo dentro de un recuerdo...

Un Corpus de sol, pero sol primaveral y no el sol que hiere y destella, el sol de horno de otros años. Un sol tibio en la sombra, que pide rebeca y camisa larga. Un sol que policromó la ciudad de dorados, pan de oro y bronces turbios. Una Sevilla pintada para lienzos barrocos, contrarreformistas, martirologios y alegorías místicas.

Este año hubo coincidencias de calendario al mezclar en un mismo día lafestividad del Corpus y de San Fernando, patrón de la ciudad. Ese azar hizo que Sevilla se transformara en una máquina escenográfica donde pueden habitar con tolerancia los siglos y sus estilos: devocionarios con escribanías medievales, erudiciones humanistas, iconografías contrarreformistas, excesos barrocos, cortinajes rococó y neohistoricismos decimonónicos. Y, cómo no, los decorados de artificio del parque temático cofrade en que se ha convertido esta ciudad.

El Corpus parece una ilustración para un libro de los sentidos. A fin de cuentas, la gran fiesta barroca es un pretendido aparato teatral, escenográfico, de devociones que sugestionan y hechizan con los sentidos. Como se recuerda en la exposición de las Santas de Zurbarán que se puede ver en el Centro Santa Clara, el Corpus incitaba a la religiosidad a través del arte, de la belleza, atrapando al espectador-devoto con la música, la danza y el teatro.

Suenan campanas con su medida liturgia de horas sagradas, las maderas que crujen, la música y los cantos. Huele a las flores dulzonas de finales de mayo, al aroma herbal del romero, la juncia y el alcacel que en las callejas estrechas toma un olor a despensas antiguas y en las avenidas se atreve a ser un olor a campo y viento silvestre.

Triunfa el terciopelo rojo, el damasco carmesí en los cortinajes y telones –otra vez el gran teatro del mundo calderoriano- en los altares que se exponen en las calles. El ajuar litúrgico está lleno de alegorías, de símbolos sacramentales coronados por excesos ornamentales de tiempos de Lucas Valdés. ¿Por qué siglo pasearemos? Toda esa decoración que llenaba fachadas y balcones y que servía para esconder las ojeras de la ciudad, los moratones de la vida, las arrugas del tiempo. El efecto del trampantojo. Brocados y guirnaldas que ocultaban la realidad, pero ¿cómo se tapan ahora las heridas de la ciudad? Quizás durante un rato, la gente cansada de este tiempo agónico y cargado de incertidumbres se haya evadido viajando por no se sabé qué caminos del entretenimiento.

Avanza el cortejo con los pasos que parecen caminar por la ciudad como en una danza religiosa. Santa Ángela de la Cruz regresa por calles de sol y cal de dar de comer a los pobres; Santa Justa y Rufina protegiendo torres sagradas; San Isidoro y San Leandro con sus capas pluviales de plata a modo de espejos donde se refleja la ciudad del pasado, y San Fernando, el gran protagonista del día. El rey santo es el que parece atreverse a danzar -¿zarabandas y chaconas de otro tiempo?- con más maestría, la pierna adelantada y la capita de armiño. Con Fernando III parece que sonaran otra vez añafiles y atambores y Axafat aún anduviera asomando al campo de batalla con los yelmos, lorigas y pendones de los moros vencidos.


Embuchados de orgullo

Caminan los pasitos y en medio, el otro cortejo, el de los participantes en la procesión. Algunos van embuchados de orgullo en este desfile de vanidades y parecen que hablaran con frases escritas en filacterias. Tan graves e impostadas son sus palabras. Esa Sevilla que le gusta ver y verse como inmortalizada en cuadros sagrados.

Aparece la Inmaculada prodigiosa de Alonso Martínez y su siglo XVII y el Niño Jesús de Martínez Montañés recién restaurado por el Instituto Andaluz de Patrimonio. Y así hasta que llegan las Custodias: la Chica y la de Juan de Arfe. Y detrás de estos monumentos, quizás la tercera custodia, la del paso del alcalde, Juan Ignacio Zoido, que siempre pasea orgulloso y como entronizado en un altar de multitudes.

Ya queda lejos aquel día del Corpus del primer año de la victoria –electoral- en el que la gente aclamaba a su paso y casi se santiguaba ante el alcalde vencedor. Pero el poder gasta y también el exceso de exhibición pública en fotografías y televisiones. Y cómo no, la crisis que todo lo devora. La crisis que parece la figura de aquella Tarasca, la serpiente monstruosa que recorría las calles del Corpus antiquísimo, la hidra de mil cabezas con todo el veneno de los males del mundo.


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