Muchas observaciones se han hecho acerca de que en sus discursos nuestros predicadores se han espaciado en la ley, y no en Jesús. Esta declaración no es estrictamente verídica, ¿pero no tendrá cierta base? ¿No han ocupado el púlpito hombres que no tuvieron una experiencia real en las cosas de Dios, hombres que no recibieron la justicia de Cristo?
Muchos de nuestros predicadores se han contentado con hacer meramente sermones, presentando temas de una manera argumentativa, haciendo escasa mención del poder salvador del Redentor. Su testimonio estaba desprovisto de la sangre salvadora de Cristo. Su ofrenda se parecía a la de Caín. Este trajo al Señor los frutos de la tierra, que en sí mismos eran aceptables a Dios. Los frutos eran muy buenos; pero faltaba la virtud de la ofrenda—la sangre del cordero inmolado, que representaba la sangre de Cristo. Así sucede con los sermones sin Cristo. No producen contrición de corazón en los hombres, ni los inducen a preguntar: ¿Qué debo hacer para ser salvo?
Los adventistas del séptimo día debieran destacarse entre todos los que profesan ser cristianos, en cuanto a levantar a Cristo ante el mundo.
La proclamación del mensaje del tercer ángel exige la presentación de la verdad del sábado. Esta verdad, junto con las otras incluídas en el mensaje, ha de ser proclamada; pero el gran centro de atracción, Cristo Jesús, no debe ser dejado a un lado. Es en la cruz de Cristo donde la misericordia y la verdad se encuentran, y donde la justicia y la paz se besan.
El pecador debe ser inducido a mirar al Calvario; con la sencilla fe de un niñito, debe confiar en los méritos del Salvador, aceptar su justicia, creer en su misericordia.
Obreros Evagélicos, p. 164,165.
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