SOLIDARIDAD
Crónicas contra el olvido
El padre jesuíta español Francisco de Paula Oliva en el humilde barrio de Asunción donde vive. MIGUEL ROMERO
El padre jesuíta español Francisco de Paula Oliva en el humilde barrio de Asunción donde vive. MIGUEL ROMERO
VICENTE ROMERO | MIGUEL ROMERO Asunción
Actualizado: 30/07/2014 03:27 horas
"Un jesuita nunca descansa", suele repetir el padre Francisco de Paula Oliva. Hace años escribió unos versos que decían Yo no me jubilaré hasta el día / por la mañana, en cuyo mediodía muera / y si es por la noche, me jubilaré / a la hora de la merienda. A punto de cumplir ochenta y seis años, se ratifica en sus intenciones con una carcajada.
"La vida es una misión que nos ha sido encomendada, y tengo que acabar de cumplirla", explica. "Formo parte de los pobres, y Dios soñó para nosotros un mundo de felicidad que nos encomendó hacer realidad. Y yo me siento obligado por ese compromiso".
Un compromiso al que ha dedicado su existencia el paí (padre, en guaraní), como le llaman las gentes del humilde barrio de Asunción donde vive, en una habitación del centro escolar Mil Solidarios, que fundó y dirige desde 1998. Su trabajo abarca numerosas facetas, tantas como problemas sociales existen en el Bañado Sur, el asentamiento de población más pobre de la capital donde es párroco de tres capillas. Su activismo durante la dictadura del general Strossner le costó el exilio, tras escapar a la orden policial de arrojar su cadáver al río. Actualmente su voz crítica es una de las más respetadas por los movimientos sociales de Paraguay, expresada a través de un programa diario de radio, así como de numerosos artículos en la prensa y un blog.
"Un jesuita nunca descansa", suele repetir el padre Francisco de Paula Oliva. Hace años escribió unos versos que decían Yo no me jubilaré hasta el día / por la mañana, en cuyo mediodía muera / y si es por la noche, me jubilaré / a la hora de la merienda. A punto de cumplir ochenta y seis años, se ratifica en sus intenciones con una carcajada.
"La vida es una misión que nos ha sido encomendada, y tengo que acabar de cumplirla", explica. "Formo parte de los pobres, y Dios soñó para nosotros un mundo de felicidad que nos encomendó hacer realidad. Y yo me siento obligado por ese compromiso".
Un compromiso al que ha dedicado su existencia el paí (padre, en guaraní), como le llaman las gentes del humilde barrio de Asunción donde vive, en una habitación del centro escolar Mil Solidarios, que fundó y dirige desde 1998. Su trabajo abarca numerosas facetas, tantas como problemas sociales existen en el Bañado Sur, el asentamiento de población más pobre de la capital donde es párroco de tres capillas. Su activismo durante la dictadura del general Strossner le costó el exilio, tras escapar a la orden policial de arrojar su cadáver al río. Actualmente su voz crítica es una de las más respetadas por los movimientos sociales de Paraguay, expresada a través de un programa diario de radio, así como de numerosos artículos en la prensa y un blog.
Una desigualdad crónica
"La desigualdad en Paraguay es tremenda; oficialmente existen dos millones y medio de pobres, de los cuales un millón están totalmente en la miseria", denuncia el padre Oliva. "Además hay otro millón de personas que se van desplomando poco a poco, porque cada día hay menos trabajo. La clase media prácticamente no existe. Y los ricos suman otro millón, cuya riqueza no para de crecer".
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