Autor: Antonio Torres Villén
Invadido mi Señor
de tu esencia cada día,
quiere estar mi corazón
en las pruebas o el dolor,
en las penas y alegrías.
Abrazando con tesón
aquella cruz que pondrías,
mirando al cielo por mí,
mayor amor nunca vi
que tu vida por la mía.
Invadido mi Señor
de aquel aroma que un día,
me diste con tanto amor
que sintiera tu perdón
y cantara el alma mía.
Por la hermosa bendición,
que diste con tu agonía,
a este indigno pecador,
por eso, con emoción
clamo de noche y de día:
Que nunca apartes de mí
esas manos que pondrías,
clavadas por mí en la cruz
para poder ver la luz
que al Padre me acercaría.
Que no me alejes de ti,
porque entonces, ¿dónde iría?
¿hacia el mundo he de volver?
¿hacia aquello que dejé,
y olvidar tu compañía?
No lo permitas Señor,
pues sin ti me perdería
por caminos de dolor,
oscuros y sin color
y a ciegas caminaría.
Por eso, Señor mi Dios,
invádeme cada día,
inúndame con tu amor
lléname de tu calor,
QUE TU VIDA, SEA LA MÍA.
Invadido mi Señor
de tu esencia cada día,
quiere estar mi corazón
en las pruebas o el dolor,
en las penas y alegrías.
Abrazando con tesón
aquella cruz que pondrías,
mirando al cielo por mí,
mayor amor nunca vi
que tu vida por la mía.
Invadido mi Señor
de aquel aroma que un día,
me diste con tanto amor
que sintiera tu perdón
y cantara el alma mía.
Por la hermosa bendición,
que diste con tu agonía,
a este indigno pecador,
por eso, con emoción
clamo de noche y de día:
Que nunca apartes de mí
esas manos que pondrías,
clavadas por mí en la cruz
para poder ver la luz
que al Padre me acercaría.
Que no me alejes de ti,
porque entonces, ¿dónde iría?
¿hacia el mundo he de volver?
¿hacia aquello que dejé,
y olvidar tu compañía?
No lo permitas Señor,
pues sin ti me perdería
por caminos de dolor,
oscuros y sin color
y a ciegas caminaría.
Por eso, Señor mi Dios,
invádeme cada día,
inúndame con tu amor
lléname de tu calor,
QUE TU VIDA, SEA LA MÍA.
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