Por Yoany Sánchez
Los que hoy tenemos menos de cuarenta años debimos ser como el joven del cuadro de Raúl Martínez, híbrido de hombre y modelo social. Nos pondríamos la mano en la barbilla, y en un entorno lleno de colores brillantes, miraríamos un presente de conquistas y justicia. Sin embargo, la pintura resultante quedó de tonos ocres y el suave gesto de optimismo se trastocó en desespero.
En aras de formarnos en el estudio-trabajo nos enviaron a los preuniversitarios en el campo. No previeron “ellos”, que ya eran cincuentones y habían olvidado el temblor de la carne, que tanta hormona adolescente sin el control paterno, no iba a “malgastarse” en hacer producir la tierra. Junto al intensivo aprendizaje de “cosechar” en otros cuerpos, aprendimos también que los oportunistas siempre se las arreglan para no doblar la espalda hacia el surco. Advertimos que, de esos seres aprovechados, era el reino del futuro.
Llegaron entonces los noventa y nuestros padres –en tiempo récord- sacaron los altares para la sala, empezaron a blasfemar contra el gobierno y –como zombies- buscaron, por toda la casa, dónde se oía mejor la prohibida radio que llegaba desde el Norte. Esa metamorfosis acelerada que ocurría a nuestro lado, nos dotó de la dosis de cinismo necesaria para enfrentar similares frustraciones. Una mezcla de incredulidad y pragmatismo fue la vacuna contra el desencanto, pero también el árido terreno donde no crece la rebeldía.
De los poemas patrióticos declamados en los matutinos, pasamos a armar la balsa de la desilusión que nos llevara a cualquier otro lado. Después de tanto “compromiso”, tanta “asamblea pioneril”, y tanta marcha con su consigna y su banderita de papel, hemos terminado por adoptar este gesto nuestro, tan común, de hombros que se levantan a la par que decimos “y a mi que me importa”.
Miro al joven pintado por Raúl Martínez y sólo hay un punto donde me reconozco. Él, como yo, mira hacia el futuro, confía en que llegarán tiempos mejores.
Fuente: http://www.nuevoaccion.com/nuevo_accion_principal.html