nódulo 2002 • capítulo 4 • páginas 94-95 →
El Pacto de Lausana
Este podía ser el momento para que los misioneros regresaran a casa. Esa fue la conclusión a la que llegaron las principales denominaciones del Consejo Nacional de Iglesias (NCC). Desde 1969 hasta 1979, el número de misioneros afiliados a la NCC disminuyó de 8.279 a 4.817.{14} Pero sus rivales evangélicos se mantenían y, donde era posible, continuaban expandiéndose. Según los evangélicos, las razones eran enteramente bíblicas. Mientras que los protestantes ecuménicos se encontraban redefiniendo la misión cristiana en términos de lograr la paz y servir a la humanidad, los evangélicos seguían convencidos sobre la necesidad de salvar las almas del infierno. Muchos creían, también, que el evangelizar a las personas más inalcanzables prepararía el camino para el regreso de Cristo, llevando a la historia hacia su conclusión triunfante. Para estos cristianos, hablar sobre una «moratoria» en misiones demostraba que los liberales habían dado la espalda al evangelio. Sugerir que la necesidad de un trabajo misionero había terminado era tan falso como diabólico.
La defensa del evangelismo tradicional aglutinó a las distintas tendencias representadas en el Congreso de Lausana de 1974. Los neo-evangélicos atribuyen una gran importancia a este evento: fue el más notable de dos décadas de conferencias mundiales organizadas por Billy Graham y su asociación evangelística, en su acostumbrado papel integrador de distintas facciones como parte de las asociaciones neo-evangélicas. En el Pacto de Lausana, varios miles de delegados ratificaron [95] los imperativos bíblicos acostumbrados. Al subrayar sus desacuerdos con los protestantes liberales, expandieron radicalmente la definición de la necesidad del trabajo misionero, un punto al que regresaremos más tarde. Sin embargo, es igualmente significativo que adoptaron ciertas posiciones que ampliaron las diferencias entre los neo-evangélicos y los fundamentalistas.{15}
En primer lugar, el Congreso de Lausana reconoció la distinción entre el cristianismo y la civilización occidental. «Cuando voy a predicar el evangelio» afirmó Billy Graham, arrepentido de su pasado, «voy como embajador del Reino de Dios, no de los Estados Unidos».{16} Esto podría parecer una concesión nada extraordinaria. Pero sugería que el evangelio tendría que ser desoccidentalizado, algo que los fundamentalistas encontraban casi imposible de aceptar. Otra innovación que agrandaba las diferencias neo-evangélicas en relación a las fundamentalistas fue la declaración de Lausana a favor de la «responsabilidad social». Esto podría parecer otro paso poco extraordinario, pero algunos evangélicos lo consideraron como una licencia para el activismo izquierdista.
El Pacto de Lausana se convirtió en el denominador común para las misiones neo-evangélicas. Junto con los líderes europeos y del Tercer Mundo, las principales agencias paraeclesiales norteamericanas establecieron un Comité de Lausana permanente, para organizar consultas periódicas y mantener la paz entre los diversos grupos aglutinados.{17} Entre los fundamentalistas, todo el proceso parecía sospechoso.
Notas
{14} Dayton 1981: 120. De los 4.349 misioneros afiliados a la División de Misiones del NCC en 1985, casi una cuarta parte –1.052– pertenecían a uno de los miembros más conservadores y atípicos del NCC, la Iglesia Adventista del Séptimo Día (S. Wilson y Siewert 1986: 38, 177).
{15} Los procedimientos oficiales fueron publicados en Douglas 1975.
{16} Wagner 1981: 115.
{17} Kenneth S. Kantzer, «Revitalizing World Evangelism: The Lausanne Congress Ten Years Later», Christianity Today, 15 de junio de 1984, pp. 10-12. C. Rene Padilla, «El Congreso de Lausana: diez años después», Misión (Fraternidad Teológica Latinoamericana), septiembre 1984, pp. 110-111.
El Pacto de Lausana
Este podía ser el momento para que los misioneros regresaran a casa. Esa fue la conclusión a la que llegaron las principales denominaciones del Consejo Nacional de Iglesias (NCC). Desde 1969 hasta 1979, el número de misioneros afiliados a la NCC disminuyó de 8.279 a 4.817.{14} Pero sus rivales evangélicos se mantenían y, donde era posible, continuaban expandiéndose. Según los evangélicos, las razones eran enteramente bíblicas. Mientras que los protestantes ecuménicos se encontraban redefiniendo la misión cristiana en términos de lograr la paz y servir a la humanidad, los evangélicos seguían convencidos sobre la necesidad de salvar las almas del infierno. Muchos creían, también, que el evangelizar a las personas más inalcanzables prepararía el camino para el regreso de Cristo, llevando a la historia hacia su conclusión triunfante. Para estos cristianos, hablar sobre una «moratoria» en misiones demostraba que los liberales habían dado la espalda al evangelio. Sugerir que la necesidad de un trabajo misionero había terminado era tan falso como diabólico.
La defensa del evangelismo tradicional aglutinó a las distintas tendencias representadas en el Congreso de Lausana de 1974. Los neo-evangélicos atribuyen una gran importancia a este evento: fue el más notable de dos décadas de conferencias mundiales organizadas por Billy Graham y su asociación evangelística, en su acostumbrado papel integrador de distintas facciones como parte de las asociaciones neo-evangélicas. En el Pacto de Lausana, varios miles de delegados ratificaron [95] los imperativos bíblicos acostumbrados. Al subrayar sus desacuerdos con los protestantes liberales, expandieron radicalmente la definición de la necesidad del trabajo misionero, un punto al que regresaremos más tarde. Sin embargo, es igualmente significativo que adoptaron ciertas posiciones que ampliaron las diferencias entre los neo-evangélicos y los fundamentalistas.{15}
En primer lugar, el Congreso de Lausana reconoció la distinción entre el cristianismo y la civilización occidental. «Cuando voy a predicar el evangelio» afirmó Billy Graham, arrepentido de su pasado, «voy como embajador del Reino de Dios, no de los Estados Unidos».{16} Esto podría parecer una concesión nada extraordinaria. Pero sugería que el evangelio tendría que ser desoccidentalizado, algo que los fundamentalistas encontraban casi imposible de aceptar. Otra innovación que agrandaba las diferencias neo-evangélicas en relación a las fundamentalistas fue la declaración de Lausana a favor de la «responsabilidad social». Esto podría parecer otro paso poco extraordinario, pero algunos evangélicos lo consideraron como una licencia para el activismo izquierdista.
El Pacto de Lausana se convirtió en el denominador común para las misiones neo-evangélicas. Junto con los líderes europeos y del Tercer Mundo, las principales agencias paraeclesiales norteamericanas establecieron un Comité de Lausana permanente, para organizar consultas periódicas y mantener la paz entre los diversos grupos aglutinados.{17} Entre los fundamentalistas, todo el proceso parecía sospechoso.
Notas
{14} Dayton 1981: 120. De los 4.349 misioneros afiliados a la División de Misiones del NCC en 1985, casi una cuarta parte –1.052– pertenecían a uno de los miembros más conservadores y atípicos del NCC, la Iglesia Adventista del Séptimo Día (S. Wilson y Siewert 1986: 38, 177).
{15} Los procedimientos oficiales fueron publicados en Douglas 1975.
{16} Wagner 1981: 115.
{17} Kenneth S. Kantzer, «Revitalizing World Evangelism: The Lausanne Congress Ten Years Later», Christianity Today, 15 de junio de 1984, pp. 10-12. C. Rene Padilla, «El Congreso de Lausana: diez años después», Misión (Fraternidad Teológica Latinoamericana), septiembre 1984, pp. 110-111.
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