"La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos". Ellen G. White.
Wednesday, August 10, 2011
La Sanctificación del Hombre
Renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. (Efe. 4: 23, 24).
La verdad debe santificar íntegramente al hombre abarcando su mente, sus pensamientos, su corazón, su fuerza. No debe malgastar sus energías vitales en prácticas lascivas. Debe vencerlas, pues de otro modo ellas lo vencerán. . . La malaria sensual obnubila la mente. Los pensamientos necesitan purificación. ¡Qué alturas habrían podido alcanzar los hombres y las mujeres si hubieran comprendido que el trato que se dispensa al cuerpo está íntimamente relacionado con el vigor y la pureza de la mente y el corazón!
El verdadero cristiano obtiene una experiencia que le reporta santidad. No tiene mancha de pecado en su conciencia ni señal de corrupción en su alma. Se incorpora a su vida la espiritualidad de la ley de Dios con sus principios restrictivos. La luz de la verdad ilumina su entendimiento. La lumbre del perfecto amor hacia el Redentor disipa los miasmas interpuestos entre su alma y Dios. La voluntad de Dios ha llegado a ser la suya: pura, elevada, refinada y santificada. En su rostro se revela la luz del cielo. Su cuerpo es templo apropiado del Espíritu Santo. La santidad adorna su carácter. Dios puede tener comunión con él, pues el alma y el cuerpo están en armonía con el Señor. . .
Dios quiere que comprendamos que él tiene derecho sobre todo lo que poseemos: mente, alma, cuerpo y espíritu. Somos suyos por creación y por redención. Como Creador, demanda de nosotros un servicio sin reservas. Como Redentor, tiene sobre nosotros derecho afectivo y también legal a un amor sin paralelos. Deberíamos comprender este derecho en todo momento de nuestra existencia. . . Nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestra vida le pertenecen no sólo porque constituyen su generoso don, sino porque constantemente nos provee de sus beneficios y nos da fortaleza para usar nuestras facultades. . . "A todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios", dice el Señor (Juan 1: 12). . . Los que son hijos de Dios representarán a Cristo en su carácter. Sus obras tendrán la fragancia de la ternura, la compasión, el amor y la pureza infinitos del Hijo de Dios. Y cuanto más sometamos al Espíritu Santo la mente y el cuerpo, tanto mayor será la fragancia de la ofrenda que le hagamos.
Maranata, p.228.
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