La Compañía de Jesús, fundada en 1540 por Ignacio de Loyola, es la mayor congregación de la Iglesia Católica. En el pontificado de Juan Pablo II vivió una situación difícil, pero la relación con el Vaticano se estabilizó con Benedicto XVI. Este ascenso les permitió, por primera vez en sus 473 años de existencia, tener un Papa de sus filas.
CONCEBIDA como una orden que emulaba a una unidad militar, desde su fundación, en 1540 por Ignacio de Loyola, los miembros de la Compañía de Jesús responden al estereotipo que implica su nombre. Se les ha descrito como soldados disciplinados, inquietos intelectuales, especializados, entrenados espiritualmente y obedientes al Pontífice.
Todos los jesuitas, en su primer año de estudios, están obligados a someterse por 30 días a un retiro de silencio absoluto, bajo un riguroso sistema de meditación y oración diseñado hace más de 600 años por Loyola como parte de su proceso de conversión. A esto lo llamó ejercicios espirituales, en los que bajo la guía de un director y siguiendo las etapas descritas por el fundador de la Compañía de Jesús, buscan la presencia de Dios en el mundo y la forma de seguirlo.
Los ejercicios son parte esencial de la espiritualidad ignaciana, por lo que los jesuitas los realizan varias veces en su vida. “Pasear, caminar y correr son ejercicios corporales, de la misma manera que todo modo debe preparar y disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y después de quitadas buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del alma”, escribió Loyola.
Jorge Mario Bergoglio, uno de esos jesuitas, se transformó esta semana en el primero de la Compañía de Jesús en ostentar el cargo de Sumo Pontífice: el Papa Francisco.
La nominación llegó en un complicado momento histórico para la Iglesia. La Santa Sede enfrenta cruzadas acusaciones luego del escándalo de filtración de documentos y, tras la renuncia de Benedicto XVI, hubo consenso en la necesidad de que su reemplazante implicara un cambio en la conducción del catolicismo. Los jesuitas, en tanto, enfrentan su llegada a la cumbre vaticana luego de años de destierro y supremacía de las tendencias conservadoras.
Sin embargo, las caídas y los ascensos han sido una constante para una orden religiosa que en su historia ha compartido con el poder y alejado de él, enfrentado guerras, suspensiones, intervenciones y, después de 473 años de historia, sigue siendo una de las congregaciones más importantes y numerosas de la Iglesia Católica.
* Peso actual en el mundo
Hoy es la mayor congregación masculina. Tiene unos 19 mil religiosos, entre sacerdotes y hermanos, en los cinco continentes.
Organizada en 91 provincias geográficas alrededor del mundo, según cifras de la Compañía de 2010, los jesuitas se concentran en el sur de Asia (23%), Estados Unidos (13%) y América Latina (8%). La Curia General de la Compañía de Jesús, en el número 4 del Borgo Santo Spirito de Roma, con el sacerdote español Adolfo Nicolás Pachón, de 76 años, dirige desde 2008 unas 200 universidades, 700 colegios y miles de obras sociales y religiosas en 127 países. En Roma, entre otras labores, están a cargo de la Universidad Gregoriana, el Instituto Bíblico, la revista Civittá Católica, el observatorio papal y la residencia papal de Castelgandolfo.
* Influencia en educación
La Pontificia Universidad Gregoriana, una de las instituciones académicas más destacadas de Roma y de la Iglesia, es patrimonio de los jesuitas. También, la Universidad de Georgetown, en EE.UU. Así, hay muchos ejemplos de la influencia de la Compañía en materias educacionales, que ha sido una de las grandes misiones de la congregación desde su fundación en el siglo XVI.
Dicha labor la ejercieron tradicionalmente en el seno de las elites, situación que repitieron en labores evangelizadoras, como en la Colonia en América. Por un lado, realizaban misiones con los pueblos indígenas y por otro, educaban a las elites gobernantes.
La pérdida de influencia se manifestó en la orden desde fines de los 70 y también afectó a esta área de acción jesuita. La arremetida de congregaciones de carácter conservador y su nueva llegada a la elite también se evidenció en el ámbito educacional, en particular con el Opus Dei, con quien, según los analistas, existe una competencia por ser la “elite intelectual” de la Iglesia.
Diversas publicaciones han especulado sobre cómo el ascenso de Francisco repercutirá en las áreas en las que el Opus Dei ha acrecentado su poder los últimos 30 años.
* Relación con el poder
El Concilio Vaticano II (1962-1965) fue clave para el porvenir de los jesuitas durante la segunda mitad del siglo XX. La Compañía, que históricamente se había destacado por su dedicación a la enseñanza, las elites y la academia, se vinculó, después de la convención religiosa, a posturas más vanguardistas vinculadas con la doctrina social y defendió la Teología de la Liberación en Latinoamérica, que posteriormente fue condenada por el Vaticano. Así, de las universidades bajó a las favelas y a la violencia de las comunidades más pobres de América Latina, filtreando con movimientos guerrilleros.
Tras el giro, los jesuitas perdieron miembros en los años siguientes. Si antes del Concilio éstos se cifraban en 36 mil, para comienzos de los 80, apenas sobrepasaban los 28 mil. La situación, sin embargo, no significó un cuestionamiento para la orden. “Cuando hoy vemos actuar al Opus Dei es como mirarnos al espejo para decir así fuimos y así no podemos seguir siendo”, dijo el superior general Pedro Arrupe -un médico vasco que en Hiroshima el día de la tragedia atómica operó con tijeras de coser ropa, en medio de los escombros-, según recordó recientemente el diario español El País.
Lo que sí se resintió fue la relación de los jesuitas con la elite y el poder. Les significó una de las mayores intervenciones papales en su historia y además, que congregaciones como el Opus Dei y otras de corte conservador ingresaran tanto en la Curia como en las áreas que antes de Vaticano II habían sido de influencia jesuita, en particular, la relación con la elite y la educación.
* Intervenciones del Vaticano
Varios han sido los conflictos que los jesuitas han enfrentado con los centros de poder, tanto religiosos como políticos, a lo largo de su historia. Dos son, sin embargo, los de mayor gravedad.
En el siglo XVIII, el poder ostentado por la Compañía, su apoyo al Papa y la defensa que realizaron de las poblaciones indígenas en las colonias europeas, hicieron que varios gobiernos presionaran por la expulsión y el cierre de la orden. España y Portugal fueron algunos de los primeros países que los desterraron de sus dominios. En 1773, el Papa Clemente XIV decretó el cierre de la orden. La medida duró hasta 1814, cuando el Papa Pío VII revocó la medida y permitió el reingreso jesuita a la Iglesia.
El segundo momento complejo se vivió con Juan Pablo II, detractor de la orden y quien mantuvo una tensa relación con los jesuitas durante su pontificado.
* Ostracismo con Juan Pablo II
“En el papado de Juan Pablo II, los jesuitas vivieron una situación difícil tanto interna como en su relación con la máxima autoridad”, dijo en 2010 el vaticanista Sandro Magister.
Después del Concilio Vaticano II de 1965, la congregación se acercó a materias económicas y sociales, muchos de sus miembros adscribieron a la Teología de la Liberación y los sacerdotes se acercaron a la izquierda en EE.UU., Nicaragua y El Salvador, entre otros países. El Papa, por estas razones, nunca vio con buenos ojos a la Compañía de Jesús.
El episodio que gatilló la crisis se vivió en 1981, a raíz de la sucesión de Pedro Arrupe, quien había liderado a los jesuitas desde 1965 y a quien Juan Pablo II responsabilizaba por la apertura de la orden a posturas más de izquierda, a raíz de la “promoción de la justicia” proclamada por la congregación. El Papa no aceptó que Arrupe, aquejado de una trombosis cerebral, fuera sucedido por el sacerdote estadounidense Vincent O’Keefe, a quien le correspondía el cargo de acuerdo con la dinámica interna de la Compañía. En cambio, envió dos interventores -sacerdotes italianos, también jesuitas-, mientras los miembros de la Compañía elegían a su nuevo líder. Los jesuitas desestimaron a los representantes del Pontífice y eligieron al holandés Peter Hans Kolvenbach como prefecto general. El historiador francés Jean Lacouture denominó este hecho como un “golpe de Estado pontificio”. Desde entonces, Juan Pablo II evitó que tuvieran un papel predominante.
En efecto, el Pontífice prefirió a otras congregaciones, como el Opus Dei, para puestos claves en la Curia. “Algunos nos han abandonado, otros han seguido con notable fidelidad. Nosotros hicimos una opción consecuente con las preocupaciones que habíamos manifestado de unir fe y justicia”, dijo el jesuita chileno Felipe Berríos, en 2005. El protectorado del Papa en la Compañía duraría dos largos años, hasta la congregación general de 1983, en la que sería elegido el holandés Peter Hans Kolvenbach en primera votación.
* Ascenso en era Benedicto XVI
Cuando falleció Juan Pablo II, en 2005, el sector más avanzado del catolicismo anhelaba el regreso de los jesuitas al liderazgo de la Iglesia. Y en efecto, la congregación estabilizó sus relaciones con el Vaticano durante la era de Benedicto XVI y volvieron a escalar en la Curia.
Ratzinger volvió a dar relevancia a las congregaciones tradicionales y dos miembros de la Compañía ocuparon puestos clave. Federico Lombardi reemplazó al vocero Opus Dei de Juan Pablo II, Joaquín Navarro Valls. El arzobispo español Luis Ladaria fue designado como segundo hombre de la Congregación para la Doctrina y la Fe. En 2008, además, asumió como jefe de los jesuitas Adolfo Nicolás Pachón, quien se relaciona bien con las corrientes internas y ha ordenado el variado escenario de la orden.
La declinación de representantes de congregaciones conservadoras, como el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, también contribuyó a que los jesuitas ascendieran en la escala de poder desde 2005 a la fecha.
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