La influencia de estos mensajes se ha ido profundizando y ampliando, y ha puesto en movimiento los motivos que determinan la conducta en miles de corazones, y ha hecho surgir instituciones de enseñanza, casas editoras y sanatorios; todos éstos constituyen los instrumentos de Dios que han de colaborar en la gran obra representada por el primero, el segundo y el tercer ángel que vuelan por en medio del cielo para amonestar a los habitantes del mundo, diciéndoles que Cristo está por venir con poder y gran gloria.
El profeta dice: “Vi a otro ángel descender del cielo con gran poder; y la tierra fue alumbrada con su gloria. Y clamó con voz potente, diciendo: Ha caído, ha caído la gran Babilonia, y se ha hecho habitación de demonios”. Apocalipsis 18:1, 2. Este es el mismo mensaje que fue dado por el segundo ángel. Babilonia ha caído, “porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación”. Apocalipsis 14:8. ¿En qué consiste ese vino? En sus doctrinas falsas. Ha dado al mundo un día de reposo falso en lugar del verdadero del cuarto mandamiento, y ha repetido la falsedad que Satanás comunicó a Eva en el Edén: la inmortalidad natural del alma. Ha esparcido ampliamente muchos errores semejantes y ha enseñado “como doctrinas, mandamientos de hombres”. Mateo 15:9.
Cuando Jesús comenzó su ministerio público, limpió el templo de su profanación sacrílega. Entre los últimos actos de su ministerio figura la segunda purificación del templo. Así también en la obra final de amonestación al mundo, se hacen dos llamados a las iglesias. El mensaje del segundo ángel es: “Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación”. Apocalipsis 14:8. Y en la proclamación en alta voz del mensaje del tercer ángel, se oye una voz que dice desde el cielo: “Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados, ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades”. Apocalipsis 18:4, 5.—The Review and Herald, 6 de diciembre de 1892.
Mensajes Selectos Vol. 2, p. 134-135
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