Cristo nunca inducirá a sus seguidores a que formulen votos que los unirán con personas que no tienen relación con Dios, que no están bajo la influencia consoladora de su Espíritu Santo. La única norma verdadera para el carácter es la santa ley de Dios, y es imposible para quienes hacen de esa ley de Dios la guía de su vida, unirse en confianza y en cordial fraternidad con los que convierten la verdad de Dios en mentira, y consideran la autoridad de Dios como algo sin valor.
Hay un enorme abismo entre el hombre mundano y aquel que sirve fielmente a Dios. Sus pensamientos, simpatías y sentimientos no armonizan en lo que atañe a los temas más importantes: Dios, la verdad y la eternidad. Una de estas clases está madurando como el trigo para el granero de Dios, y la otra como cizaña para los fuegos de la destrucción. ¿Cómo puede haber unidad de propósito o de acción entre ellas?
“¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios”. Santiago 4:4.
“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”. Mateo 6:24.
Pero debemos tener cuidado de no dejarnos dominar por un espíritu de fanatismo e intolerancia. No debemos apartarnos de los demás con una actitud que diga: “No te acerques a mí; yo soy más santo que tú”. No se aleje de sus semejantes, sino que procure impartirles la preciosa verdad que ha bendecido su propio corazón. Demuestre que la suya es la religión del amor.
“Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:16.
Pero si somos cristianos y tenemos el espíritu de Aquel que murió para salvar a los hombres de sus pecados, amaremos las almas de nuestros semejantes lo suficiente como para contrarrestar sus placeres pecaminosos mediante nuestra presencia o nuestra influencia. No podemos aprobar su conducta asociándonos con ellos y participando en sus fiestas y en sus concilios, donde Dios no está presente. Tal conducta, en lugar de ser un beneficio para ellos, logrará únicamente poner en duda la realidad de nuestra religión. Si actuásemos en esa forma, seríamos luces falsas, y con nuestro ejemplo llevaríamos a las almas hacia la ruina.
Hace poco leí acerca de un noble navío que surcaba las aguas del mar, cuando a medianoche se estrelló contra una roca con un estruendo terrible; los pasajeros despertaron y comprendieron horrorizados cuál era su desesperada condición; se hundieron con su barco para no volver a levantarse. El timonel había confundido la luz del faro, y como resultado, cientos de almas fueron arrojadas a la eternidad sin aviso previo. Si una parte de nuestro carácter desfigura la imagen de Cristo, presentamos una falsa luz, y como resultado las almas seguramente serán descarriadas por nuestro ejemplo.
Mensajes Selectos II, p.145-146.
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