Una crisis didáctica
14 de noviembre de 2008, 04:30 AM
Como todos los años, recientemente se corrió el Maratón de Nueva York. Éste es uno de mis eventos favoritos en el año. Salvo el caso de los corredores profesionales que participan en busca de dinero, el maratón es una competencia que congrega a un enorme número de personas de todas las procedencias –geográficas y sociales- que se preparan arduamente para competir con ellos mismos, para probarse algo.
Algunos de los corredores son rápidos y llevan años corriendo, otros no lo son tanto y tienen como único objetivo acabar, llegar a la meta. Lo que todos los corredores tienen en común es que tienen que planear su carrera.
No es la misma preparación la que se necesita para ir a dar una vuelta al parque, que para correr 42 kilómetros. Además de la preparación requerida, los atletas tienen que administrar su energía. Saben que el principio será más fácil, pero que gradualmente irán consumiendo todas sus reservas hasta que, al final, habrán utilizado hasta la última caloría. A nadie se le ocurre empezar un maratón con un sprint, pero mucha gente no llega a la meta por no planear bien cómo utilizará sus recursos.
Me parece que para que la economía mundial “llegue a la meta” lo primero de que tenemos que estar conscientes es de que ésta es una carrera de fondo y no un sprint de cien metros. Hay que optimizar el uso de los recursos porque no sabemos, a ciencia cierta, cuántos necesitaremos en lo que resta del camino.
Esa incertidumbre sobre cuánto falta se manifiesta a todos los niveles. La gente que no tiene empleo no sabe cuándo volverá a trabajar; si falta mucho para volver a emplearse, quizá es sabio ajustar su nivel de vida.
Para una empresa, no sabe si debe recortar gente en forma más agresiva; si la crisis es larga, puede estar desperdiciando hoy los recursos que después podrían permitirle tener con qué llegar a la meta, si no lo es y despide gente de más, puede estar en una endeble situación para aprovechar la recuperación cuando ésta se dé.
El gobierno no sabe si ser más agresivo en los rescates de diferentes empresas o sectores pues desconoce cuántos más necesitarán ayuda, si la meta aún se encuentra lejos.
Desafortunadamente, creo no sólo que estamos lejos de la “meta”, sino que la recuperación posterior se dará sólo en la medida en que se permita que haya dolor durante el proceso.
Hace algunos meses, un escrito de … Key en el Financial Times hablaba de la importancia del dolor. Ponía como ejemplo a los leprosos. Éstos sufren daño en sus extremidades y en la piel no porque éstas sean propensas a lastimarse, sino porque la enfermedad inhibe la capacidad de las terminales nerviosas a sentir dolor. Si alguien se quema corta o golpea y no le duele, estará más propenso a que le vuelva a ocurrir. Para tratar de medir qué tan cerca o lejos estamos de la meta, es útil seguir la evolución de los problemas que originaron esta situación.
En mi opinión, hay dos mitos en los que muchos inversionistas están basando su esperanza.
Primero, en que una vez que los bancos sean recapitalizados, el crédito empezará a fluir como antes y eso hará que los precios de inmuebles, acciones, bonos y materias primas regresen a donde estaban. Si usted está dentro de este grupo, llámeme, sé de un puente aquí en Nueva York que le puedo vender a un precio muy razonable. Segundo, que la economía china saldrá al rescate. Nada enseña más que una crisis.
Esa es una afirmación válida a nivel personal o social. Las crisis nos ayudan a poner las cosas en perspectiva, a darle prioridad a lo que es realmente importante. Las propiedades didácticas de una crisis son directamente proporcionales al dolor que provoquen. Piénselo a nivel personal. Imagine que lleva años gastando de más y viviendo de sus tarjetas de crédito con la convicción de que en algún punto en el futuro su ingreso crecerá hasta permitirle satisfacer el nivel de vida deseado sin tener que recurrir a endeudarse.
Sin embargo, el aumento en el ingreso no llega, y usted sigue viviendo al mismo nivel. Como consecuencia, su deuda crece y crece hasta un punto en el cual le es imposible pagar los intereses sobre la tarjeta y se la quitan. Además, pierde su trabajo. En ese punto usted tiene que decidir si está dispuesto a hacer sacrificios para regresar a una situación que haga sentido de largo plazo. Probablemente habrá dolor, tendrá que bajar su nivel de vida, quizá tendrá que gastar aún menos de lo que podría para gradualmente pagar lo que debe y empezar a ahorrar un poco. Un proceso así es una lección de vida.
Alternativamente, imagine que en medio de la crisis llega un tío millonario a rescatarlo o se saca la lotería. Es probable que no aprenda nada y que –consciente o subconscientemente- estará en espera del siguiente rescate cuando vuelva a meterse en problemas. Algo similar ocurre a nivel agregado.
Después de procesos de crecimiento y abundancia, se requiere de ajustes, de cortar lo que no funciona, identificar qué es superfluo; por otro lado se debe estimular lo que funciona, tratando de que se pueda apuntalar ahí el siguiente ciclo. Para que una parte del ciclo de origen al otro, tiene que haber dolor. Tiene que darse un proceso de “destrucción creativa”.
Por una parte, la gente tiene que aprender a vivir dentro posibilidades realistas, a balancear gasto y ahorro; tiene que estar dispuesta a trabajar más y mejor dejando de dar por hecho que los empleos son seguros y abundantes. Es necesario prepararse para tener mayor probabilidad de ascenso social pues éste se conseguirá a partir de esfuerzo y sacrificio, y no simplemente por inercia o por tener la capacidad –o inconsciencia- para tomar riesgos excesivos.
Los dueños de los bancos que tomaron malas decisiones de crédito tienen que sufrir más que aquellos que fueron más cuidadosos y empresas que llevan décadas de tomar una mala decisión tras otra tienen que desaparecer para dar cabida a otras que sean más sensatas. La economía de Estados Unidos se está acercando al momento en el cual hay que tomar decisiones.
No sólo hay que lidiar con lo urgente: rescatar al sistema bancario, asegurarse de que el mercado crediticio básico vuelva a funcionar, tratar de contener el daño que está provocando en las economías familiares el desplome en el precio de los inmuebles que se da simultáneamente con la caída en el mercado accionario.
Mientras tanto, hay más de un millón doscientos mil nuevos desempleados que se han sumado a quienes ya no tenían trabajo. La tasa de desempleo es ya de 6.5%, pero si incluimos empleados marginalmente empleados o a aquellos con empleos de tiempo parcial que no logran trabajos de tiempo completo, la tasa es 11.8%.
Según un estudio de la Reserva Federal, la disposición de los bancos comerciales para prestar está en su punto más bajo desde 1980, las ventas de autos en su punto más bajo desde febrero de 1983, el Índice de Manejo de Proveedores que mide actividad en la industria manufacturera está en su menor nivel desde 1980, y aún el Índice de Industrias de Servicios –un sector que se considera no es “cíclico”- está en el punto más bajo desde que se creó en 1997.
Los diez millones de desempleados provocarán la siguiente oleada de problemas crediticios pues no podrán pagar lo que deben en sus tarjetas. Por si esto fuera poco, por primera vez las compañías que las emiten no pueden financiarse titularizando lo que los tarjeta-habientes les deben. Claramente, los problemas con el crédito para compra de automóviles, el crédito para estudiantes y todo tipo de crédito al consumo seguirán creciendo; igualmente, lo hará el crédito hipotecario –aún el de alta calidad- conforme los deudores se vean afectados al perder sus empleos.
Además de los recursos que se necesitará para las siguientes rondas de recapitalización bancaria –que algunos estiman en dos veces lo ya aprovisionado en el TARP- el presidente electo Obama prometió que va a desarrollar un sistema que dé acceso a atención médica para todos los estadounidenses, y múltiples promesas que costarán mucho dinero. Considerando el severo impacto social que la crisis tendrá, ese tipo de programa es indispensable.
Algo similar ocurrió cuando Franklin Delano Roosevelt creó el sistema de seguro social en la época de la depresión. Sin lugar a duda, este es un maratón y hay que administrar bien los recursos; éstos no son ilimitados. Abusar rescatándolo todo pondrá en peligro a la credibilidad de largo plazo de la economía estadounidense. Si esto ocurre, la desconfianza se reflejará en un mayor costo de crédito, el gobierno y las empresas estadounidenses tendrán que pagar más para financiarse y eso se reflejará en menor crecimiento económico a largo plazo, menor inversión, menos generación de empleos. Todos los países desarrollados del mundo inflarán sus déficit fiscales y eso es lógico y sensato en medio de una crisis tan brutal.
Sin embargo, el mayor reto que afronta el presidente electo Obama es atreverse a poner límites, decir que no, permitir que el proceso de destrucción creativa siga su curso; su doloroso pero imprescindible curso. Estados Unidos ya no es un país que manufacture. El centro de gravedad industrial estadounidense tiene que migrar de Detroit a Sylicon Valley.
La inversión debe dirigirse hacia mantener el liderazgo tecnológico y hacia estar a la vanguardia en la tecnología alrededor del cambio climático y la investigación médica ahora que se podrá vencer el dogma religioso que ha impedido el uso de células madre. Estados Unidos tiene que volver a constituirse en el centro de estudios de postgrado más influyente del mundo para seguir teniendo el privilegiado acceso a las mentes más brillantes sin mirar de qué país provienen.
Se debe dejar que la industria automotriz estadounidense se contraiga, se consolide –entre sí o con la de otros países- o, si es necesario, muera. Han cometido tantos errores como es posible cometer y no merecen ser salvados. Los cuantiosos recursos que se requerirían para salvarla debe utilizarse para educar y entrenar a los obreros en otros tipos de actividades y ofrecer estructuras de ayuda a los millones de pensionados que resultarán afectados.
Como todos los años, recientemente se corrió el Maratón de Nueva York. Éste es uno de mis eventos favoritos en el año. Salvo el caso de los corredores profesionales que participan en busca de dinero, el maratón es una competencia que congrega a un enorme número de personas de todas las procedencias –geográficas y sociales- que se preparan arduamente para competir con ellos mismos, para probarse algo.
Algunos de los corredores son rápidos y llevan años corriendo, otros no lo son tanto y tienen como único objetivo acabar, llegar a la meta. Lo que todos los corredores tienen en común es que tienen que planear su carrera.
No es la misma preparación la que se necesita para ir a dar una vuelta al parque, que para correr 42 kilómetros. Además de la preparación requerida, los atletas tienen que administrar su energía. Saben que el principio será más fácil, pero que gradualmente irán consumiendo todas sus reservas hasta que, al final, habrán utilizado hasta la última caloría. A nadie se le ocurre empezar un maratón con un sprint, pero mucha gente no llega a la meta por no planear bien cómo utilizará sus recursos.
Me parece que para que la economía mundial “llegue a la meta” lo primero de que tenemos que estar conscientes es de que ésta es una carrera de fondo y no un sprint de cien metros. Hay que optimizar el uso de los recursos porque no sabemos, a ciencia cierta, cuántos necesitaremos en lo que resta del camino.
Esa incertidumbre sobre cuánto falta se manifiesta a todos los niveles. La gente que no tiene empleo no sabe cuándo volverá a trabajar; si falta mucho para volver a emplearse, quizá es sabio ajustar su nivel de vida.
Para una empresa, no sabe si debe recortar gente en forma más agresiva; si la crisis es larga, puede estar desperdiciando hoy los recursos que después podrían permitirle tener con qué llegar a la meta, si no lo es y despide gente de más, puede estar en una endeble situación para aprovechar la recuperación cuando ésta se dé.
El gobierno no sabe si ser más agresivo en los rescates de diferentes empresas o sectores pues desconoce cuántos más necesitarán ayuda, si la meta aún se encuentra lejos.
Desafortunadamente, creo no sólo que estamos lejos de la “meta”, sino que la recuperación posterior se dará sólo en la medida en que se permita que haya dolor durante el proceso.
Hace algunos meses, un escrito de … Key en el Financial Times hablaba de la importancia del dolor. Ponía como ejemplo a los leprosos. Éstos sufren daño en sus extremidades y en la piel no porque éstas sean propensas a lastimarse, sino porque la enfermedad inhibe la capacidad de las terminales nerviosas a sentir dolor. Si alguien se quema corta o golpea y no le duele, estará más propenso a que le vuelva a ocurrir. Para tratar de medir qué tan cerca o lejos estamos de la meta, es útil seguir la evolución de los problemas que originaron esta situación.
En mi opinión, hay dos mitos en los que muchos inversionistas están basando su esperanza.
Primero, en que una vez que los bancos sean recapitalizados, el crédito empezará a fluir como antes y eso hará que los precios de inmuebles, acciones, bonos y materias primas regresen a donde estaban. Si usted está dentro de este grupo, llámeme, sé de un puente aquí en Nueva York que le puedo vender a un precio muy razonable. Segundo, que la economía china saldrá al rescate. Nada enseña más que una crisis.
Esa es una afirmación válida a nivel personal o social. Las crisis nos ayudan a poner las cosas en perspectiva, a darle prioridad a lo que es realmente importante. Las propiedades didácticas de una crisis son directamente proporcionales al dolor que provoquen. Piénselo a nivel personal. Imagine que lleva años gastando de más y viviendo de sus tarjetas de crédito con la convicción de que en algún punto en el futuro su ingreso crecerá hasta permitirle satisfacer el nivel de vida deseado sin tener que recurrir a endeudarse.
Sin embargo, el aumento en el ingreso no llega, y usted sigue viviendo al mismo nivel. Como consecuencia, su deuda crece y crece hasta un punto en el cual le es imposible pagar los intereses sobre la tarjeta y se la quitan. Además, pierde su trabajo. En ese punto usted tiene que decidir si está dispuesto a hacer sacrificios para regresar a una situación que haga sentido de largo plazo. Probablemente habrá dolor, tendrá que bajar su nivel de vida, quizá tendrá que gastar aún menos de lo que podría para gradualmente pagar lo que debe y empezar a ahorrar un poco. Un proceso así es una lección de vida.
Alternativamente, imagine que en medio de la crisis llega un tío millonario a rescatarlo o se saca la lotería. Es probable que no aprenda nada y que –consciente o subconscientemente- estará en espera del siguiente rescate cuando vuelva a meterse en problemas. Algo similar ocurre a nivel agregado.
Después de procesos de crecimiento y abundancia, se requiere de ajustes, de cortar lo que no funciona, identificar qué es superfluo; por otro lado se debe estimular lo que funciona, tratando de que se pueda apuntalar ahí el siguiente ciclo. Para que una parte del ciclo de origen al otro, tiene que haber dolor. Tiene que darse un proceso de “destrucción creativa”.
Por una parte, la gente tiene que aprender a vivir dentro posibilidades realistas, a balancear gasto y ahorro; tiene que estar dispuesta a trabajar más y mejor dejando de dar por hecho que los empleos son seguros y abundantes. Es necesario prepararse para tener mayor probabilidad de ascenso social pues éste se conseguirá a partir de esfuerzo y sacrificio, y no simplemente por inercia o por tener la capacidad –o inconsciencia- para tomar riesgos excesivos.
Los dueños de los bancos que tomaron malas decisiones de crédito tienen que sufrir más que aquellos que fueron más cuidadosos y empresas que llevan décadas de tomar una mala decisión tras otra tienen que desaparecer para dar cabida a otras que sean más sensatas. La economía de Estados Unidos se está acercando al momento en el cual hay que tomar decisiones.
No sólo hay que lidiar con lo urgente: rescatar al sistema bancario, asegurarse de que el mercado crediticio básico vuelva a funcionar, tratar de contener el daño que está provocando en las economías familiares el desplome en el precio de los inmuebles que se da simultáneamente con la caída en el mercado accionario.
Mientras tanto, hay más de un millón doscientos mil nuevos desempleados que se han sumado a quienes ya no tenían trabajo. La tasa de desempleo es ya de 6.5%, pero si incluimos empleados marginalmente empleados o a aquellos con empleos de tiempo parcial que no logran trabajos de tiempo completo, la tasa es 11.8%.
Según un estudio de la Reserva Federal, la disposición de los bancos comerciales para prestar está en su punto más bajo desde 1980, las ventas de autos en su punto más bajo desde febrero de 1983, el Índice de Manejo de Proveedores que mide actividad en la industria manufacturera está en su menor nivel desde 1980, y aún el Índice de Industrias de Servicios –un sector que se considera no es “cíclico”- está en el punto más bajo desde que se creó en 1997.
Los diez millones de desempleados provocarán la siguiente oleada de problemas crediticios pues no podrán pagar lo que deben en sus tarjetas. Por si esto fuera poco, por primera vez las compañías que las emiten no pueden financiarse titularizando lo que los tarjeta-habientes les deben. Claramente, los problemas con el crédito para compra de automóviles, el crédito para estudiantes y todo tipo de crédito al consumo seguirán creciendo; igualmente, lo hará el crédito hipotecario –aún el de alta calidad- conforme los deudores se vean afectados al perder sus empleos.
Además de los recursos que se necesitará para las siguientes rondas de recapitalización bancaria –que algunos estiman en dos veces lo ya aprovisionado en el TARP- el presidente electo Obama prometió que va a desarrollar un sistema que dé acceso a atención médica para todos los estadounidenses, y múltiples promesas que costarán mucho dinero. Considerando el severo impacto social que la crisis tendrá, ese tipo de programa es indispensable.
Algo similar ocurrió cuando Franklin Delano Roosevelt creó el sistema de seguro social en la época de la depresión. Sin lugar a duda, este es un maratón y hay que administrar bien los recursos; éstos no son ilimitados. Abusar rescatándolo todo pondrá en peligro a la credibilidad de largo plazo de la economía estadounidense. Si esto ocurre, la desconfianza se reflejará en un mayor costo de crédito, el gobierno y las empresas estadounidenses tendrán que pagar más para financiarse y eso se reflejará en menor crecimiento económico a largo plazo, menor inversión, menos generación de empleos. Todos los países desarrollados del mundo inflarán sus déficit fiscales y eso es lógico y sensato en medio de una crisis tan brutal.
Sin embargo, el mayor reto que afronta el presidente electo Obama es atreverse a poner límites, decir que no, permitir que el proceso de destrucción creativa siga su curso; su doloroso pero imprescindible curso. Estados Unidos ya no es un país que manufacture. El centro de gravedad industrial estadounidense tiene que migrar de Detroit a Sylicon Valley.
La inversión debe dirigirse hacia mantener el liderazgo tecnológico y hacia estar a la vanguardia en la tecnología alrededor del cambio climático y la investigación médica ahora que se podrá vencer el dogma religioso que ha impedido el uso de células madre. Estados Unidos tiene que volver a constituirse en el centro de estudios de postgrado más influyente del mundo para seguir teniendo el privilegiado acceso a las mentes más brillantes sin mirar de qué país provienen.
Se debe dejar que la industria automotriz estadounidense se contraiga, se consolide –entre sí o con la de otros países- o, si es necesario, muera. Han cometido tantos errores como es posible cometer y no merecen ser salvados. Los cuantiosos recursos que se requerirían para salvarla debe utilizarse para educar y entrenar a los obreros en otros tipos de actividades y ofrecer estructuras de ayuda a los millones de pensionados que resultarán afectados.
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(Nota)
Didactica: La palabra didáctica deriva del griego didaktikè ("enseñar") y se define como la disciplina científico-pedagógica que tiene como objeto de estudio los procesos y elementos existentes en la materia en sí y el aprendizaje. Es, por tanto, la parte de la pedagogía que se ocupa de los sistemas y métodos prácticos de enseñanza destinados a plasmar en la realidad las directrices de las teorías pedagógicas.
Muy vinculada con otras disciplinas pedagógicas como, por ejemplo, la organización escolar y la orientación educativa, la didáctica pretende fundamentar y regular los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Muy vinculada con otras disciplinas pedagógicas como, por ejemplo, la organización escolar y la orientación educativa, la didáctica pretende fundamentar y regular los procesos de enseñanza y aprendizaje.