Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. (2 Ped. 3: 10).
En el día del Señor, precisamente antes de la venida de Cristo, Dios enviará relámpagos a la tierra en su ira, los cuales se unirán con el fuego de la tierra. Las montañas arderán como un horno, y derramarán terribles arroyos de lava, destruyendo huertas y campos, aldeas y ciudades; y al derramar minerales fundidos, rocas y lodo ardiente en los ríos, éstos hervirán como una olla, despedirán pesadas rocas y esparcirán sus fragmentos sobre el campo con indescriptible violencia. Ríos enteros se secarán. La tierra se convulsionará y habrá espantosas erupciones y terremotos por todas partes. Dios enviará sus plagas sobre los impíos habitantes de la tierra, hasta que sean destruidos y eliminados de ella.
La tierra tambaleará como un ebrio, y será removida como una choza. Los elementos arderán y los cielos se enrollarán como un libro.
La corteza terrestre se agrietará por causa de la erupción de los elementos encerrados en las entrañas de la tierra. Dichos elementos, una vez sueltos, arrasarán los tesoros de los que por años habrían estado acumulando riquezas, a fin de asegurarse grandes posesiones, a costa del salario de hambre de sus empleados.
La gran conflagración general está justamente delante de nosotros, cuando todo el fruto de esta malograda labor de la vida será barrido de la noche a la mañana.
Habrá gran destrucción de vidas humanas. Pero como en los días del gran diluvio Noé fue preservado en el arca que Dios había preparado para él, también en esos días de destrucción y calamidad Dios será el refugio de los creyentes. Declara el Señor mediante el salmista: "Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada" (Sal. 91: 9, 10). "Porque él me esconderá en su tabernáculo en el día del mal" (Sal. 27: 5). . . ¿No haremos entonces del Señor nuestra seguridad y nuestra defensa?
Maranata, E. G. W., p. 281