Con la conferencia 'Europa y cristianismo: miremos al futuro', abre hoy en la Cámara de Comercio el ciclo de Cajamurcia
14.10.08 - A. C.
14.10.08 - A. C.
DÓNDE Y CUÁNDO
Quién: Rafael Navarro Valls.
Conferencia: Europa y cristianismo: miremos al futuro.
Dónde: Salón de Actos de la Cámara de Comercio de Murcia.
Día y hora: Hoy, a las 20.00 horas.
Ciclo: La nueva Torre de Babel.
Organiza: Fundación Cajamurcia.
Coordina: Antonio Arco.
Presentan: Raquel García Casasola, Antonio Arco.
Es todo un señor Rafael Navarro Valls, fuertemente vinculado a Cartagena por lazos familiares y recuerdos de juventud. Profesor y ensayista, experto en relaciones Iglesia-Estado y en grandes núcleos de poder, desde el Vaticano a la Casa Blanca, hoy abre en Murcia -20.00 horas, en la Cámara de Comercio- el ciclo La nueva Torre de Babel, que coordina Antonio Arco para la Fundación Cajamurcia. Su conferencia: Europa y cristianismo: miremos al futuro.
-De cuanto usted observa hoy a su alrededor al proyectar su mirada sobre la actualidad, ¿qué es lo que más le inquieta?
-Me inquieta que los intereses se impongan, demasiado a menudo, a las convicciones. Me inquieta el abismo que a veces separa a las gentes corrientes de todo el mundo -con con sus preocupaciones, esperanzas, miedos e inquietudes- de alguna pequeña banda de locos que hace piruetas en la cumbre empeñándose en dirigir la sociedad humana hacia la confusión. Me preocupa esa forma de intolerancia que pone en circulación una especie de policía social -lo políticamente correcto- y que desemboca en una nueva caza de brujas. En fin, entre otras cosas, me inquieta que no llegue a entenderse -como autorizadamente se ha dicho- que «los derechos del hombre son también derechos de Dios».
-A su juicio, ¿cuáles son los problemas más graves a los que nos enfrentamos y qué sería necesario para abordarlos con acierto?
-Tal vez el problema más de fondo con el que nos enfrentamos es que la civilización que está naciendo tiene un cuerpo potente pero un alma pequeña. Me parece que fue Schopenhauer quien dijo con humor que «la vida es un asunto complicado: he resuelto pasarla reflexionando sobre ella». Sin llegar a ese extremo, creo que un problema grave es que solemos confundir lo urgente con lo importante. Nos falta sentido de las prioridades. Sabiendo que el hombre es un ser limitado con deseos infinitos, deberíamos detenernos a pensar algo más en nuestro destino y de dónde sacaremos energías morales para alcanzarlo.
-En su opinión, ¿han mejorado en nuestro país las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno? ¿Cuáles deberían ser las bases de un diálogo y una coexistencia pacífica entre ambos?
-Entre lo espiritual (Iglesias) y lo temporal (Estados) hay una delgada frontera, y en toda frontera hay incidentes. Lo que sorprende en España es que esos incidentes han proliferado en exceso. Parece haber un cierto empeño en ampliar las zonas de incontaminación religiosa. Pero esto es un error en una sociedad que ha apostado por el libre mercado de las ideologías, incluidas las de base religiosa. No se puede forzar las cosas intentando volver a meter a Jonás (los valores religiosos) en el vientre de la ballena (cavernas alejadas de la plaza pública). Hoy se reconoce que la religión tiene una positiva proyección social: ha movilizado a millones de personas para que se opusieran a regímenes autoritarios, para que inaugurasen transiciones democráticas, para que apoyaran los derechos humanos y para que aliviasen el sufrimiento de los hombres. Desde estos presupuestos -coincido con Neuhaus- las bases para un entendimiento serían: 1) El Estado y el ámbito político deben ser definidos cuidadosamente, de modo que los temas más profundos en torno a los que con frecuencia los hombres litigan ideológicamente, queden más allá de sus propios fines, lo que supone una revitalización de las instituciones intermedias: 2) El proceso político debe quedar abierto a todos los ciudadanos de todas las convicciones, sin premios ni castigos, basados en las convicciones religiosas o en la falta de ellas. 3) Las Iglesias deben reconocer los límites de sus competencias en la vida política y económica, orientando a sus fieles para que sean ellos los que actúen en la plaza pública.
-¿Qué necesidad tiene hoy Europa de no alejarse de sus raíces cristianas?
-Suelo repetir que Europa se asienta sobre tres colinas: la del Capitolio, la de la Acrópolis y la del Gólgota. Pensamos como los griegos, hacemos derecho como los romanos, pero la ética que impregna nuestro código genético es la cristiana. Se entiende así que dos presidentes socialistas de la Unión Europea (Delors y Santer) y un centrista de izquierdas (Romano Prodi) fueran los grandes defensores de introducir en la Constitución europea una referencia a esas raíces cristianas. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, pero buena parte de lo que dice, cree y hace surge de su herencia cultural cristiana y adquiere significado en relación a esa herencia. Aunque el día a día parezca contradecir esos valores, las bases cristianas de Europa permanecen en capas subterráneas como lo hace el petróleo en la piedra pómez, hasta que de pronto emergen en la escena política, social o cultural. Así ocurrió con el monumental seísmo político que liberó a los países del Este. Vieron claramente que sus prioridades no eran tanto económicas como morales, que es precisamente lo que sucede hoy en Europa. Las crisis que conocemos en Europa han venido de sus propios valores enloquecidos, una vez que han sido desarraigados de sus fuentes. Por eso no conviene que se aparte demasiado de ellos.
-¿Le complace el modo de actuar de Benedicto XVI en momentos históricos tan complejos?
-Benedicto XVI es el Papa de las sorpresas tranquilas, un líder religioso que saca con naturalidad nuevos ases de la manga. Uno de ellos : su afirmación reciente ante la comunidad judía francesa de que «ser antisemita, es ser anticristiano». Otro: su condena simultánea del «fanatismo fundamentalista» y de «la libertad sin vínculos», en el impecable discurso ante un millar de intelectuales y políticos, también en Francia. En fin, está muy empeñado en subrayar la necesidad defender la verdad objetiva, por encima de la fragmentación a que tiende la conciencia humana. Según me ha parecido entender, es la implícita idea de que cuando «se vive en la verdad» se puede cambiar lo que en la historia parece inmutable. Me parece que su mezcla de intelectual y de hombre cercano produce un carisma especial que yo llamaría «el triunfo de la normalidad», algo que un mundo tan complejo necesita con urgencia.
Obama ganará
-Parece claro que Europa quiere que sea Obama el candidato elegido para presidir la Casa Blanca? ¿Cuál es su deseo y cuál es su análisis de las elecciones en EE UU?
Desde luego, si estamos a las encuestas parece que Obama ganará. Pero yo, si fuera él, no me confiaría. Nadie podía prever que en 1976 un cosechero de cacahuetes (Jimmy Carter) iba a superar en votos a un presidente que se presentaba a la reelección (Gerald Ford). Tampoco parecía razonable que cuatro años después, aquel mismo cosechero sería derrotado por un mediocre actor de Hollywood (Ronald Reagan). En las elecciones de 1948 el republicano Dewey iba muy por delante en todas las encuestas frente a Truman y éste acabó ganando. Dicho esto, creo que Obama ganará. Entre otras cosas por su endiablada suerte: cuando McCain iba por delante tras la convención republicana se desató la crisis financiera que ha hundido al republicano. Si triunfa Obama será un hijo del crack financiero de 2008, como el demócrata Roosevelt lo fue del crack del 29, que acabó también hundiendo a su contrincante.
-De cuanto usted observa hoy a su alrededor al proyectar su mirada sobre la actualidad, ¿qué es lo que más le inquieta?
-Me inquieta que los intereses se impongan, demasiado a menudo, a las convicciones. Me inquieta el abismo que a veces separa a las gentes corrientes de todo el mundo -con con sus preocupaciones, esperanzas, miedos e inquietudes- de alguna pequeña banda de locos que hace piruetas en la cumbre empeñándose en dirigir la sociedad humana hacia la confusión. Me preocupa esa forma de intolerancia que pone en circulación una especie de policía social -lo políticamente correcto- y que desemboca en una nueva caza de brujas. En fin, entre otras cosas, me inquieta que no llegue a entenderse -como autorizadamente se ha dicho- que «los derechos del hombre son también derechos de Dios».
-A su juicio, ¿cuáles son los problemas más graves a los que nos enfrentamos y qué sería necesario para abordarlos con acierto?
-Tal vez el problema más de fondo con el que nos enfrentamos es que la civilización que está naciendo tiene un cuerpo potente pero un alma pequeña. Me parece que fue Schopenhauer quien dijo con humor que «la vida es un asunto complicado: he resuelto pasarla reflexionando sobre ella». Sin llegar a ese extremo, creo que un problema grave es que solemos confundir lo urgente con lo importante. Nos falta sentido de las prioridades. Sabiendo que el hombre es un ser limitado con deseos infinitos, deberíamos detenernos a pensar algo más en nuestro destino y de dónde sacaremos energías morales para alcanzarlo.
-En su opinión, ¿han mejorado en nuestro país las relaciones entre la Iglesia y el Gobierno? ¿Cuáles deberían ser las bases de un diálogo y una coexistencia pacífica entre ambos?
-Entre lo espiritual (Iglesias) y lo temporal (Estados) hay una delgada frontera, y en toda frontera hay incidentes. Lo que sorprende en España es que esos incidentes han proliferado en exceso. Parece haber un cierto empeño en ampliar las zonas de incontaminación religiosa. Pero esto es un error en una sociedad que ha apostado por el libre mercado de las ideologías, incluidas las de base religiosa. No se puede forzar las cosas intentando volver a meter a Jonás (los valores religiosos) en el vientre de la ballena (cavernas alejadas de la plaza pública). Hoy se reconoce que la religión tiene una positiva proyección social: ha movilizado a millones de personas para que se opusieran a regímenes autoritarios, para que inaugurasen transiciones democráticas, para que apoyaran los derechos humanos y para que aliviasen el sufrimiento de los hombres. Desde estos presupuestos -coincido con Neuhaus- las bases para un entendimiento serían: 1) El Estado y el ámbito político deben ser definidos cuidadosamente, de modo que los temas más profundos en torno a los que con frecuencia los hombres litigan ideológicamente, queden más allá de sus propios fines, lo que supone una revitalización de las instituciones intermedias: 2) El proceso político debe quedar abierto a todos los ciudadanos de todas las convicciones, sin premios ni castigos, basados en las convicciones religiosas o en la falta de ellas. 3) Las Iglesias deben reconocer los límites de sus competencias en la vida política y económica, orientando a sus fieles para que sean ellos los que actúen en la plaza pública.
-¿Qué necesidad tiene hoy Europa de no alejarse de sus raíces cristianas?
-Suelo repetir que Europa se asienta sobre tres colinas: la del Capitolio, la de la Acrópolis y la del Gólgota. Pensamos como los griegos, hacemos derecho como los romanos, pero la ética que impregna nuestro código genético es la cristiana. Se entiende así que dos presidentes socialistas de la Unión Europea (Delors y Santer) y un centrista de izquierdas (Romano Prodi) fueran los grandes defensores de introducir en la Constitución europea una referencia a esas raíces cristianas. Un europeo puede no creer en la verdad de la fe cristiana, pero buena parte de lo que dice, cree y hace surge de su herencia cultural cristiana y adquiere significado en relación a esa herencia. Aunque el día a día parezca contradecir esos valores, las bases cristianas de Europa permanecen en capas subterráneas como lo hace el petróleo en la piedra pómez, hasta que de pronto emergen en la escena política, social o cultural. Así ocurrió con el monumental seísmo político que liberó a los países del Este. Vieron claramente que sus prioridades no eran tanto económicas como morales, que es precisamente lo que sucede hoy en Europa. Las crisis que conocemos en Europa han venido de sus propios valores enloquecidos, una vez que han sido desarraigados de sus fuentes. Por eso no conviene que se aparte demasiado de ellos.
-¿Le complace el modo de actuar de Benedicto XVI en momentos históricos tan complejos?
-Benedicto XVI es el Papa de las sorpresas tranquilas, un líder religioso que saca con naturalidad nuevos ases de la manga. Uno de ellos : su afirmación reciente ante la comunidad judía francesa de que «ser antisemita, es ser anticristiano». Otro: su condena simultánea del «fanatismo fundamentalista» y de «la libertad sin vínculos», en el impecable discurso ante un millar de intelectuales y políticos, también en Francia. En fin, está muy empeñado en subrayar la necesidad defender la verdad objetiva, por encima de la fragmentación a que tiende la conciencia humana. Según me ha parecido entender, es la implícita idea de que cuando «se vive en la verdad» se puede cambiar lo que en la historia parece inmutable. Me parece que su mezcla de intelectual y de hombre cercano produce un carisma especial que yo llamaría «el triunfo de la normalidad», algo que un mundo tan complejo necesita con urgencia.
Obama ganará
-Parece claro que Europa quiere que sea Obama el candidato elegido para presidir la Casa Blanca? ¿Cuál es su deseo y cuál es su análisis de las elecciones en EE UU?
Desde luego, si estamos a las encuestas parece que Obama ganará. Pero yo, si fuera él, no me confiaría. Nadie podía prever que en 1976 un cosechero de cacahuetes (Jimmy Carter) iba a superar en votos a un presidente que se presentaba a la reelección (Gerald Ford). Tampoco parecía razonable que cuatro años después, aquel mismo cosechero sería derrotado por un mediocre actor de Hollywood (Ronald Reagan). En las elecciones de 1948 el republicano Dewey iba muy por delante en todas las encuestas frente a Truman y éste acabó ganando. Dicho esto, creo que Obama ganará. Entre otras cosas por su endiablada suerte: cuando McCain iba por delante tras la convención republicana se desató la crisis financiera que ha hundido al republicano. Si triunfa Obama será un hijo del crack financiero de 2008, como el demócrata Roosevelt lo fue del crack del 29, que acabó también hundiendo a su contrincante.