Mikhail Gorbachev / NY Times
Soy una persona que ha participado en política durante 55 años. Y durante mucho tiempo quise sentir el pulso político de Bruselas, una de las capitales de Europa, que es ahora anfitriona de debates que con frecuencia se extienden más allá de Europa.
Encontré la oportunidad de hacerlo durante una reciente visita a Bruselas, donde recibí un galardón de la organización Energy Globe. Ese premio, donde se citó mi contribución a las causas de defensa del medio ambiente, fue presentado en el salón plenario del Parlamento Europeo por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. Otros galardones reconocieron impresionantes proyectos de personas de todos los continentes cuyas acciones prácticas, ya sea en modesta o en gran escala, están ayudando a salvar a nuestro planeta de un desastre ecológico.
Bruselas fue un buen sitio para que esos galardones tuviesen un alcance global. Y la visita se registró en un momento que para mí fue muy interesante, apenas una semana después que Rusia y la UE llegaron finalmente a un acuerdo a fin de iniciar negociaciones sobre un nuevo acuerdo.
Resulta claro que la postura global de la UE radica en su fuerza interna, que está siendo ahora sometida a prueba debido a su rápida expansión. La Unión Europea está ordenando sus complicados asuntos internos mientras intenta alcanzar un lugar en el escenario mundial.
Las discusiones sobre la “vieja” y la “nueva” Europa, que, por cierto, no recibieron una apropiada réplica de los europeos, parecen ahora estar languideciendo. Y el intento de dividir a Europa desde el exterior ha fallado.
Pero eso trae a primer plano el asunto real: se requiere todavía un enorme esfuerzo para asegurarse de que los miembros más flamantes de la UE acaten los altos estándares de la organización en materia de economía, protecciones sociales y en el combate a la corrupción.
¿Y qué ocurre con los estándares de democracia? También ahí hay problemas. Basta un ejemplo reciente: en tanto casi dos terceras partes de los ciudadanos de la República Checa se oponen al sistema antimisiles de Estados Unidos en su territorio, el parlamento del país ha respaldado el proyecto. Se trata de un truco que muy difícilmente funcione en una democracia madura.
Muchos en Bruselas sospechan que la UE se dedicará totalmente a integrar a los nuevos miembros y a reajustar su trabajo interno a fin de satisfacer sus necesidades de expansión. Y eso, muchos temen, podría socavar la capacidad de la Unión Europea para convertirse en un verdadero líder global. Y me parece que esos temores tienen alguna base de verdad.
Basta observar lo que ocurre con el medio ambiente, un tema donde la UE tiene todo el derecho del mundo en reclamar una posición de liderazgo. La Comisión Europea ha establecido objetivos ambiciosos para combatir el cambio climático. El objetivo es que para el 2020 haya un 20 por ciento de reducciones en las emisiones causantes del efecto invernadero, un 20 por ciento en el incremento de la eficiencia en materia energética, y que la provisión de un 20 por ciento de la energía total se haga a través de recursos de energía renovable. Pese a ello, el récord de Europa en materia de reducción de emisiones es bastante mediocre. La implementación está muy retrasada en relación con la ambición.
Una razón para eso podrían ser los obsoletos mecanismos de toma de decisiones. Entre otras cosas, suelen obstaculizar esfuerzos para crear nuevas relaciones de trabajo entre la UE y Rusia. Por obvias razones, me preocupa en especial ese tópico, que fue central en mis discusiones en Bruselas. El acuerdo para iniciar negociaciones sobre un nuevo pacto entre Rusia y la UE ha sido pospuesto por casi 18 meses. Nadie ha obtenido beneficios de esa situación, donde dos miembros de la UE, primero Polonia y luego Lituania, bloquearon de manera sucesiva el comienzo de las negociaciones entre socios mutuamente indispensables.
Sin importar los motivos de Polonia y de Lituania en frustrar la cooperación con Rusia —ya sean históricos ajustes de cuentas o reacciones alentadas del otro lado del océano— esas acciones son esencialmente antieuropeas.
Un país no puede avanzar si mira para atrás o para el costado. Eso sólo sirve a los intereses de quienes, incluidos aquellos en Rusia, ni han olvidado ni aprendido nada. Es asombroso cómo políticos que gustan de la confrontación y los partidarios de la fuerza en diferentes países se ayudan entre sí. Por supuesto, esa “ayuda” es lo último que Rusia necesita.
En mis discursos y en las entrevistas que me hicieron en Bruselas dije una y otra vez lo que expliqué cuando asumió el cargo el nuevo presidente de Rusia: uno de los principales desafíos de nuestro país es modernizar la economía, la política y la sociedad en su conjunto. Esa tarea tiene varios aspectos. El presidente Dmitry Medvedev ha señalado uno especialmente importante: combatir el “nihilismo legal”, que significa fortalecer el imperio de la ley.
Yo respaldo su énfasis, que es, por supuesto, coherente con los valores europeos. Éste es un buen momento para que nuestros amigos europeos piensen en la manera de respaldar a Rusia en esta tarea de vital importancia. Y ciertamente, no a través de la imposición de toda clase de condiciones o sermoneando a Rusia. Eso ha sido intentado y ha fracasado. Lo que se necesita es un diálogo exhaustivo destinado a construir una asociación avanzada entre la Unión Europea y Rusia.
Creo que tal asociación debe ser institucionalizada, con organismos conjuntos de toma de decisiones y de implementación.
Para algunos, tal proyecto parece demasiado ambicioso y carente de realismo. Pero yo no creo que sea una quimera. En el mundo actual, tan complejo e inclusive peligroso, es algo que ambas partes obviamente necesitan.
Encontré la oportunidad de hacerlo durante una reciente visita a Bruselas, donde recibí un galardón de la organización Energy Globe. Ese premio, donde se citó mi contribución a las causas de defensa del medio ambiente, fue presentado en el salón plenario del Parlamento Europeo por el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso. Otros galardones reconocieron impresionantes proyectos de personas de todos los continentes cuyas acciones prácticas, ya sea en modesta o en gran escala, están ayudando a salvar a nuestro planeta de un desastre ecológico.
Bruselas fue un buen sitio para que esos galardones tuviesen un alcance global. Y la visita se registró en un momento que para mí fue muy interesante, apenas una semana después que Rusia y la UE llegaron finalmente a un acuerdo a fin de iniciar negociaciones sobre un nuevo acuerdo.
Resulta claro que la postura global de la UE radica en su fuerza interna, que está siendo ahora sometida a prueba debido a su rápida expansión. La Unión Europea está ordenando sus complicados asuntos internos mientras intenta alcanzar un lugar en el escenario mundial.
Las discusiones sobre la “vieja” y la “nueva” Europa, que, por cierto, no recibieron una apropiada réplica de los europeos, parecen ahora estar languideciendo. Y el intento de dividir a Europa desde el exterior ha fallado.
Pero eso trae a primer plano el asunto real: se requiere todavía un enorme esfuerzo para asegurarse de que los miembros más flamantes de la UE acaten los altos estándares de la organización en materia de economía, protecciones sociales y en el combate a la corrupción.
¿Y qué ocurre con los estándares de democracia? También ahí hay problemas. Basta un ejemplo reciente: en tanto casi dos terceras partes de los ciudadanos de la República Checa se oponen al sistema antimisiles de Estados Unidos en su territorio, el parlamento del país ha respaldado el proyecto. Se trata de un truco que muy difícilmente funcione en una democracia madura.
Muchos en Bruselas sospechan que la UE se dedicará totalmente a integrar a los nuevos miembros y a reajustar su trabajo interno a fin de satisfacer sus necesidades de expansión. Y eso, muchos temen, podría socavar la capacidad de la Unión Europea para convertirse en un verdadero líder global. Y me parece que esos temores tienen alguna base de verdad.
Basta observar lo que ocurre con el medio ambiente, un tema donde la UE tiene todo el derecho del mundo en reclamar una posición de liderazgo. La Comisión Europea ha establecido objetivos ambiciosos para combatir el cambio climático. El objetivo es que para el 2020 haya un 20 por ciento de reducciones en las emisiones causantes del efecto invernadero, un 20 por ciento en el incremento de la eficiencia en materia energética, y que la provisión de un 20 por ciento de la energía total se haga a través de recursos de energía renovable. Pese a ello, el récord de Europa en materia de reducción de emisiones es bastante mediocre. La implementación está muy retrasada en relación con la ambición.
Una razón para eso podrían ser los obsoletos mecanismos de toma de decisiones. Entre otras cosas, suelen obstaculizar esfuerzos para crear nuevas relaciones de trabajo entre la UE y Rusia. Por obvias razones, me preocupa en especial ese tópico, que fue central en mis discusiones en Bruselas. El acuerdo para iniciar negociaciones sobre un nuevo pacto entre Rusia y la UE ha sido pospuesto por casi 18 meses. Nadie ha obtenido beneficios de esa situación, donde dos miembros de la UE, primero Polonia y luego Lituania, bloquearon de manera sucesiva el comienzo de las negociaciones entre socios mutuamente indispensables.
Sin importar los motivos de Polonia y de Lituania en frustrar la cooperación con Rusia —ya sean históricos ajustes de cuentas o reacciones alentadas del otro lado del océano— esas acciones son esencialmente antieuropeas.
Un país no puede avanzar si mira para atrás o para el costado. Eso sólo sirve a los intereses de quienes, incluidos aquellos en Rusia, ni han olvidado ni aprendido nada. Es asombroso cómo políticos que gustan de la confrontación y los partidarios de la fuerza en diferentes países se ayudan entre sí. Por supuesto, esa “ayuda” es lo último que Rusia necesita.
En mis discursos y en las entrevistas que me hicieron en Bruselas dije una y otra vez lo que expliqué cuando asumió el cargo el nuevo presidente de Rusia: uno de los principales desafíos de nuestro país es modernizar la economía, la política y la sociedad en su conjunto. Esa tarea tiene varios aspectos. El presidente Dmitry Medvedev ha señalado uno especialmente importante: combatir el “nihilismo legal”, que significa fortalecer el imperio de la ley.
Yo respaldo su énfasis, que es, por supuesto, coherente con los valores europeos. Éste es un buen momento para que nuestros amigos europeos piensen en la manera de respaldar a Rusia en esta tarea de vital importancia. Y ciertamente, no a través de la imposición de toda clase de condiciones o sermoneando a Rusia. Eso ha sido intentado y ha fracasado. Lo que se necesita es un diálogo exhaustivo destinado a construir una asociación avanzada entre la Unión Europea y Rusia.
Creo que tal asociación debe ser institucionalizada, con organismos conjuntos de toma de decisiones y de implementación.
Para algunos, tal proyecto parece demasiado ambicioso y carente de realismo. Pero yo no creo que sea una quimera. En el mundo actual, tan complejo e inclusive peligroso, es algo que ambas partes obviamente necesitan.
.