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Wednesday, October 15, 2014

La libertad religiosa


El principio que los discípulos sostuvieron valientemente cuando, en respuesta a la orden de no hablar más en el nombre de Jesús, declararon: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios,”1 es el mismo que los adherentes del Evangelio lucharon por mantener en los días de la Refoma. Cuando en 1529 los príncipes alemanes se reunieron en la Dieta de Espira, se presentó allí el decreto del emperador que restringía la libertad religiosa, y que prohibía toda diseminación ulterior de las doctrinas reformadas. Parecía que la esperanza del mundo estaba a punto de ser destrozada. ¿Iban a aceptar los príncipes el decreto? ¿Debía privarse de la luz del Evangelio a las multitudes que estaban todavía en las tinieblas? Importantes intereses para el mundo estaban en peligro. Los que habían aceptado la fe reformada se reunieron, y su unánime decisión fué: “Rechacemos este decreto. En asunto de conciencia la mayoría no tiene autoridad.”2


En nuestros días debemos sostener firmemente este principio. El estandarte de la verdad y de la libertad religiosa sostenido en alto por los fundadores de la iglesia evangélica y por los testigos de Dios durante los siglos que desde entonces han pasado, ha sido confiado a nuestras manos para este último conflicto. La responsabilidad de este gran don descansa sobre aquellos a quienes Dios ha bendecido con un conocimiento de su Palabra. Hemos de recibir esta Palabra como autoridad suprema. Hemos de reconocer los gobiernoshumanos como instituciones ordenadas por Dios mismo, y enseñar la obediencia a ellos como un deber sagrado, dentro de su legítima esfera. Pero cuando sus demandas estén en pugna con las de Dios, hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres. La Palabra de Dios debe ser reconocida sobre toda otra legislación humana. Un “Así dice Jehová” no ha de ser puesto a un lado por un “Así dice la iglesia” o un “Así dice el estado.” La corona de Cristo ha de ser elevada por sobre las diademas de los potentados terrenales. 


No se nos pide que desafiemos a las autoridades. Nuestras palabras, sean habladas o escritas, deben ser consideradas cuidadosamente, no sea que por nuestras declaraciones parezcamos estar en contra de la ley y del orden y dejemos constancia de ello. No debemos decir ni hacer ninguna cosa que pudiera cerrarnos innecesariamente el camino. Debemos avanzar en el nombre de Cristo, defendiendo las verdades que se nos encomendaron. Si los hombres nos prohiben hacer esta obra, entonces podemos decir, como los apóstoles: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer antes a vosotros que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.”3—Los Hechos de los Apóstoles, 56, 57.

Obreros Evangelicos, p. 404,405.
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Sunday, July 13, 2014

Entre los católicos hay muchos que son cristianos muy concienzudos



Es cierto que se nos ordena: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión y a la casa de Jacob su pecado.”5 (Isaías 58:1).  Este mensaje debe ser dado; pero debemos tener cuidado de no herir, lastimar y condenar a los que no tienen la luz que nosotros tenemos. No debemos perder la línea y lanzar estocadas duras contra los católicos. Entre los católicos hay muchos que son cristianos muy concienzudos, y que andan en toda la luz que resplandece sobre ellos; y Dios obrará en favor suyo. Los que han tenido grandes privilegios y oportunidades, pero que dejaron de mejorar sus facultades físicas, mentales y morales, y vivieron para agradarse a sí mismos, negándose a llevar su responsabilidad, están en mayor peligro y condenación delante de Dios que los que yerran en puntos de doctrina, y sin embargo, tratan de vivir para hacer bien a otros.
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Obreros Evangélicos, p. 344
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Monday, July 7, 2014

Guardias espirituales


Los ministros de Cristo son los guardianes espirituales de la gente confiada a su cuidado. Su obra ha sido comparada a la de los centinelas. En los tiempos antiguos, se colocaban a menudo centinelas en las murallas de las ciudades, donde, desde puntos ventajosamente situados, podía su mirada dominar importantes puntos que habían de ser guardados, a fin de advertir la proximidad del enemigo. De la fidelidad de estos centinelas dependía la seguridad de todos los habitantes. A intervalos fijos debían llamarse unos a otros, para asegurarse de que no dormían y de que ningún mal les había acontecido. El clamor de ánimo o advertencia se transmitía de uno a otro, repetido por cada uno hasta que repercutía en todo el contorno de la ciudad.

A cada ministro suyo declara el Señor: “Tú pues, hijo del hombre, yo te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los apercibirás de mi parte. Diciendo yo al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para que de él se aparte, ... tú libraste tu vida.”1Ezequiel 33:7-9.

Estas palabras del profeta declaran la solemne responsabilidad que recae sobre aquellos que fueron nombrados guardianes de la iglesia, dispensadores de los misterios de Dios. Han de ser como atalayas en las murallas de Sión, para hacer resonar la nota de alarma si se acerca el enemigo. Si por alguna razón sus sentidos espirituales se embotan hasta el punto de que no pueden discernir el peligro, y el pueblo perece porque ellos no dan la advertencia, Dios requerirá de sus manos la sangre de los que se pierdan.

Es privilegio de estos centinelas de las murallas de Sión vivir tan cerca de Dios, y ser tan susceptibles a las impresiones de su Espíritu, que él pueda obrar por su medio para apercibir a los pecadores del peligro y señalarles el lugar de refugio. Elegidos por Dios, sellados por la sangre de la consagración, han de salvar a hombres y mujeres de la destrucción inminente. Con fidelidad han de advertir a sus semejantes del seguro resultado de la transgresión, y salvaguardar fielmente los intereses de la iglesia. En ningún momento deben descuidar su vigilancia. La suya es una obra que requiere el ejercicio de todas las facultades del ser. Sus voces han de elevarse en tonos de trompeta, sin dejar oír nunca una nota vacilante e incierta. Han de trabajar, no por salario, sino porque no pueden actuar de otra manera, porque se dan cuenta de que pesa un ay sobre ellos si no predican el Evangelio.

Obreros Evangélicos, Page 14-6.
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Saturday, June 14, 2014

Se necesita una consagración más profunda


La ocasión exige mayor eficiencia y consagración más profunda. Clamo a Dios: Suscita y manda mensajeros llenos de un sentimiento de su responsabilidad, hombres en cuyos corazones la egolatría, que es la raíz de todo pecado, haya sido crucificada; que estén dispuestos a consagrarse sin reserva al servicio de Dios; cuyas almas sientan el carácter sagrado de la obra y la responsabilidad de su vocación; que hayan decidido no ofrecer a Dios un sacrificio mutilado, que no cueste esfuerzo ni oración.

El duque de Wéllington asistía una vez a una reunión en la cual un grupo de cristianos discutía la posibilidad de éxito en el esfuerzo misionero entre los paganos. Apelaron al duque para que dijese si, a su parecer, los tales esfuerzos obtendrían un éxito proporcionado al costo. El viejo soldado contestó:

—Caballeros, ¿cuál es vuestra orden de marcha? El éxito no es una cuestión que os toque discutir. Si mal no entiendo, las órdenes que se os dan son éstas: “Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a toda criatura.” Caballeros, obedeced vuestras órdenes de marcha.

Hermanos míos, el Señor vendrá pronto, y necesitamos dedicar toda energía nuestra al cumplimiento de la obra que debemos hacer. Os ruego que os entreguéis completamente a la obra. Cristo dió su tiempo, su alma, su fuerza, a fin de que trabajéis para beneficiar y bendecir a la humanidad. Consagraba días enteros a trabajar, y noches enteras a orar, a fin de tener fuerza para hacer frente al enemigo y ayudar a los que acudían a él por alivio. Así como la línea de césped verde indica la dirección de la corriente de agua viva que la produce, se puede ver a Cristo en los actos de misericordia que señalaban cada paso de su camino. Dondequiera que fuese, brotaba la salud, y la felicidad seguía sus pasos. Tan sencillamente presentaba las palabras de vida que hasta un niño podía comprenderlas. Los jóvenes se impregnaban de su espíritu de servicio, y trataban de imitar sus modales misericordiosos ayudando a los que necesitaban ayuda. Los ciegos y los sordos se regocijaban en su presencia. Las palabras que dirigía a los ignorantes y pecadores les abrían una fuente de vida. El dispensaba sus bendiciones abundantemente y de continuo; eran las atesoradas riquezas de la eternidad, dadas en Cristo, el don del Padre al hombre.

Los que trabajan para Dios deben poseer un sentimiento tan profundo de que no se pertenecen, como si la estampa y el sello de identificación estuviesen en sus personas. Han de estar asperjados por la sangre del sacrificio de Cristo, y con un espíritu de consagración completa deben resolver que por la gracia de Cristo serán un sacrificio vivo. Pero ¡cuán pocos de entre nosotros consideran la salvación de los pecadores desde el mismo punto de vista que el universo celestial,—como plan ideado desde la eternidad en la mente de Dios! ¡Cuán pocos de entre nosotros están cordialmente de parte del Redentor en esta obra solemne y final! Existe escasamente una décima parte de la compasión que debiera haber por las almas que no están salvadas. Quedan muchos por amonestar, y sin embargo, ¡cuán pocos son los que simpatizan lo suficiente con Dios para conformarse con ser cualquier cosa o nada con tal de ver almas ganadas para Cristo!

Cuando Elías estaba por abandonar a Eliseo, le dijo: “Pide lo que he de hacer por ti, antes que sea quitado de contigo. Entonces dijo Eliseo: Ruégote que tenga yo, cual hijo tuyo, una porción doble de tu espíritu.”7 Eliseo no pidió honores mundanales, ni un lugar entre los grandes de la tierra. Lo que él anhelaba era una gran porción del espíritu dado a aquel a quien Dios estaba por honrar con la traslación. El sabía que ninguna otra cosa lo haría idóneo para la obra que iba a ser requerida de él.

Ministros del Evangelio, si esta pregunta hubiese sido dirigida a vosotros, ¿qué habríais contestado? ¿Cuál es el mayor deseo de vuestro corazón mientras os dedicáis al servicio de Dios?

Obreros Evangelicos, p. 119-122.
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