Monday, June 22, 2015

El Papa, la política y la Tierra



Rodolfo Yanzón


Lunes 22 de Junio | 05:29




El Papa, la política y la Tierra

Con impronta maradoniana, Francisco cita el evangelio de Mateo: "Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha." Su encíclica Laudatio Si dejó a más de uno descolocado sellando una brillante jugada. Como buen admirador del Diego, no evitó jugadas pícaras como mirar de soslayo a países desarrollados y grupos económicos. Muchos dirigentes celebraron la encíclica y otros, como conservadores de EE UU representantes de intereses poderosos, le desconocieron autoridad y lo trataron con indiferencia.

Algunos pensamientos vitales pueden explicar, en parte, el modo en que fue tratado. La encíclica apunta a la preservación del medio ambiente, pero teniendo en cuenta la íntima conexión entre Tierra y Humanidad. "Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados individualmente so pena de caer en el reduccionismo." Como San Francisco de Asís, ubica a la tierra entre los pobres y oprimidos del mundo, porque la debilidad del planeta confronta con los poderes económicos y los Estados industrializados, los mayores responsables de la emanación de gases. "Son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia por los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior." La tierra merece un cuidado especial, del mismo modo que los pobres del mundo, que son, además, quienes padecen las peores consecuencias de la contaminación y la devastación de los recursos naturales.

Tiene presente las regiones más débiles como el África, sin olvidar a los millones de desplazados por la degradación ambiental, la miseria y las guerras, por las que, agrega, ante el agotamiento de recursos se crean escenarios favorables y se las disfraza de nobles reivindicaciones.

El derecho es una herramienta válida y los Estados deben tener previsión y precaución en los procesos productivos y controlar la corrupción.

Otra idea medular, tal vez la más potente por sus consecuencias, es que el Papa no sólo no desdeña de la política, sino que la considera una valiosa herramienta. Sólo la presión de los pueblos, con sus asociaciones y organizaciones, hará torcer el rumbo a los Estados y los grupos económicos. Imposible no comparar con otras religiones que pugnan por soluciones individualistas en una relación entre dios y el hombre, despojada de todo vínculo con su sociedad y el medio ambiente. Ante gambetas como "la política no debe estar sometida a la tecnología y las finanzas", "la salvación de los bancos hace pagar los costos a la población", "debe existir un Estado planificador", o "hay que derribar mitos como el individualismo, el progreso indefinido, la competencia, el consumismo y un mercado sin reglas" hay que aplaudir de pie.

Porque provocan daños ambientales, critica la utilización de fertilizantes y agrotóxicos, el monocultivo y la generación de residuos como consecuencia de la cultura del descarte. La introducción de cultivos genéticamente modificados provoca una concentración de tierras con la consiguiente desaparición de los pequeños productores, que se convierten en trabajadores precarios generando migración y miseria.

La avidez económica fomenta cambio climático, deshielos, crecimiento del mar, pérdida de selvas, acidez de los océanos, deforestación para la agricultura. Ante ello, dice, se deben preservar los grandes acuíferos, las barreras de coral, manglares y humedales, pulmones como el Amazonas, sin socavar la soberanía de las naciones, en alusión a proyectos de internacionalización de los recursos. Quienes tienen más recursos y poder económico o político –que son los de más altos niveles de consumo- enmascaran los problemas y ocultan los síntomas. "Hay que reducir drásticamente la emisión de anhídrido carbónico, remplazar la utilización de combustibles fósiles y desarrollar fuentes de energía renovable", sostiene.

Introduce el drama de la pobreza del agua que se traduce en graves sequías que afectan seriamente la producción de alimentos, y la calidad de agua disponible para los pobres, provocando muertes y enfermedades, mientras que las subterráneas padecen contaminación por industrias extractivas, sobre todo en países con falta de controles. Francisco denuncia el afán de algunos de privatizar el recurso, convertirlo en mercancía a manos de grandes empresas.

El crecimiento desmedido de las ciudades y el derroche de energía son insalubres por la contaminación visual, acústica y del aire, lo que se agrava con la privatización de espacios y urbanizaciones ecológicas para pocos con su contracara de exclusión social y la inevitable agresividad social. Se debe buscar la integración de las ciudades y no el encierro en barrios para alcanzar una mirada de conjunto en la que los otros dejen de ser extraños.

Tal vez pensando en los fondos buitre –y en las opiniones de algunos candidatos presidenciales- dice que la deuda externa de los países pobres se convirtió en un mecanismo de control, mientras que "la tierra de los pobres del sur es rica pero la propiedad de los bienes está vedada por un sistema de relaciones comerciales y de propiedad perverso". Para quienes propician medidas discriminatorias o elitistas, cita el Leviatán: "La tierra con sus frutos pertenece a todo el pueblo, aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los huérfanos y los extranjeros: No rebusques en la viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el forastero."

Sobre el conflicto por la tenencia de la tierra se referencia en los obispos del Paraguay: "Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización."

Francisco dice que el trabajo "es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra, camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo."

Se debe aspirar a una gobernanza de los océanos, al tratamiento de los residuos marinos, velar por los bienes comunes globales. El derecho es una herramienta válida y los Estados deben tener previsión y precaución en los procesos productivos y controlar la corrupción. En ese contexto, se debe dejar de lado el inmediatismo político y los intereses electorales que provocan miopía en la construcción de poder impidiendo la construcción de una agenda a largo plazo.

¡No a la globalización de la indiferencia! gritaron en su tribuna.



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