Thursday, August 8, 2013

El contraespionaje que necesitará Francisco



El Papa habría decidido seguir en la residencia de Santa Marta no sólo porque no resistiría la soledad sino también por el miedo a ser víctima del espionaje vaticano. Una entrevista marca su estilo.

08/08/2013 15:07 | Juan Arias (El País, de Madrid)



Expectativas en él. La “rebeldía” de Francisco desorienta a la curia romana y entusiasma a los fieles (AP/Archivo).



Me contaron que el papa Francisco, cuando estuvo en Brasil, confió que su decisión de prescindir de los aposentos pontificios para seguir en la residencia de Santa Marta, además de motivos por él calificados de “psiquiátricos”, ya que no resistiría vivir solo, obedeció también al miedo a ser víctima de los servicios secretos del Vaticano.

Todas las cancillerías del mundo saben bien que los servicios informativos de la Santa Sede son, sin duda, los más eficaces del mundo, más incluso que los del Mosad. Me lo explicó una vez el jefe de los servicios secretos militares de Italia. Según él, ningún otro país goza de una capilaridad de información como el Vaticano, a través de las nunciaturas apostólicas, que, a su vez, están relacionadas con todos los obispos y sacerdotes del país en que actúan. Cuenta, además, el Vaticano con las informaciones de más de un millón de religiosos y del medio millón de religiosas esparcidos por los cinco continents.

A ello se suma, me decía el militar, la información privilegiada recibida en cientos de miles de confesionarios del mundo. Fue así que la Iglesia supo antes que nadie, cuando eligió al papa polaco Karol Wojtyla, que el comunismo soviético se estaba desmoronando.

Mientras, el pequeño estado Vaticano cuenta con unos formidables servicios secretos de información, con sólo 44 hectáreas de superficie y poco más de mil habitantes. Al mismo tiempo, es el territorio más espiado del mundo. “Allí, son espiadas hasta las piedras”, me decía un monseñor romano.

Giovanni Benelli, gran amigo del papa Pablo VI, había trabajado en la Nunciatura de Madrid en pleno franquismo. Siendo corresponsal del desaparecido vespertino Pueblo, de Madrid, me convidaba a veces a comer en su pequeño aposento de la Secretaría de Estado, a pocos metros de los despachos del Papa. Me invitaba a comer tarde. “A esta hora, los espías de su embajada ya se han ido a almorzar”, me decía en voz baja como con miedo a que escucharan hasta las paredes.

La eficacia de los servicios secretos vaticanos es un arma de doble filo para los papas, ya que están en manos de la jerarquía, sobre todo de la Secretaría de Estado del Vaticano y los personajes más influyentes de la curia. Y lo serán de modo especial para el rebelde Francisco.

Si esas jerarquías comulgan con el papa de turno, también él puede beneficiarse de dichos servicios. Si, al revés, el Papa entra en conflicto con ellas, los servicios secretos de información pueden revolverse contra él como un bumerán.

Es lo que aconteció seguramente con Juan XXIII, quien cuando por sorpresa convocó el Concilio Vaticano II, y la curia vio que deseaba darle un carácter progresista, hasta intentaron declararlo mentalmente inepto para continuar en el cargo. Quien condujo esa operación fue el arzobispo de Génova, Giuseppe Siri, líder de los cardenales conservadores italianos.

La fuerza de esos secretos vaticanos la sufrió el Papa Emérito, Benedicto XVI, quien confió a su sucesor, Francisco, que le habían declarado la guerra internamente. Acabó secuestrado él y hasta sus documentos más personales por sus mismos servicios secretos.

Cuando un papa se encerraba en los aposentos pontificios, que Francisco ha rechazado, entraba en una cárcel de oro cuya llave quedaba en manos de las jerarquías que tenían el control de la información. Ellos decidían a quién el Papa podía ver o no. El arzobispo de El Salvador, Oscar Romero, esperó tres meses para poder tener una audiencia con Juan Pablo II.

Al ver que no conseguía llegar hasta el Papa, Romero se colocó un día en primera fila de una audiencia general de Wojtyla en la Plaza San Pedro y cuando pasó a su lado se presentó y le dijo: “Necesito hablarle, y no me dejan llegar hasta su Santidad”.

El Papa, encerrado en sus aposentos pontificios, se convierte en un huésped de lujo, en manos de la media docena de personas que lo rodean. Sabiendo eso, Francisco, consciente de que la periferia de la Iglesia lo escogió precisamente para hacer una limpieza a fondo de la corrompida curia romana y de los mecanismos bancarios y financieros del Vaticano, quiso vivir fuera de aquella cárcel.

La única forma de ponerse a salvo de los tiros de sus propios servicios secretos que podrían, como con Ratzinger, ser usados contra él, es rodearse de un servicio de contraespionaje, sirviéndose de la contrainformación que en el hotel donde vive le brindan los eclesiásticos, obispos o sacerdotes llegados a Roma de la periferia de la Iglesia, a quienes la curia nunca les hubiera dado acceso si viviera en los aposentos vaticanos.

En el hotel donde decidió vivir, Francisco puede encontrarse con quien desee sin pasar por las horcas caudinas de la Secretaría de Estado, poblada de espías y micrófonos ocultos.

Francisco ha escogido la única libertad que podrá salvarlo de las intrigas, zancadillas y ratoneras que hicieron imposible poder continuar en su puesto al intelectual papa alemán.
Un botón de muestra de cómo necesitará sentirse libre de la vieja guardia vaticana fue la inesperada entrevista televisiva concedida en Río al periodista brasileño Gerson Camarotti, de Globo News.

La decisión inédita de conceder aquella entrevista la tomó el Papa sin consultar con nadie de su séquito vaticano. “Me avisaron de la entrevista y me pidieron que no lo comentara con nadie, del séquito papal que lo acompañaba desde Roma en su avión”, me contó Camarotti, porque no había sido informado ni siquiera el jefe de prensa de la Santa Sede, el jesuita Federico Lombardi.
De hecho, la entrevista tuvo lugar a puertas cerradas, sin testigos. Francisco debió temer que si lo consultaba se lo hubieran desaconsejado.

Francisco decidió en libertad algo que deberá seguir haciendo si de verdad quiere poder responder a los deseos de los cristianos que aplauden su espíritu y su pulso para imponerse a las cadenas que la curia suele colocar en manos y pies de los papas. Más que de sus servicios secretos, Francisco tendrá que hacer uso cotidiano de la contrainformación que él necesitará construirse.


El texto original de este artículo fue publicado el jueves 08 de agosto de 2013 en nuestra edición impresa. Ingrese a la edición digital para leerlo igual que en el papel.


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