Wednesday, May 6, 2009

Juan Hus: El Hereje de Bohemia


Juan Hus: El Hereje de Bohemia ( Hus the Bohemian Heretic [Spanish] ) · March 01, 2009
Queridos amigos:

Nuevamente cordiales saludos cristianos del Ministerio Guarda la Fe para usted y su familia. Espero que este año ya haya sido de bendición para usted en la causa del Señor y que haya tenido la oportunidad de animar a alguna alma a transitar el camino que lleva al cielo. Estamos viviendo en el tiempo del fin y es muy impor-tante que recordemos que a medida que nos acercamos al fin del tiempo y a la segunda venida de Jesús, muchos de nosotros experimentaremos lo que los hom-bres y mujeres fieles del pasado, pasaron como pruebas de su fe. Es mi oración que el mensaje que usted va a escuchar hoy pueda llenar su corazón de amor hacia la verdad de Dios y Su causa.

Gracias una vez más por sus oraciones y por su apoyo al Ministerio Guarda la Fe. Estamos muy agradecidos por la manera en que el Señor nos ha dirigido el año pasado. Nuestro propósito en el Ministerio Guarda la Fe es advertir a las personas de la inminente crisis y animarlos para que se preparen. Esperamos que este año podamos alcanzar a Brasil. Ya tenemos traductores, un estudio de grabación, y hemos establecido negociaciones con Bancos y con el Correo. Esperamos poder expandir rápidamente el Ministerio Guarda la Fe a miles de personas de habla Portuguesa, los cuales jamás han escuchado acerca del cumplimiento profético en estos últimos días. Estamos orando para que esto se disemine como fuego en el rastrojo. Sabemos que expandirnos en nuevos campos como éste, es un desafío costoso. Sin embargo, hemos aprendido a confiar en el Señor para obtener los recursos. Estoy muy emocionado por las oportunidades que ofrecen nuestros pe-queños predicadores misioneros, nuestros CDs. Ellos pueden llegar donde los predicadores humanos no pueden hacerlo. Y al parecer Dios quiere que esto se lleve a cabo ahora. Rogamos que oren por este proyecto y especialmente por aquellas miles de personas que van a conocer la verdad para este tiempo y así puedan prepararse para la crisis.

Este mes he decidido hacer algo un poquito diferente de lo acostumbrado. Pero creo que usted va a entender. Espero que el tema de hoy le dé ánimo y esperan-za. La historia de Juan Hus es un tipo de los tiempos que tal vez muchos de noso-tros vamos a enfrentar en un futuro cercano. Es una historia acerca de la vida y el carácter de un hombre a quien Dios usó para despertar en los corazones humanos, el amor por la verdad en un tiempo en que ésta era pisoteada en el polvo. Es la historia de un hombre que se mantuvo firme a los principios, que se rehusó a seguir el juego de aquellos que estaban decididos a ser políticamente correctos dentro de su iglesia, y que dio su vida por una causa que estaba mucho mas allá del espacio.

El libro de Hebreos nos revela un cuadro de hombres y mujeres fieles que dieron sus vidas en humilde servicio a Dios. En el capítulo 11, versículo 32 en adelante dice: “¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Gedeón, de Ba-rac, de Sansón, de Jefté, de David, así como de Samuel y de los profetas, que por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de la debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranje-ros. Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección. Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada, an-duvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, an-gustiados, maltratados; de los cuales el mundo no era digno; errando por los de-siertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra”.

¡Qué descripción de tantas almas fieles que se atrevieron a oponerse a las hues-tes satánicas! ¿Cree Usted que vendrá un tiempo cuando sea necesario hacer es-to nuevamente? Yo creo que ese tiempo ya ha llegado, por lo menos en algunos lugares del mundo. Sin embargo, la mayoría del pueblo de Dios no espera que los alcance. ¿Cómo pueden pensar así, si realmente no entienden el mensaje para este tiempo? Si el mensaje no es parte de la pasión de sus almas, ¿cómo podrán estar deseosos de sacrificarse por el mensaje, y hasta a dar sus vidas? Parece ser que en muchas partes del mundo hoy, no hay ninguna prueba para nuestra fe, ninguna prueba de carácter, y consecuentemente no hay ningún testimonio, ni ante los hombres ni ante los ángeles, de la poderosa verdad que el cielo ama en-trañablemente. Permítame preguntarle: ¿Es usted una de esas personas que se describen en estos versículos? ¿Es su experiencia con Cristo tan fuerte que usted está dispuesto a dar su vida por su fe?

Por favor vea los siguientes versículos. Los versículos 39-40 dicen: “Y todos és-tos, aunque alcanzaron buen testimonio mediante la fe, no recibieron lo prometi-do; proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros”.

Piense en esto. ¿Qué quiere decir que Dios ha provisto algo mejor para nosotros? Vean esto, Jesús ha ordenado que los que estén vivos al final del tiempo pasarán por la más difícil de todas las circunstancias. Su fe será probada hasta el límite. Su valentía será probada. Bajo la burla universal, muchos serán llevados a dar sus vidas debido a su fe. Los héroes del pasado, descansan en sus tumbas espe-rando por nosotros. Dios los ha perfeccionado, pero desea sinceramente llevarnos con ellos a la perfección.

Escuche esta cita de El Conflicto de los Siglos p. 680. “El ‘tiempo de angustia, cual nunca fue después que hubo gente’ se iniciará pronto; y para entonces nece-sitaremos tener una experiencia que hoy por hoy no poseemos y que muchos no pueden lograr debido a su indolencia. Sucede muchas veces que los peligros que se esperan no resultan tan grandes como uno se los había imaginado; pero éste no es el caso respecto de la crisis que nos espera. La imaginación más fecunda no alcanza a darse cuenta de la magnitud de tan dolorosa prueba. En aquel tiempo de tribulación, cada alma deberá sostenerse por sí sola ante Dios”.

A muchos no les gusta escuchar estas cosas porque suenan negativas. Pero cuando usted observa la historia, puede ver que cada héroe de la Biblia y cada héroe subsiguiente de la historia siempre ha sido puesto como una luz negativa por la iglesia de sus días. Esa es la verdadera naturaleza de la verdad. Tenemos que despertar a aquellos que están a nuestro alrededor compartiendo con ellos lo que Dios ha dicho que sobrevendrá al mundo. Muchos de entre nosotros no creen en lo que dicen las Escrituras. De manera que solo quieren escuchar acerca del amor y de la unidad. Por eso muchos no quieren escuchar acerca de lo que se les pide para cambiar sus vidas y así poder prepararse para el cielo.

Pero esto es lo que Dios dice que va a suceder. Escuche lo que dice El Conflicto de los Siglos p. 684. “Pero muchos seres humanos de todas las naciones y de to-das clases, grandes y pequeños, ricos y pobres, negros y blancos, serán arrojados en la más injusta y cruel servidumbre. Los amados de Dios pasarán días penosos, encadenados, encerrados en cárceles, sentenciados a muerte, algunos abandona-dos adrede para morir de hambre y sed en sombríos y repugnantes calabozos. Ningún oído humano escuchará sus lamentos; ninguna mano humana se apronta-rá a socorrerlos”.
Este es el futuro, mis amigos… Sería mejor que pensáramos en ello, porque si lo ignoramos, ciertamente seremos vencidos por la irresistible tentación.

Aquí hay otra declaración de Manuscritos vol. 10, de Elena G. de White: “Debido a su santa integridad y la inquebrantable adherencia a los mandamientos de Dios, Noé fue realmente considerado singular y fue objeto de desprecio y de burla al responder a los reclamos de Dios sin cuestionar nada. ¡Qué contraste con la in-credulidad prevaleciente y con la negligencia universal para con Su ley!”

¿Hay hoy muchas personas que no toman la Palabra de Dios tal como está escrita sin cuestionarla? Por supuesto. Esta es una de las características de nuestra épo-ca y es una señal del fin del tiempo. Noé fue despreciado porque tomó la Palabra de Dios sin cuestionarla. Él tenía una fe inquebrantable en la Palabra de Dios. Lo que Dios dijo que iba a suceder, él creía que realmente iba a suceder, aun cuando llevase mucho tiempo.

¿Usted cree que nuevamente vendrá un tiempo de angustia sobre la tierra en el fin del tiempo? Ciertamente así será. Las Escrituras están llenas de advertencias para el pueblo de Dios en estos últimos días. La historia también nos dice que las escenas que ya han sucedido se repetirán nuevamente.

Veamos entonces una de las historias más fascinantes, la de un hombre cuyo porte espiritual aun permanece en pie y cuya vida es un ejemplo para nosotros, “para quienes el fin del mundo ha llegado”. Yo soy profesor de historia y he aprendido a apreciar la historia como una guía, porque la historia se repite. Las lecciones que podemos aprender de ella, son incalculablemente valiosas.

Juan Hus se ha convertido, tal vez, en mi reformador favorito. Su poderoso testi-monio está entre los más admirables de la historia. Su fidelidad y su constancia entre la corrupción moral de sus días son extraordinarias. Su lealtad a Dios, aun cuando fue amenazado de muerte es un poderoso ejemplo para mí y para usted.

La Reforma Protestante era en cierto sentido como una cosecha. Después de to-do, los Valdenses estuvieron haciendo su trabajo durante 1000 años, sembrando semillas de confianza en la Palabra de Dios y de desconfianza en las palabras de los sacerdotes y de los Papas. La Reforma llegó al mundo sorpresivamente, al menos para los ojos humanos. Pero en realidad era la culminación de la gran cau-sa que durante siglos había estado desarrollándose con cautela, avanzando sigilo-samente en los corazones y en las mentes de millones de almas cuya única espe-ranza era la de alcanzar alguna alma que aun ignoraba la verdad y quebrar los grilletes de Roma.

La Reforma Protestante era especialmente como una primavera espiritual. Vino después de un gran invierno espiritual de 1000 años. Hizo mucho para hacer flo-recer la mente humana con belleza y esplendor. Abrió el camino para que la Biblia tuviese influencia entre el pueblo de Dios. Plantó muchas semillas que florecerían más tarde y proveyó la base para el último y gran mensaje al mundo.

El Gran Esposo había preparado el terreno del pensamiento humano para un gran cambio. Había llegado el tiempo de comenzar el proceso de liberar las fuerzas es-pirituales que ninguna autoridad humana podía impedir. Durante el siglo XIV, Dios levantó a un hombre intrépido cuya voz resuena hasta hoy. Juan Wiclef sa-cudió las puertas de Roma con poderosas denuncias de su corrupción y levantó en su lugar la Palabra de Dios ante los Ingleses. Uno de sus grandes principios era la separación de iglesia y estado. Él pudo ver que una gran parte del proble-ma espiritual era que la iglesia controlaba al estado. Wiclef decía que el Papa te-nía que limitar su dominio solo al plano espiritual. “El Papa debe dejarle el poder y el dominio temporal, al gobierno secular”, dijo él, “y después de ello dedicarse a exhortar eficazmente a todo el clero; porque así lo hizo Cristo, y especialmente a través de sus apóstoles”. Esto está en el libro de Juan Foxe, Hechos y Monumen-tos, Vol. 3, página 49. (en inglés).

Wiclef reveló el inmenso contraste entre Cristo y el sistema papal. Sus escritos se diseminaron por todas partes, y muchas personas estaban convencidas de la ver-dad de la Biblia y de la necesidad de un cambio. Aunque la controversia giraba a su alrededor, Wiclef demostró gran humildad, sin embargo descansaba sobre él un poder que nadie podía negar. Dios estaba con él, y nada podía detener la po-derosa fuerza que él desencadenó. “Fue con Wiclef que la libertad comenzó en Inglaterra”, dice J. A. Wylie en su Historia del Protestantismo. Sí, la Carta Magna tuvo algo que ver como 100 años antes de Wiclef. Pero lo que realmente produjo el cambio espiritual, fue la Biblia. La vida de Wiclef fue para levantar la Biblia co-mo la Autoridad de los cielos y de la tierra. Wiclef le dio a Inglaterra la Carta Magna Divina, y esto abrió el camino para que otras generaciones avanzaran en la verdad y en la justicia. Imagine los ceños fruncidos en Roma a medida que contemplaban el impacto de Juan Wiclef en las personas. El Papa implementó una denuncia contra él y lo sentenció a muerte. Pero Dios tenía otros planes y lo pro-tegió hasta que le dio a Inglaterra la Biblia en su propio idioma y hasta que colocó en movimiento, fuerzas que eventualmente abrirían la puerta a un completo corte de relaciones con Roma. Entonces, cuando su trabajo estuvo terminado, Él permi-tió que Su siervo descansara antes que los prelados pudieran colocar sus manos sobre él.

Pero tan pronto como Wiclef había desaparecido de la escena de acción, Dios le-vantó otro poderoso testigo de la verdad. El gran drama comenzaba a desarro-llarse en Bohemia, donde ahora está la Republica Checa. Vean en un Atlas su ubi-cación al Este de Europa.

Allí en 1373 en Husinec nació Juan Hus, en un humilde hogar. Su padre murió cuando Hus era joven, y su piadosa madre, como muchas madres en aquel en-tonces, quería que su hijo tuviese una educación en la Universidad de Praga, y esperaba que él pudiese dedicar su vida a Dios y que fuese un sacerdote. Mien-tras el niño crecía ella se arrodillaba al lado de su hijo y le pedía a Dios que lo bendijera grandemente. Poco podía saber ella cuánto iba a significar esa bendi-ción para ella si hubiese vivido para verlo.

Juan Hus tenía excelentes talentos los cuales se fueron desarrollando y expan-diendo con el estudio. Tenía una gran sed por el conocimiento, y esta pasión jun-to a su dulce disposición lo llevó a que todos los que lo conocían lo apreciaran. Cuando él completó sus estudios de teología, comenzó a trabajar en la iglesia donde rápidamente se distinguió. Se volvió famoso y eventualmente se relacionó con la corte del rey Wenceslao como confesor de la reina Sofía de Baviera.

Mientras estaba en la Universidad había estudiado ardientemente los escritos de Wiclef, pero sin embargo era un apasionado y devoto de la Iglesia de Roma. En 1402 fue nombrado sacerdote de la capilla de Belén en Praga. En aquellos días, mientras la Iglesia de Roma ganaba fuerza en el Occidente, la parte Oriental de Europa no estaba tanto bajo su control. Aquí en Bohemia, tenían la Biblia en el idioma del pueblo y se predicaba abiertamente en las iglesias.

Los sermones de Hus eran poderosos. La condición moral del pueblo era baja. Haciendo referencia a Comenio, J. A. Wylie escribe que “el rey, los nobles, los prelados, el clero, los ciudadanos, eran indulgentes sin restricciones en avaricia, orgullo, bebidas, lascivia, y en toda disolución”.

Hus era como su conciencia. Él fundamentó todas sus predicaciones basado en la Palabra de Dios. “Una vez era contra los prelados, después contra los nobles, y después contra el clero común, contra los cuales lanzaba sus amonestaciones”, escribe Wylie. “Estos sermones parecían beneficiar tanto al predicador como a los oyentes, porque fue durante su preparación y su predicación que Hus pudo des-pertar internamente”.

Siempre que ustedes estudien y prediquen la Palabra de Dios, mis amigos, inevi-tablemente descubrirán la fuente de la corrupción en la iglesia y en la sociedad. Hus entendía que la corrupción moral estaba relacionada con las doctrinas disolu-tas de la iglesia. De tal manera que trabajó diligentemente para restaurar la Pa-labra de Dios en el pueblo de Bohemia, esperando reformar tanto la iglesia como la sociedad. Hus desarrolló un movimiento, si usted así lo quiere, que llevaría al pueblo a una mayor piedad. Pero Hus no pudo discernir el verdadero carácter de este movimiento y no pudo entender en su tiempo, hacia dónde lo llevaría. Este es a menudo el caso cuando los siervos de Dios comienzan a llevar a cabo su ta-rea.

Hus colocó la Biblia sobre la autoridad del Papa y de los prelados. Siempre que ustedes hagan eso, mis amigos, se colocan en contra de los puntos de vista reli-giosos prevalecientes. Y esto a menudo lleva a controversias y conmoción. Pero este es el propósito de Dios. No acepten el statu quo porque es muy peligroso al-terar el sistema religioso. Tenemos que ser leales a la Palabra de Dios. Tiene que tener prominencia sobre todas las opiniones terrenales.

La Gran Reforma fue una gran controversia ordenada y sostenida por el Dios del cielo. Muchas personas, aun hoy, quieren permanecer en una feliz y dichosa igno-rancia con relación a la crisis venidera. No quieren pensar acerca del tiempo de angustia que inevitablemente vendrá sobre el mundo. Prefieren dormir durante el tiempo de preparación antes que moverse y cambiar sus malos caminos. Y a me-nudo son animados por líderes de iglesia a permanecer en su ignorancia. “Dejen estas controversias para los teólogos”, se les dice. “Dejen que ellos las estudien y les digan en qué creer”. Aquí hay otra más: “No se preocupen con la reforma de salud. Es muy fácil volverse fanático. Y usted no quiere ser un fanático”. ¿Qué tal esta otra?: “No escuche a los predicadores condenadores y pesimistas. El tiempo de angustia está muy lejos. Las leyes dominicales no vendrán muy pronto. Jesús te ama y te perdona y eso es todo lo que tiene que preocuparte”. Hay una más la cual no puedo dejar de citar. “No se preocupe con las innovaciones en la iglesia, como las bandas musicales de adoración, el tomar café, y los graciosos. Tranqui-lícese y sepa que está perdonado. No sea legalista. Necesitamos estas cosas para mantener a los jóvenes en la iglesia, y estar en sintonía con la sociedad moder-na”.

¿Han escuchado alguna vez este tipo de pensamientos? Tal vez sean dichos con palabras un poco diferentes. Pero la idea es la misma. A menudo las prácticas prevalecientes están claramente contra la Palabra de Dios. Nosotros no hablamos de eso, porque levantaría mucha oposición y se nos acusaría de traer problemas y desunión en la iglesia. Tal vez usted tiene miedo de hablar contra esas cosas que están erradas. Si así fuere, ore y pídale a Dios para que le dé fortaleza de tal ma-nera que pueda ser fiel, no importa cuáles sean las consecuencias.

Jerónimo de Praga también había visitado Inglaterra y había traído consigo a Bo-hemia los escritos de Juan Wiclef. Esto influenció grandemente a Juan Hus. Pero ahora otra conexión con Inglaterra y Wiclef entró en la vida de Hus. Ana, la her-mana del rey, se casó con Ricardo II de Inglaterra y esto aumentó la relación en-tre ambos países. Cuando Ana murió, las damas Bohemias de su corte volvieron a casa con los escritos de Juan Wiclef entre sus pertenencias. Nuevamente Juan Hus, estando tan cerca de la corte real, fue confrontado con los fieles escritos de Wiclef. Nuevamente el Espíritu Santo impresionó su mente con las verdades que Wiclef había escrito.
Un día dos extranjeros ingleses llegaron a Praga. Jaime y Conrado, ambos eran graduados en la Universidad de Oxford en Inglaterra y eran seguidores del evan-gelio tal como era proclamado por Juan Wiclef. Ellos habían venido a diseminar la verdad. Su intención era iniciar algunos debates, de tal manera que se instalaron en un lugar público y comenzaron a “destronar al Papa”. Estas “discusiones públi-cas” muy pronto llegaron a los oídos de las autoridades y fueron silenciados.

Ellos comenzaron a meditar en lo que podrían hacer ahora. Ellos habían estudiado artes y teología, de tal manera que obtuvieron un permiso del huésped donde es-taban viviendo, para usar dos paredes en el corredor de la casa. Wylie lo explica de esta manera. “En una de las paredes ellos pintaron la humilde entrada de Cris-to a Jerusalén, ‘manso y montando un asno’. En la otra colocaron la magnificencia de una más que real cabalgata pontifical. Allí se podía ver al Papa, adornado con una triple corona, ataviado con vestiduras resplandecientes de oro, y todo brillan-do con piedras preciosas. Él cabalgaba orgullosamente sobre un caballo ricamente adornado, con trompeteros que proclamaban su venida, y un brillante séquito de cardenales y obispos lo seguían en su retaguardia”.

Este sermón gráfico impresionó grandemente al pueblo de Bohemia. Muchos vi-nieron a ver estas pinturas y comentaron acerca del pobre estado de Cristo en comparación con la altivez y orgullo del sacerdote de Roma. Esto, creó una gran excitación, tanto que los extranjeros ingleses decidieron dejar Praga. Habían hecho una poderosa obra. Juan Hus también fue a mirar las pinturas, y el impacto que le causó lo hizo estudiar más profundamente los escritos de Wiclef. Dios se estaba moviendo silenciosamente y preparando a su siervo para trabajar más abiertamente por la verdad y contra la falsedad de sus días.

¿Cree usted que Dios se está moviendo también hoy, preparando hombres y mu-jeres para que terminen la proclamación del Evangelio que llevará la última ad-vertencia al mundo? Ciertamente que así es. Él trabaja por detrás de las escenas para despertar el alma y entrenar la mente de los hombres y de las mujeres para que puedan obtener un efecto poderoso. Entonces Él desarrolla circunstancias que los lanza “sorpresivamente” al campo de la controversia donde ellos pueden proclamar Su verdad más completamente.

Esta vez, el estudio de los escritos de Juan Wiclef causaron una impresión mucho más poderosa en la mente de Hus. Fue como una poderosa luz que de repente ilumina un cuarto oscuro. Wylie dice: “El predicador Bohemio había apelado a la Biblia, pero no se había inclinado ante ella con la absoluta y franca sumisión del pastor Inglés. Para destituir la jerarquía, y reemplazarla con el simple ministerio de la Palabra; para barrer con todas las enseñanzas de la tradición, y colocar en su lugar las doctrinas del Nuevo Testamento, era una revolución para la cual… Hus no estaba preparado”.

En este tiempo había una controversia en la Universidad de Praga y muchos estu-diantes alemanes dejaron la Universidad y volvieron a su país. Pero muchos habí-an sido influenciados por Juan Hus y llevaron consigo las verdades del evangelio a su país natal. Observe como Dios movió la verdad de lugar en lugar. Él permitió que sucedieran cosas en los lugares donde estaban concentradas muchas perso-nas, para que éstas se dispersaran y así pudiesen influenciar otros lugares. Él es-tá trabajando bajo el principio de la multiplicación.

Hus fue escogido para ser el rector de la Universidad. Ahora podía diseminar las doctrinas de la reforma más fácilmente. Pero cuando el Papa escuchó acerca de lo que estaba sucediendo en Praga, promulgó una bula papal contra aquellos que predicasen las nuevas doctrinas de Wiclef. Más de 200 libros de Wiclef fueron pú-blicamente quemados en una calle de Praga.

Esta quema de libros encendió el celo de Hus. Él predicó contra las indulgencias y contra los abusos de los líderes de la iglesia (de paso, puede ser que usted no es-té sabiendo esto, pero Roma aun ofrece indulgencias hoy día en 2009). El Papa citó a Hus para que respondiera por sus doctrinas personalmente. Si Hus hubiese obedecido a esta cita, habría sido asesinado. Todos sabían que esto iba a ser el fin de Hus. El Rey y la Reina, la Universidad, y los nobles de Bohemia le enviaron una solicitud conjunta al Papa pidiéndole que escuchara a Hus en Praga en vez de hacerlo en Roma. El Papa rehusó atender esta solicitud y condenó a Hus en su ausencia y colocó a Praga bajo interdicto.

El interdicto era algo terrible para las personas en aquel tiempo. Las iglesias eran cerradas. Las imágenes en las calles eran cubiertas con tela de arpilleras o eran dejadas en el suelo. No se podía efectuar ningún sepelio en los cementerios sa-grados de las iglesias. Los casamientos no podían ser solemnizados. Todos eran excomulgados de hecho. Todos en Praga entraron en pánico. “¡Arrojemos fuera al rebelde”, era el grito de muchos, “antes que perezcamos!”

La controversia y el tumulto hicieron que Hus abandonara Praga y se fuera a su hogar en Husinec. Aquí él tenía la protección del Noble, señor del territorio. Hus viajó por toda esa área enseñando y predicando en los pueblos y en las villas. De esta manera, ganó muchos seguidores a la verdad del evangelio, especialmente debido a su vida santa. Los Reformadores, mis amigos, siempre tienen que tener una vida santa si es que son verdaderos reformadores.

No obstante, Hus tenía muchos conflictos en su mente. Aun creía en la autoridad de la Iglesia de Roma. Aun creía que era la novia de Cristo y que el Papa era el representante de Cristo en la tierra. Si la iglesia era la autoridad de Cristo en la tierra, ¿por qué era empujado a desobedecerla?

Me atrevo a decir que es el mismo conflicto que muchos tienen en sus mentes hoy día. Creen que la iglesia está correcta en todas las cosas. Piensan que la igle-sia posee autoridad y que tienen que obedecerle o por lo menos ir con ella. Pero cuando una iglesia va más allá de la Palabra de Dios y requiere cosas que no son requeridas en Su Palabra, o cuando la iglesia hace cosas que están prohibidas o que no están autorizadas en la Palabra de Dios, los miembros están autorizados, por la Palabra de Dios, a desobedecer y aun a resistir estos requerimientos. Des-pués de todo, cuando hacemos evangelismo, le estamos enseñando a las perso-nas a obedecer a la Palabra de Dios por sobre la autoridad de sus pastores o sa-cerdotes. La primacía de la Biblia siempre ha estado en el centro del problema a través de toda la historia. Satanás siempre ha tratado de usar a sus agentes para minimizar o para destruir la confianza en la Palabra de Dios; mientras que por otro lado, los siervos de Dios siempre han tratado de levantar la autoridad de la Palabra por sobre la autoridad del hombre. Esto a menudo les acarrea grandes problemas, tal como le sucedió a Juan Hus.

Hus quedó convencido que Dios, hablándole a la conciencia a través de la Biblia, es la única guía infalible de los hombres. Este es el principio de Protestantismo. Y por la providencia de Dios, Hus no entendió hacia dónde lo iba a llevar todo esto. Si lo hubiese entendido, se habría echado atrás en su trabajo.

Finalmente las cosas se calmaron Praga. Hus volvió y nuevamente estuvo en el púlpito de la Capilla de Belén. Esta vez él fue más osado que nunca al predicar contra la tiranía de los sacerdotes al prohibir la libre predicación del Evangelio. Esto creó otra tempestad. Fuerzas poderosas estaban ahora unidas contra él, y parecía que lo iban a silenciar. Pero los sacerdotes les temían a las personas por-que Hus era muy popular. Mientras Hus predicaba, la indignación popular contra los sacerdotes crecía diariamente. Los sacerdotes se sentían horrorizados de ser expuestos debido a sus maldades, su impureza y pretendida piedad. Los discípu-los de Hus crecían cada vez más. Sus defensores se volvieron más decididos para protegerlo.

Pero en medio a este tumulto, y con amigos a su alrededor, Hus estaba solo. No había nadie que pudiese estar a su lado en el ministerio. No había nadie en quien pudiese confiar para que lo ayudara en su obra. Así es que Dios le envió a Jeró-nimo, un caballero Bohemio que había estudiado en Oxford y que había estudiado los escritos de Wiclef. Ahora Jerónimo se unió a la obra.

Roma estaba enojada con las doctrinas de Hus y decidió moverse contra él. Pero surgió una controversia entre tres hombres que creían que cada uno de ellos era el Papa. Eran Juan XXIII, Gregorio XII y Benedicto XIII. Los tres decían ser infali-bles. Cada uno de ellos denunciaba a los otros dos como herejes, demonios y el anticristo. Europa estaba confundida y cayó en la anarquía. Cada uno de ellos le-vantó ejércitos contra los otros dos. Para conseguir dinero para equipar a sus ejércitos, cada uno de ellos elaboró perdones, indulgencias y dispensaciones. Los sacerdotes siguieron el ejemplo de los Papas y se enriquecieron de la misma ma-nera. Wylie escribe: “La verdad, la justicia, y el orden desaparecieron de entre los hombres, la fuerza era el árbitro en todas las cosas, y no se escuchaba otra cosa que el sonido de las armas y el suspiro de las naciones oprimidas, mientras que sobre la disensión surgió la furiosa voz de los Papas rivales que frenéticamente lanzaban anatemas unos a los otros”. En aquellos tiempos espantosos, los ojos de muchos fueron abiertos y vieron el orgullo espiritual y la impiedad, y anhelaban la paz. Juan Hus vio que la iglesia estaba completamente corrompida. Él proclamó con voz de trueno que ninguno de los tres impostores estaban en lo correcto. To-dos eran el anticristo. Levantó su voz contra todos los abusos que pudo ver.

En 1413 el nuevo emperador Segismundo llamó a una reunión de comité de igle-sia, un concilio que iría a manejar la controversia y la guerra entre los tres Papas, y también le pondría fin a la herejía de Hus. Él tenía cosas más serias que aten-der, tal como las huestes Musulmanas que se estaban reuniendo en la frontera oriental del imperio. Pero mientras continuaban estos asuntos de estado, él sabía que los Musulmanes sacarían ventaja de la debilidad general y los conflictos del imperio.

Segismundo presionó a Juan XXIII para que convocase al concilio. El Papa Juan estaba alarmado. Solamente uno de los antipapas permanecería y él presentía que sería uno de los depuestos. Después de todo, él era culpable de muchos crí-menes y vivía con miedo de ser asesinado. Pero no tenía ninguna otra opción. Tenía que cooperar con el emperador.

Cuando el concilio se realizó en Constanza al sur de Alemania, había una gran asamblea de muchas naciones. Quiero que usted entienda el tamaño del concilio. Esto competiría con muchas reuniones modernas. Había “treinta cardenales, vein-te arzobispos, ciento cincuenta obispos, y otros tantos prelados, una multitud de Superiores de abadías y doctores, y mil ochocientos sacerdotes se juntaron en obediencia para la convocatoria del emperador y… el Papa Juan XXIII”, relata Wy-lie. Pero ese es apenas el comienzo. De acuerdo con Lenfant y su Historia del Concilio de Constanza, “Solamente el Papa tenía 600 personas en su séquito; los cardenales tenían 1200; los obispos, arzobispos, y superiores, entre 4000 y 5000. Había 1200 escribas, aparte de sus siervos, etc.” Esta era una enorme asamblea. Todos tenían que dormir, alimentarse y bañarse en y en los alrededores de la ciudad de Constanza. (Vol.1, página 83).

En contraste con toda esta pompa y orgullo, el humilde Juan Hus se dirigió al concilio con apenas algunas personas. Llevó consigo algunos documentos impor-tantes, siendo el más importante de ellos el salvoconducto firmado por el empe-rador Segismundo. Este salvoconducto era requerido como una protección para Hus por enemigos que pudieran tratar de detenerlo, o de asesinarlo. Él estaba protegido por la milicia del emperador. También significaba que los gobiernos lo-cales a lo largo del camino lo dejarían pasar libremente sin obligaciones aduane-ras o cualquier otra exigencia. Él tenía que ir al concilio y volver en el nombre y bajo la protección del emperador sin molestia de ninguna especie.

Hus no viajaría sin ese salvoconducto, pero él no confió solamente en eso. Él con-fió en el Único que podía darle un salvoconducto si así era Su voluntad. Él le es-cribió a un amigo, dice Wylie, “Confío plenamente en el Dios todopoderoso, en mi Salvador; él me va a conceder Su Espíritu Santo para fortalecerme en Su verdad, de tal manera que pueda enfrentarme valientemente con las tentaciones, con la prisión, y si fuese necesario, con una muerte cruel”.

“En aquella asamblea [en Constanza]”, escribió Wylie, “[estaba] el ilustre erudito, Poggio: … secretario de varios Papas, ‘a quien’, se había comentado, ‘la providen-cia lo había colocado cerca de la fuente de tantas iniquidades con el propósito de descubrirlas y estigmatizarlas…”. Poggius Bracciolini era entonces el mensajero papal que le llevó la convocatoria papal a Juan Hus en Praga, ordenándole apare-cer en el Concilio de Constanza. Entonces Poggius viajó con él a Constanza. Él es-cribió algunas cartas acerca de sus impresiones del concilio y en particular sobre el hombre Juan Hus y su juicio.

Me gustaría leer algunos extractos de sus largos registros para mostrarle cuán mal estaban las cosas y cuán piadoso era Juan Hus. Ahora estos registros están en forma de libro y han hecho que Juan Hus sea mi reformador favorito. De paso, ya que estamos en el asunto de libros, si usted desea obtener una inspiración ab-soluta, le recomiendo el libro de J. A. Wylie, History of Protestantism, (Historia del Protestantismo, en inglés). Es uno de los libros más fascinantes y elevadores que existe para leer. Le mostrará la mano de Dios por detrás de las escenas como también las características del drama. Ha estado fuera de circulación por varios años hasta recientemente, cuando Publicaciones Hartland lo volvió a imprimir. Usted puede llamar en los Estados Unidos al teléfono (1-540) 672-3566. Aunque es grande, no es caro en relación con su tamaño. Es uno de aquellos libros que vale cada centavo que usted paga. Le repito el teléfono: (1-540) 672-3566. Tam-bién puede escribir a Hartland Institute, P.O. Box 1, Rapidan, VA, 22733, USA.

El relato personal de Poggius en relación con el juicio de Juan Hus es el más im-presionante que jamás haya leído. Está en la forma de dos cartas a su amigo Ni-kolai, y contiene una de las descripciones gráficas más detalladas de aquel conci-lio y de su comportamiento, como también la traición que entregó a Juan Hus a sus enemigos. Pero tal vez la parte más importante de su relato es el cambio que se operó en el corazón de Poggius con relación a Hus. Permítanme leerles un po-co.

“Cuando las noticias llegaron a Constanza, un gran tumulto proclamaba ‘¡Hus, el archi-hereje ha llegado!’, y nadie quería esperar el día que Hus caminase abier-tamente a través de las calles de Constanza hacia el Concilio…”.

Hus tenía que aparecer para una audiencia preliminar ante los obispos. “Él apenas conseguía pasar su largo cuerpo a través de las masas del populacho, porque habían muchos curiosos, mientras que algunos de ellos, aquí y allí, le daban la mano profundamente preocupados, otros lo animaban. Algunos sentían la necesi-dad de hacerle algunas preguntas acerca de sus nuevas enseñanzas, a las cuales él respondía en forma precisa, sin presunción. Pero este procedimiento hizo que sus jueces se alineasen en su contra, porque no querían que las personas lo co-nocieran ni lo escucharan, y menos de sus de sus propias debilidades. Por esta razón el Delegado Romano y el Monseñor Zilliciri lo reprendieron furiosamente, como si fuese un demagogo y un renegado hacedor de maldad, lleno de malicia y de hipocresía. Hus se defendió y dijo: ‘¿Dónde he fallado tan mal y he transgredi-do, que vuestra Majestad me amonesta tan severamente? ¿No es un deber res-ponder cuando un hermano ciego pregunta con humildad cristiana: ¿dónde está el camino? ¿No debo mostrarle el camino como yo lo veo? Así Dios no me castiga-rá, también con ceguera, que yo la merecería muy bien si hubiese mostrado tes-tarudez…”. La clara respuesta de Juan Hus no podía ser refutada, pero hizo que los jueces estuviesen aun más enojados.

Las fuerzas del mal también estaban trabajando para revocar el salvoconducto de Hus si fuese posible. Los prelados presionaron tanto a Segismundo que finalmen-te cedió y después de un mes de haber vuelto de Constanza, Hus fue apresado y puesto bajo arresto domiciliario con una gran guardia. Una semana más tarde fue arrojado en una oscura y húmeda prisión. Count Chlum, uno de sus amigos y conciudadanos protestó arduamente con los sacerdotes. Dos compañeros de Hus volvieron a Bohemia para contarle las noticias al rey Wenceslao y a la nación.

Wylie dice que “cuando las noticias del arresto de Hus llegaron a su país natal, encendieron la llama en Bohemia. Ardientes palabras mostraban la indignación que sentía la nación debido a la traición y a la crueldad con que había sido trata-do su compatriota”. Libro 3, capítulo 4. Los Barones Bohemios reclamaron con Segismundo, pero sin éxito. Nuevamente los sacerdotes lo presionaron, diciéndo-le que no tenía que honrar a los herejes y que no tenía derecho a elaborar un sal-voconducto en el primer lugar, y que ciertamente no tenía ninguna obligación de respetarlo.

La prisión era un lugar terrible. Wylie escribe: “Las aguas cloacales del monaste-rio fluían próximas al lugar donde él estaba confinado, y la humedad y el aire pestilente de su prisión le ocasionó una tremenda fiebre, que bien podría haber terminado con su vida. Sus enemigos temieron que después de todo se les esca-paría, y el Papa envió a sus propios médicos… para que cuidaran de su salud.

A menudo Hus era “arrastrado fuera de su hueco”, dice Poggius, y era interroga-do en relación con sus convicciones, para saber si las había cambiado o si había desistido. Pero, así como la roca que Dios hizo con sus manos permanece firme ante los embates del mar, así permaneció firme el Bohemio a la estructura de sus opiniones…, las cuales sobresalían en todo. Y yo, querido Nikolai, llevo la misma convicción dentro de mí, porque Hus dijo: ‘¿cómo pueden pedirme ustedes, car-denales, obispos, y jueces, que peque, mintiendo y engañando, contra el Espíritu Santo? … Me ofrecen oro y con ello quieren colocar un candado sobre mis labios; me quieren dar ricas recompensas en dinero, vestirme con ropas suaves y darme alimentos bien cocinados, de tal manera que me pierda con todo aquello que es un disparate y que son deseos mundanos, que llevan al desastre y a la condena-ción… Vuestra ley es una estructura de frases estropeadas, que no es justa para nadie, que apesta, es agua podrida, de la cual ningún hombre sediento puede be-ber, en cuyo medio hay todo tipo de terribles bestias, peores que serpientes, tri-tones y salamandras, que se arrastran torpemente y con dificultad en el lodo, te-miéndole a la luz y devorando toda carne que se interpone en su sucio camino… Porque yo tengo el valor de derramar luz en este desierto, me confinan detrás de oscuras paredes, con horribles rejas y con puertas de hierro con pesadas barras y candados, dándole a mi cuerpo menos paja podrida que a un asesino y matador…

“He escuchado este tipo de discursos con mis propios oídos. Oh, yo tuve que ser la herramienta para perseguir al hombre que habla de esa manera con la verdad, sin temer a ningún poder terrestre. ¡Sí, querido Nikolai! Sí coloco mi mano sobre mi corazón y me pregunto; porque yo no pensé que iban a torturar a Hus, tam-poco creí que este infortunio vendría sobre él.

“Cuando lo visité hace poco, porque había escuchado que estaba sufriendo una enfermedad, quedé desconcertado al encontrarlo en aquella mazmorra. Imagina la torre de la esquina sobre el puente del Rin, las aguas fluyendo entre sus fun-damentos. Diez palmos sobre las aguas, verás un pequeño hoyo al cual está re-machada una reja con gruesas barras de hierro, a través de las cuales, cuando las olas suben bastante, hacen espuma y caen gotas que salpican el oscuro lugar donde Hus está sentado. Es necesario descender treinta escalones por la escalera que tiene una triple protección compuesta de puertas de barras.

“Finalmente uno llega a una pequeña cámara, la cual es tan larga y ancha como la altura de un hombre, donde apenas entraba la luz por una abertura que daba hacia el lago, desde donde entraban las salpicaduras de agua mencionadas ante-riormente. Yo estuve un rato en esta cámara, hasta que conseguí discernir sus contornos y entonces pude ver al pobre prisionero, el cual estaba acurrucado a mis pies en la paja podrida …

La entrevista con Juan Hus perturbó mucho a Poggius por lo que había sucedido. Él fue al delegado del Cardenal para suplicarle por Hus. Pero el delegado se ale-gró de saber que él estaba sufriendo mucho en aquel agujero apestoso. Entonces fue al Jefe de Policía de la ciudad y le suplicó para que a Hus le dieran un mejor cuarto. “Este hombre se levantó inmediatamente, después de escuchar mis súpli-cas, de su asiento”, escribió Poggius, “se aferró a la batuta de su oficina y dijo, ‘Ninguna fechoría contra un extranjero abandonado encontrará apoyo bajo mi administración, tan cierto como que mi nombre es Stuessi. Una victoria justa honra aun a un enemigo derrotado’”.

“Después de un corto tiempo Hus fue sacado de su celda y fue llevado a una cá-mara más decente, pero sus pies ya se rehusaban a llevarlo, él tambaleaba a medida que caminaba; su mirada era apática y no acostumbrada a la luz del día, sus mejillas estaban mortalmente pálidas y lo que quedaba de su dentadura es-taba suelto, ya que once de sus dientes se habían caído debido a la húmeda pri-sión. Las uñas en sus dedos estaban terriblemente largas, porque le había sido imposible cortárselas durante muchas semanas; sobre su piel había una costra de suciedad la cual exudaba un horrible hedor y su cabello que antes era café le caía en blancos rizos sobre sus maltrechas y desgarradas vestiduras. Sus zapatos se habían podrido en sus pies y su camisa y su calzoncillo habían desaparecido. La redondeada carne que había cubierto sus huesos se había encogido y arrugado y él se había convertido en un símbolo sin igual del infortunio, irreconocible para aquellos que lo habían conocido antes. El horror se posesionó de aquellos que lo vieron y personas piadosas le prepararon un baño, le trajeron camisa y ropas y lo refrescaron con una fortalecedora comida, por la cual apenas pudo agradecer con ojos llenos de lágrimas”.

“Cuando llegó el día de su juicio, Hus, caminó hacia la iglesia tan erguido como se lo permitían sus fuerzas, parcamente vestido, acompañado por Wenceslao de Du-ba y Count Chlum, escoltado por una guardia. En la iglesia encontró a 55 clérigos, 2 procuradores y varios escribas, sentados en mesas especiales, también 11 tes-tigos, quienes, luego que Hus llegó, juraron por la veracidad de su testimonio. Mientras eran tomados los juramentos, uno de los testigos renunció, porque su conciencia lo torturaba. Él declaró públicamente que había sido sobornado para dar un falso testimonio por una suma de dinero que él necesitaba. Rápidamente el arrepentido testigo fue retirado con la siguiente sentencia de muerte: ‘¡Cuél-guenle una piedra al cuello del perjurador y arrójenlo a las aguas que están a las afueras del pueblo donde éstas sean más hondas!’ y rápidamente la orden de los padres fue obedecida, el pobre hombre fue arrastrado hasta el puente y fue lan-zado por sobre la baranda de tal manera que se ahogó”.

Uno se pregunta por qué los obispos no investigaron para descubrir quién lo había sobornado, y entonces condenarlo a la misma pena. Obviamente que esa no era su intención. “Después de esto”, escribió Poggius, “la paz reinaba en la asamblea de la iglesia como si ninguna vida humana hubiese sido tomada…”.

Las acusaciones fueron colocadas contra Juan Hus, siendo la mayoría, falsas re-presentaciones de lo que él había dicho. Hus no las negó, sino que trató de pro-bar lo que él realmente había dicho. “Pero ahora estaba siendo fuertemente de-nunciado, maldecido y condenado en muchos idiomas”, escribió Poggius, “de tal manera que no pudo hablar más y permaneció en silencio, cuando Michael de Causis, en una desvariada excitación, saltó delante de él y lo amenazó con los puños levantados: ‘¡Ahora te tenemos en nuestro poder, del cual no escaparás hasta que hayas pagado todo con tu último cuarto de penique! Y serás quemado, aun cuando tus delgados huesos nos hayan costado tanto dinero’. Aquel que fue silenciado de esta manera, tuvo que sacarse nuevamente su ropa sacerdotal, después de lo cual se divirtieron con él, llamándolo burlonamente, ‘cabeza de ganso’, ya que ‘hus’ significa ganso en la lengua Bohemia, y fue enviado de vuel-ta a su pequeña cámara”.

El nombre del carcelero era Erlo. Él se acercó a Hus y cuando estuvieron solos le dijo, “‘Amigo, usted ve que soy viejo y mis días están contados, porque ya tengo 81 años de edad. Así que escúcheme y analice en su corazón lo que tengo para ofrecerle en esta hora solitaria… Esta noche, cuando el reloj suene dando la una, esté despierto y prepárese para escapar. Bajo su cama encontrará ropas de un soldado Austriaco, póngaselas y cuelgue sobre sus hombros la bolsa de cuero que encontrará, en la cual habrá una carta, diciendo que su destino es Viena. Cerca del triple cruce del camino en la muralla de la ciudad… habrá una rápida mula… sobre la cual usted puede trotar con Emizka el Noble Moravio, a quien usted co-noce, el cual es un gran luchador y lleva oro en considerable cantidad”.

“Pero Hus dijo: ‘¡Lejos esté de mí que yo ponga en peligro su blanca cabeza debi-do a mi huida, honesto Erlo! He aquí que caminaré por el camino que el Señor me ha mostrado. Sería para mí un terrible pecado, si me fuera como un ladrón en la noche garantizándoles a mis enemigos el triunfo a expensas de mi deshonra. No, ¡no puedo permitir que eso me suceda! ¿Qué me pueden hacer los seres huma-nos si el brazo de Dios me protege? ¡Y si Él no me protege, la venganza de mis enemigos me buscaría, aunque yo huyera hasta el remoto océano!…

“Hus realmente caminó con su libertador” dice Poggius, “tanto cuanto le permitía su prisión, entonces se detuvo y miró por un instante al cielo, como si quisiese preguntarle al Omnisciente, ¿no es un pecado ante el Espíritu Santo que yo aban-done el camino que Tú me has preparado? Y volviéndose, le ofreció su mano a Er-lo y dijo con un suspiro: ‘Devoto padre, ¡no puedo huir! Permítame agradecerle ardientemente por su obra de amor, y ore por mí si es que tengo que enfrentar la muerte. Transmítales a mis amigos mis sinceros agradecimientos por su oferta y dígales que no me condenen por mi testarudez. ¡Tengo que confiar en Dios y es-perar por mi tiempo!’. Sin libertad Hus volvió confiadamente a su estrecha pri-sión”.

Imaginen mis amigos, lo que hizo Hus aquí. Él tuvo la oportunidad real de huir, pero escogió no escapar. ¿Qué habría hecho usted en este caso? Yo me atrevo a decir que la mayoría de nosotros habría huido si se nos diese la misma oportuni-dad. ¡Este era un hombre gigante! Aquí había uno que vio el más profundo princi-pio espiritual. Él sabía al igual que Cristo, que Dios lo había llamado para sufrir de tal manera que otros pudiesen un día ser libres. Él ofrendó su cuerpo para servir al Señor.

Me gustaría tener tiempo para compartir los asombrosos e irrefutables discursos que fueron hechos en defensa de Hus durante el juicio. Todos ellos están en las cartas de Poggius. Son absolutamente increíbles. El mismo Poggius votó por la vida, pero Hus fue condenado a muerte por dos votos. Un obispo murió durante el proceso y fue dejado en su silla de tal manera que su voto pudiese ser incluido si así hubiese sido necesario. Aun Segismundo denunció a Hus con fuertes pala-bras y firmó la autorización de muerte. Cuando fue anunciada la sentencia, “el obispo de Londres fue el que habló de la manera más despectiva. Él alabó a Se-gismundo: ‘Oh emperador, tú has obtenido alabanza de la boca de bebés y de ni-ños. Debieras ser alabado eternamente, porque has exterminado los enemigos de la verdadera fe y has matado sus semillas. Todos tus pecados pasados y futuros debieran serte perdonados, todas las fechorías y los errores, cualesquiera que sean. ¡Tu nombre sea alabado en todas partes!’

“Al llegar a este punto, muchas voces gritaron contra los papistas: ‘¡Hipócritas, perros sabuesos, sois criaturas babosas, que hacen un mal uso del nombre de Dios para revolcarse en un cieno apestoso!’. Quebraron los respaldos de algunas sillas y las tiraban en derredor. Durante el tumulto el Emperador se escabulló… El cadáver del obispo de Cleve, que había muerto durante el concilio, fue lanzado fuera y pisoteado hasta que quedó irreconocible, mientras la turba se dispersa-ba”. Después que todo esto sucedió y cuando el polvo se hubo asentado, “nadie había permanecido en la iglesia, Hus había desaparecido, para la consternación de sus enemigos. Ellos hicieron un gran ruido y se apresuraron a ir hasta las puertas para detenerlo, mientras sonaban las campanas. Cuando volvieron de su búsqueda, lo encontraron arrodillado en su cuarto, orando devotamente por valor y fortaleza. Ellos no le cerraron la puerta, pero honraron la nobleza de su alma”.

Después de haberle escrito una larga y bella carta a sus amigos, que también es-tá incluida en la carta de Poggius, Hus se acostó… “En la mañana del día 6 [de Ju-lio de 1415], Hus se levantó temprano y cantó varios salmos. Después [pidió] un poco de vino y pan fresco. Cuando le dieron esto pidió que se le dejara solo, en-tonces se arrodilló, oró en voz alta y sollozando a Dios, le agradeció por los días de su vida, por las alegrías y las pruebas, desde su niñez hasta ahora. Entonces le confesó sus pecados a Dios, oró por bendiciones para sus amigos y pidió per-dón para sus enemigos, bendijo el pan que había pedido y se lo comió mientras repetía las palabras de la última cena; lo mismo hizo con el vino, antes de pro-barlo. Después de esto, oró nuevamente con mucha devoción, y caminó en su celda hasta que sus amigos vinieron a despedirse.

“Yo también, querido Nikolai, lo llamé nuevamente… y cuando le pedí que no guardara malicia contra mí, porque yo había sido el portador de la carta que fi-nalmente lo había colocado en esa cámara de infortunio, él respondió modesta-mente: ‘¡Que Dios impida que pueda guardar malicia en mi corazón contra al-guien, porque no haya sido un Jonathan para mí! ¿No permite Dios días malos para los buenos, para que el hombre no pueda ver hacia el futuro? Usted me ha demostrado gran amor a través de su voto y a través de su piedad. Por esta ra-zón mi querido Poggius, le agradezco por el servicio que me ha dispensado al obedecer el mandato del Señor Romano en la silla de Pedro. Me ha permitido ser un testigo de la verdad ante todas las personas…”

Ese día, Hus fue quemado en la estaca. Poggius termina su comentario diciendo: “Quería contarle esta historia de un hereje, mi querido Nikolai, para que supiera cuánta fortaleza de fe mostró Hus ante sus enemigos y cuán dichoso, en su fe, ha sido el fin de este hombre pío. Verdaderamente, le digo, ¡él era demasiado justo para este mundo!”

Mis amigos, Juan Hus entregó su vida sabiendo que un día surgiría otro que to-maría su lugar. En su ejecución, Hus se volvió y le dijo a sus ejecutores: “Ustedes van a quemar ahora a un ganso, pero en un siglo tendrán un cisne, que no po-drán ni tostar ni hervir”. Casi cien años más tarde, Martín Lutero clavó sus 95 te-sis en la puerta de la capilla de Wittenberg. La muerte de Hus le produjo un gran interés en sus escritos. También causó una gran indignación en Bohemia, lo que llevó a las guerras de Bohemia donde los ejércitos Bohemios en la providencia de Dios, expulsaron las tropas católicas de Segismundo. Pero lo más importante, la vida de Hus y su injusta muerte, fueron la semilla de la gran Reforma Protestante del siglo XVI.

Por favor, medite en esta increíble historia. ¿Es su fe como la de Hus? ¿Tendrá usted el valor que él tuvo para lidiar con los que eran los enemigos mortales de la verdad y de la justicia? ¿Tiene usted una experiencia tal con Cristo que le dará fuerzas para enfrentar una prueba así? Usted puede hacerlo si lo conoce. Usted en realidad tiene que conocerlo. Pero esto solo vendrá a través de un diligente estudio de la santa Palabra de Dios, y si ordena su vida con Sus principios. Ore-mos y pidámosle a Dios que nos dé este tipo de experiencia para que podamos tener este tipo de fe.


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