Wednesday, August 26, 2009

EL BAILE



135. EL BAILE

EL VERDADERO cristiano no deseará entrar en ningún lugar de diversión ni ocuparse en ningún entretenimiento sobre el cual no pueda pedir la bendición de Dios. No será hallado en el teatro, ni en la sala de billar, ni en salones donde se juega a los bolos.* No se unirá a los alegres bailarines, ni tendrá parte en ningún otro placer seductor que haga desvanecer de la mente la figura de Cristo.


A los que defienden estas diversiones les contestamos: No podemos participar en ellas en el nombre Jesús de Nazaret. No podría invocarse la bendición de Dios sobre la hora pasada en el teatro o en la sala de baile. Ningún cristiano querría encontrar la muerte en semejante lugar. Nadie querría ser hallado allí cuando Cristo venga.


Cuando lleguemos a la hora final y nos hallemos frente a frente con el informe de nuestras vidas, ¿lamentaremos haber asistido a tan pocas reuniones de placer? ¿nos pesará haber tenido parte en tan pocas escenas de jovialidad irreflexiva? ¿no lamentaremos, más bien, amargamente el haber malgastado tantas horas preciosas en la satisfacción del yo, el haber desperdiciado tantas oportunidades que, debidamente aprovechadas, nos hubieran asegurado tesoros inmortales?
Ha llegado a ser una costumbre entre los que profesan ser religiosos el excusar cualquier complacencia 397 perniciosa a que se halle ligado el corazón. La familiaridad con el pecado los ciega de modo que no ven su enormidad. Muchos que dicen ser hijos de Dios disculpan pecados que su Palabra condena, mezclando algún propósito de caridad cristiana con sus festines impíos. Utilizan así la librea del cielo para servir con ella al diablo. Estas disipaciones de moda engañan a las almas, y las hacen descarriar y perder para la virtud e integridad.


EN LA SENDA DE LA DISIPACIÓN


En muchas familias religiosas el baile y los naipes son pasatiempos de salón. Se arguye que son diversiones tranquilas, domésticas, de las que se puede disfrutar sin peligro bajo la mirada paterna. Pero se cultiva así el amor por estos placeres excitantes, y pronto dejará de considerarse peligroso fuera del hogar lo que se consideraba inofensivo en él. No se ha probado todavía que estas diversiones proporcionen algún bien. No dan vigor al cuerpo ni descanso a la mente. No implantan en el alma un solo sentimiento virtuoso o santo. Por el contrario, destruyen todo gusto por el pensamiento serio y las reuniones religiosas. Es cierto que hay un gran contraste entre la clase mejor de reuniones selectas y las reuniones promiscuas y degradadas de la baja casa de baile. No obstante, todos son pasos en el camino de la disipación.


La diversión del baile, como se practica actualmente, es una escuela de depravación, una terrible maldición para la sociedad. Si se pudiese reunir a todos los de nuestras grandes ciudades que anualmente se arruinan por este medio, ¡cuántas historias de vidas perdidas se revelarían! ¡Cuántos que ahora están listos para disculpar esta práctica se llenarían de angustia y asombro al saber el resultado! ¿Cómo pueden los padres cristianos profesos consentir en poner a sus hijos en 398 el camino de la tentación asistiendo con ellos a tales escenas de fiesta? ¿Cómo pueden los jóvenes y las jóvenes vender sus almas por este placer cegador? (Review and Herald, febrero 28, 1882).


EL PELIGRO DE LAS DIVERSIONES


El amor al placer es, entre las muchas tentaciones que asaltan a los niños y los jóvenes en las ciudades, una de las más peligrosas, porque se cuenta entre las más sutiles. Son muchos los días de fiesta; los juegos y las carreras de caballos atraen a millares, y el torbellino de excitación y placer los hace apartar de los deberes serios de la vida. El dinero que debería haber sido ahorrado para usos mejores, que en muchos casos representa las escasas ganancias del pobre, es desperdiciado en diversiones (Fundamentals of Christian Education, pág. 422).


GUIADOS POR PRINCIPIOS


Muchos tienen tanto temor a las críticas hostiles o chismes maliciosos, que no se atreven a proceder de acuerdo con los principios. No se atreven a identificarse con los que siguen completamente a Cristo. Desean conformarse a las costumbres mundanas y obtener la aprobación de los mundanos. Cristo se entregó por nosotros "para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras" * (Review and Herald, noviembre 29, 1887).

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MENSAJES PARA LOS JÓVENES, ELENA G. DE WHITE, p. 396-399.
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